Luis Miguel Pedrero | 30 de diciembre de 2020
Identificamos diez tendencias de la industria televisiva en 2020, el año en el que se multiplicó de forma exponencial nuestra permanencia ante todo tipo de pantallas.
Como en tantos otros sectores, habrá de transcurrir mucho tiempo para valorar con suficiente perspectiva las consecuencias de la COVID-19 sobre la industria audiovisual a escala global. No obstante, algunos de sus efectos ya son perceptibles en un año en el que las pantallas vieron desbordada su función dominante –a menudo única– como interfaz de acceso al ocio y entretenimiento. Identificamos diez claves evolutivas de la TV a partir de las reflexiones de los últimos doce meses en El Debate de Hoy.
Que la capacidad de convocatoria de los canales en abierto resulta imbatible ante situaciones informativas excepcionales: el confinamiento no solo devolvió a la TV generalista cuotas de audiencia que parecían irrecuperables frente a la eclosión de Internet, sino que logró reconectar al público joven –el incremento en el target de 18 a 39 años fue del 147%– y recuperar el liderazgo de las cadenas tradicionales, que hicieron valer su rol de servicio público accesible a todos los ciudadanos.
Que en el ecosistema digital el negocio de los operadores televisivos no persigue comercializar el impacto publicitario de la programación lineal, sino obtener el máximo rendimiento del contenido en todos los entornos y dispositivos, desde las redes sociales a las plataformas de terceros. A las estrategias de posicionamiento online o la producción específica para su monetización en la red se suman nuevas líneas de negocio, como el centro comercial electrónico que acaba de lanzar Mediaset España con ofertas exclusivas para sus abonados a Mitele Plus.
Que la naturaleza de los géneros, sobre todo de ficción, se ha visto alterada en las plataformas de vídeo bajo demanda. En sus catálogos, diseñados para el consumo personalizado, se redefinen las clásicas pautas del guion y duración de episodios o temporadas. El tiempo se erige así en una variable determinante, más aún en su relación con el dispositivo: el fallido experimento de Qubi no atenúa la relevancia de unas lógicas de producción cada vez más ajenas a la etapa broadcasting.
Que los dispositivos digitales están reformulando las narrativas y hasta la propia estética de la televisión: la influencia del smartphone y su pantalla vertical no solo ha propiciado el diseño de receptores giratorios con los que ver contenidos concebidos para el móvil, sino que alienta la producción de series y la transmisión de deportes en directo para el formato de 9:16. Más que ninguna otra expresión audiovisual, la televisión sintetiza con contundencia el aforismo Media Evolution.
Que, al margen de los dispositivos, la batalla por las pantallas se disputa en el streaming y en la cada vez más exigente competencia por abonados y títulos exclusivos: 2020 no solo ha sido el año de Netflix –duplicó beneficios y disparó su base de usuarios en el primer trimestre– o de Disney+ –en nueve meses alcanzó los clientes que se había fijado en cuatro años–, sino del conjunto de plataformas SVOD, que en septiembre superaron los 770 millones de clientes a nivel mundial (28% más que en 2019) y confirman que estos servicios van a reconfigurar el mercado televisivo en la próxima década.
Que, ante los imponderables del confinamiento, la capacidad creativa y técnica de los profesionales de la televisión no solo mantuvo casi intactas las parrillas, sino incluso alumbró formatos novedosos, imaginativos y eficientes con la demanda de noticias sobre la pandemia. Sucedió con programas informativos y lúdicos, a nivel estatal y autonómico, en espacios diarios y en grandes shows: icónico resulta el concurso Britain’s Got Talent, que emitió tras el verano su fase final ante miles de espectadores… conectados desde sus hogares, y que ganó el pianista cuyo sueño interpretado en el escenario se convirtió en gozosa realidad.
Que un aumento en las audiencias convencionales no genera necesariamente un incremento en la inversión publicitaria: la enorme penetración de la televisión generalista en marzo y abril –los dos meses de mayor consumo en la historia de la TV en España– fueron también los de menor contratación de anuncios (el número de spots se redujo un 60% y el de campañas, un 48% con relación al año anterior). Semejante paradoja evidencia el incierto futuro de la financiación basada en el consumo masivo y sincrónico, sobre todo ante el auge de las plataformas OTT.
Que, 30 años después de la irrupción de la TV de pago en España, el modelo se ha consolidado por fin… en el escenario digital. La pionera apuesta de Canal+ por un producto diferencial que con el tiempo se amplió a paquetes de canales temáticos no consiguió asentarse a través del cable o del satélite, sino de unas plataformas online a las que –casi por necesidad– se han sumado los operadores comerciales. 2020 confirma la pertinencia de ATRESPlayer y MiTelePlus como propuestas cada vez más definidas y consolidadas en el floreciente mercado premium.
Que la frenética evolución de un ecosistema digital que promueve de modo casi compulsivo la satisfacción inmediata del usuario para garantizar su permanencia en las plataformas impone, al mismo tiempo, la incómoda decisión de elegir en un catálogo inabarcable y por momentos confuso. De ahí que, contra pronóstico, esté resurgiendo la lógica de la programación lineal, que ofrece al espectador un flujo al que incorporarse con libertad: lo prueba Netflix en Francia y lo consagra Pluto TV con un servicio de canales que recupera el descubrimiento y la serendipia.
Que la convergencia digital y la irrupción de nuevos dispositivos y sistemas de distribución no implican la obsolescencia del televisor como principal pantalla doméstica: la inclusión de códigos de barras en programas de actualidad con los que se facilita el acceso a contenidos de contexto a través de la web aventura una creciente complementariedad entre TV e Internet, entre pasado y futuro.
El confinamiento por el coronavirus ha vaciado los templos, al tiempo que surgen multitud de iniciativas que llevan a las redes sociales el día a día de la Iglesia.
Los usuarios de todo el mundo dedicamos un promedio anual de 800 horas a Internet a través del móvil, lo que equivale a 33 días sin descanso. Un consumo que se incrementará en 2021.