Javier Morillas | 22 de junio de 2021
El reciente «chantaje» de Marruecos, así definido por la ministra de Defensa de España, no es solo migratorio, sino también económico y político.
Marruecos certifica que su agresión fronteriza en Ceuta es por nuestra posición ante el Sáhara Occidental. Que, por cierto, Franco quería que accediera a la independencia un 12 de octubre, como Guinea. Que tiene en sus costas uno de los grandes bancos pesqueros FAO del mundo, código NAFO-34. Y, además -entre otros-, en su suelo a cielo abierto, el mayor de los yacimientos de fosfato conocidos, en calidad y cantidad; estratégico para la fabricación de fertilizantes y la agricultura. Una riqueza potencial y baja densidad de población -como en la península arábiga- susceptible de generar estabilidad y progreso al mundo, especialmente al necesitado continente africano. Y no pretexto para el chantaje, cuando no la guerra, por Marruecos, que sigue siendo uno de los pocos países del mundo sin fronteras internacionalmente reconocidas. Y que también reclamaba toda Mauritania y el sur de Argelia.
Rabat cobra del Sáhara cuotas a las grandes flotas pesqueras y exporta sus recursos, incluidas cantidades crecientes de tomates criados en invernadero y miles de toneladas de arena para nuestras playas. Dinero que supuestamente debe reinvertir allí según los acuerdos con la Unión Europea, al igual que Sudáfrica o Indonesia mientras administraban Namibia o Timor, hasta el referéndum que las alumbró como naciones independientes. Mientras, fuerzas de Naciones Unidas mantienen su despliegue de interposición entre este y oeste de un territorio dividido. No. No era el viaje de Pedro Sánchez a Portugal, auténtico vecino fraternal. Tampoco la presencia humanitaria de aquel joven rebelde de Tropas Nómadas con DNI español, acusado por una asociación financiada por el Majzen.
Y es que el reciente «chantaje» de Marruecos, así definido por la ministra de Defensa, no es solo migratorio, sino también económico y político. Continuación de aquella arbitraria declaración de extension de las aguas territoriales marroquíes y saharauis, coincidente con las de Canarias, y rica en telurio –como ya señaló Miguel Ángel Solana Campins en este diario- y otros minerales singulares catalogados como estratégicos por Estados Unidos y la Unión Europea.
Es, además, un negocio económico para el otrora sultán de Marrakech, para quien la «exportación» de un emigrante más es un problema social menos, llamado a ser asumido por España, que a medio plazo le remesará divisas, y a largo plazo ejercerá de quinta columna en su objetivo de penetración en Ceuta, Melilla o Canarias. Pero esta última violentación de nuestras fronteras en Ceuta es ya dilatada en el tiempo, precedida de asaltos cada vez más frecuentes por el evidente efecto llamada del actual Gobierno.
Toda una acción unilateral, ilícita e inamistosa que solo puede ser suplida por la reposición de la situación de partida y la consiguiente salida hasta del último inmigrante arrojado sobre Ceuta, en la medida en que se está usando y abusando de acciones ilegales con permanente fraude de ley, que deben ser replicadas. Ventana de oportunidad para modificar la ley de extranjería, menores y las propias leyes de asilo y refugio, en la medida en que en este mundo cambiante del siglo XXI los inmigrantes están siendo utilizados como arma de ataque, económica y polivalente.
Marruecos sigue con su política chantajista con cualquier excusa. Es su forma clásica de dar salida a los graves problemas internos que la propia España y la Unión Europea han ayudado a ir mitigando desde 2000, a pesar de la gran corrupción existente.
Nos encontramos con el Gran Juego geopolítico en el que se enfrentan los dos principales actores de la región: Israel e Irán. Y que tiene como instrumentos, o actores secundarios, a los países de la región: desde Siria hasta las naciones árabes.