Luis Núñez Ladevéze | 25 de abril de 2019
Cómo compaginar la libertad política de los católicos con su responsabilidad como creyentes.
Los españoles están llamados a votar el 28 de abril en unos comicios especialmente significativos por la comprometida situación de la democracia española, atosigada por el independentismo, regentada por un socialismo que perdió las elecciones y accedió al Gobierno mediante una moción de censura apoyada por independentistas que atentaron ilegalmente contra las reglas constitucionales del Estado.
A la caza del voto católico
José Francisco Serrano Oceja
PFRESHBOOK
96 págs.
13€
El profesor Francisco Serrano aborda en un breve libro titulado A la caza del voto católico el tema de cómo compaginar la libertad política de los católicos con su responsabilidad como creyentes a la hora de votar en las actuales circunstancias electorales. Asunto complejo que aborda distinguiendo tres planos. Primero, el sociológico: cómo se distribuye el catolicismo español y cuáles son las actitudes de los que se profesan católicos con relación a la doctrina que dicen confesar. Segundo, el doctrinal: qué es lo que distingue al catolicismo como fe y como cuerpo de doctrina. Y en tercer lugar, teniendo en cuenta que el voto político es libre para un católico, qué líneas rojas no debería cruzar un católico al votar para ser consecuente y corresponder con las creencias principales de la doctrina que profesa.
El profesor Serrano asume como punto de partida que un católico es libre de votar la opción política que considere más conveniente, porque ningún partido puede atribuirse una confesionalidad que la Iglesia considera inconveniente.
La Iglesia pondera la libertad política como un bien más que como un peligro y no considera deseable que un partido político se declare confesional, porque la fe es un don que no puede exigirse como requisito para la buena voluntad y la contribución a la convivencia social de un programa político.
Respecto a la sociología del catolicismo español, el profesor Serrano reproduce datos que confirman el proceso de secularización que ha experimentado el cristianismo en las sociedades occidentales ilustradas. Se declara católica un 65% de la población que conserva costumbres desapegadas de las prácticas religiosas. La vivencia de la fe se ha diluido en el curso de la posmodernidad líquida. Los católicos españoles tienden a votar partidos de derecha, aunque el voto se reparte entre los distintos partidos, incluidos los más extremistas e independentistas.
El punto de partida doctrinal es que en una democracia lo que la Iglesia pide es un voto coherente, responsable, respetuoso con los principios “innegociables”, a los que se refirió Benedicto XVI, que definen el marco de identidad del catolicismo.
La tercera cuestión que plantea el profesor Serrano se refiere a este marco: cómo compatibilizar la libertad de voto de los católicos cuando se presume que hay principios innegociables. Cuál es el alcance de lo transigible y lo que no lo es para que el voto sea propiamente católico y en qué medida es o no es dogmático ese voto.
Me permito ahora interpretar lo que dice el profesor Serrano, confiando en que no lo haya entendido mal y en que no traicionaré lo que dice. Lo importante es que la Iglesia no fija en argumentos de fe esas “líneas rojas”, sino en razones basadas en la condición humana.
Criterios al alcance de toda persona reflexiva, que un agnóstico o un ateo podría suscribir sin dejar de serlo. Criterios que no son compartidos porque respondan a dogmas católicos, sino por que se corresponden con el respeto a la condición humana de las personas, individuos integrados en una especie común. Esto es lo que llamó Benedicto XVI “criterios innegociables” y que Serrano califica “irrenunciables”. Matiz interesante si se interpreta que ninguna persona puede renunciar a lo que es, un ser autónomo, libre para decidir su vida por sí misma.
¿Cuáles son? Se limitan al valor de cada vida, al reconocimiento de la persona como individuo libre, capacitado para decidir sobre su frágil vida, sometida a la inclemencia de la naturaleza, abocada al dolor y al sufrimiento por la enfermedad, el envejecimiento, la pobreza y la muerte.
Al reconocimiento de la vida se une el de la sociabilidad. Ser social implica ser congruente con la pertenencia de cada persona al género humano, no a una nación, a una tribu, a una cultura, a una raza o a una lengua, aspectos adjetivos, no sustantivos, de la persona. En tanto personas que conviven socialmente, la obligación moral es proteger las condiciones de convivencia de los seres humanos en un mundo naturalmente compartido que hay que cuidar para evitar su degradación.
La sociabilidad requiere la protección de la familia como ámbito específico que garantiza la continuidad vital del género humano. La vida es un fenómeno natural que, por ser un regalo que nadie se ha dado a sí mismo sino a través de otros, el padre y la madre, tiene valor en sí misma. Por eso hay que proteger la vida desde su génesis hasta su óbito dentro de la familia.
Esto es, si no he entendido mal el interesante opúsculo del profesor Serrano, lo que irreductiblemente define lo católico es que pretende representar la universalidad de lo humano. Un voto católico responsable tiene que ponderar no solo qué programa de partido defiende mejor estos supuestos, sino también qué voto los asegura mejor. No son muchos principios ni exigen que se profese el credo cristiano. Son pocos, claros y accesibles a cualquier persona animada por la buena voluntad de venerar la vida de los otros como la propia vida. A estos efectos, yo no hablaría de voto útil o pragmático para impedir un Gobierno que ponga en peligro estas credenciales, sino de un voto en conciencia que no consiste en alimentar el voto inútil que impida protegerlos. Hay que cooperar a que sea el propio voto lo que no los ponga en peligro.