Manuel Sánchez Cánovas | 28 de abril de 2021
Las sanciones de la Unión Europea, Estados Unidos y Reino Unido a China por abusos contra los uigures musulmanes de la provincia china de Xinjiang propician un contraataque de Pekín con posibles impactos económicos en Occidente.
A finales de marzo, y tras expulsar a 18 periodistas occidentales con relatos controvertidos sobre Xinjiang, Pekín envió a la Unión una lista de miembros del Parlamento Europeo, referidos a activistas pro Derechos Humanos y organizaciones sobre estudios asiáticos en Europa, como el Instituto Mercator de Estudios Chinos de Alemania. Estos son los expertos que, tras los informes, alegan abusos en campos de reeducación y situaciones de esclavitud del pueblo uigur, a quienes Pekín sanciona con la prohibición de acceder al territorio y mantener contactos institucionales.
Por otra parte, empresas como H&M, Adidas y la americana Nike, que sufren la intensa piratería china, decidieron suspender las compras de algodón chino, por los ataques a los uigures. Como represalia, China boicoteó la venta online de los productos de dichas empresas, propiciando fuertes caídas de sus cotizaciones en bolsa. El desplome de las ventas de las tiendas chinas de H&M, que ya ni siquiera aparecen en el GPS, entra en la pauta de sobrerreacciones «patrióticas» (sic), consecuencia de la censura informativa de todo lo proveniente del exterior, dentro de su política activa de promover la xenofobia antioccidental y el victimismo.
Y sorprende que Nike y H&M ya se hubieran negado a comprar su algodón en 2019 y 2020, pero solo tras las sanciones de la Unión Europea en 2021 se activarán represalias. Paradójicamente, y en un entorno de fuerte contracción en Europa por la COVID, el mercado del subcontinente chino les sirvió de salvavidas. De hecho, las ventas de Nike subieron un 53% en China en el último trimestre de 2020, teniendo ahí el 18% de su negocio, mientras en el resto del mundo solo se habrían recuperado un 3%.
La caída de las acciones de estos gigantes textiles puede ser coyuntural, pero viene precedida de las injustas sanciones sobre las exportaciones de Australia a China -32% del total-, aplicándose aranceles sobre el vino (hasta el 200%), el centeno (80%) y el algodón (40%), diezmando las enormes exportaciones australianas de carbón, cuando el único pecado de Canberra ha sido solicitar una investigación sobre la cuestionable gestión de la COVID por las autoridades chinas.
Y es que Pekín tiene muchísimo más poder sobre Occidente del que Moscú tuvo nunca durante la Guerra Fría. Su economía es más potente y está bastante mejor integrada con la mundial que la de la extinta URSS. En este contexto, atacarla por el contencioso de Xinjiang, ¿es la estrategia más inteligente? Es dudoso. Si bien los uigures sufren una represión identitaria, bajo la discriminación y colonización de la etnia Han, también existirían causas objetivas para este conflicto. Como los atentados terroristas de grupos musulmanes extremistas, causa argumental de la sobrerreacción del Partido Comunista en Xinjiang, dado que, si este es totalitario, la ideología musulmana de grupos islamistas uigures también lo es. Además, la contención violenta de la identidad budista también es cruenta en Tíbet, aunque el desarrollo de la economía china tenga, asimismo, beneficios patentes para los miembros de las comunidades uigur y tibetana. Más allá de los relatos secesionistas, bienintencionados, de Rebiya Kadeer o del encantador Dalai Lama, populares en Occidente, Pekín ha conseguido llevar electricidad y penicilina a provincias anteriormente paupérrimas, sacándolas del medievo.
El respeto de los derechos humanos es mínimo en toda la China comunista, no solo en Xinjiang o el Tíbet, empezando por el dumping social y medioambiental en las fábricas europeas o americanas deslocalizadas a aquel subcontinente. Y Europa no aplicó sanciones sobre Pekín con motivo de la eliminación de los derechos humanos de los ciudadanos de Hong Kong, aunque millones de ellos llevan meses pidiendo mantener su «Democracia y Libertad»; ni por la ocupación paulatina de aguas territoriales de naciones amigas del Sudeste Asiático en el mar de China, donde tiene grandes inversiones; ni por sus intolerables ataques fronterizos, con muertos en el Himalaya hace semanas; ni por el gran tráfico de órganos en China. Europa solo reacciona, y tarde, ante la opresión contra los islámicos, obviando sus otros intereses estratégicos en Asia.
Aunque elegir a los uigures como estandarte para las sanciones de la Unión Europea fuera un error, no hay bien que por mal no venga. Gracias a las represalias chinas, se suspende el acuerdo de inversiones recíprocas Unión Europea-República Popular, impregnado de buenismo y cortoplacismo.
Las políticas de Donald Trump han desnudado la magnitud del reto chino. Lo que antes se reconocía a regañadientes, que China era más un adversario que un colaborador, está ahora en la cabeza de todos los americanos.
El Gobierno chino de Xi Jimping sigue justificando la represión en aras de la estabilidad social del país.