Juan Van-Halen | 13 de mayo de 2021
Pedro Sánchez ha gestionado la pandemia durante los últimos meses utilizando la máxima de que «quien no decide no se equivoca». Primero pasó la patata caliente a las comunidades autónomas y ahora al Tribunal Supremo.
Cuando, apuntalados en la cultura popular, recordamos la frase imperativa que encabeza estas líneas, pensamos en una situación límite: por ejemplo, un incendio de grandes proporciones o un naufragio, y nos imaginamos El coloso en llamas o el hundimiento del Poseidón mientras los músicos no dejan de tocar en cubierta emulando el fin del Titanic.
Con este título, ¡Sálvese quien pueda!, publicó un interesante ensayo Andrés Oppenheimer sobre el riesgo y los retos de un futuro más o menos inmediato. Un capítulo de la serie televisiva Lost llegó a España hace años titulado así, y es una pena que en aquel tiempo no pudiera seguirla Pablo Iglesias, experto en pasar horas ante la televisión viendo series mientras su agenda oficial estaba huérfana de actos. En el mundo de la música, Vetusta Morla tituló ¡Sálvese quien pueda!, una canción de éxito cuyos versos finales vienen al caso: «Sálvese quien pueda / hay tanto idiota ahí fuera». Veremos hasta qué punto.
El 14 de marzo del año pasado, Pedro Sánchez produjo su primera comparecencia pública televisiva, su versión del Aló Presidente, los mensajes propagandísticos de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro a los venezolanos. Aquel día, su Aló inicial, Sánchez fue emotivo, llamó al corazón de los españoles tratando de justificar el primer estado de alarma. Su gurú Iván Redondo lo convertía en el presidente del Gobierno europeo líder en la utilización de la televisión como medio de propaganda y el que más mensajes ideológicos acumularía en menor espacio de tiempo.
Desde entonces, Sánchez sumó comparecencias televisivas, una semanal y en una ocasión dos: sábado y domingo, con una audiencia acumulada de unos 87 millones de espectadores. Es decir, ocho de cada diez españoles que estaban viendo la televisión seguían la homilía presidencial. En un momento dado, fue el programa más visto de la historia de la televisión en España. Como señaló entonces algún medio, una audiencia superior a la del último episodio de Médico de Familia, emitido en 1997, a la de la final de la primera edición de Operación Triunfo en 2002, incluso superior a la audiencia de la tanda de penaltis de los cuartos de final de la Euro 2008 contra Italia, los tres verdaderos hitos de la audiencia televisiva española. Pero en cada nuevo Aló Sánchez tenía menos audiencia; la experiencia cansaba por reiterativa y porque no anunciaba nada nuevo. La excesiva exposición perjudicaba el mensaje,
Las intervenciones de Sánchez eran retransmitidas por Telecinco, Antena 3, La 1, Canal 24 Horas, La Sexta y Cuatro, los seis canales que, juntos, acumulan cerca del 90% de la audiencia diaria. No se había vivido nada parecido en democracia en ningún país europeo. Y con las familias confinadas en sus hogares debido al estado de alarma. Los españoles no salíamos de nuestras casas, pero teníamos cada fin de semana la visita televisiva de Sánchez, que hacía verdad los sueños de Goebbels y de Ceaușescu. El marketing ideológico sublimado. El presidente más intervencionista de Europa, con el Parlamento silenciado, saltándose la línea entre los tres poderes de las democracias, recuperó su Aló Presidente en octubre. En medio aquella declaración triunfalista y vacía del «todos a la calle, vivamos la nueva normalidad» que supuso una nueva ola de contagios. No anunciaba la normalidad, sino «su» normalidad amañada y para consumo propio. No daba soluciones, no aportaba medidas. En definitiva, su ¡Sálvese quien pueda!
Fue el momento en el que un incapaz Sánchez se inventó la cogobernanza, un término que recoge la Real Academia en acepción que poco tiene que ver con lo que interpreta el presidente. La cogobernanza consistía para Sánchez en que el Gobierno que preside mirase para otro lado, pasase la patata caliente a las comunidades autónomas y él, como responsable real y legal de las decisiones, dejase de tomarlas. Un modo de no quemarse. Quien no decide no se equivoca. ¡Sálvese quien pueda!
Y así llegamos al pasado 9 de mayo, final del estado de alarma. Sánchez lleva más de un año anunciando medidas legales. Es necesario un cambio en la Ley de Medidas Especiales de Salud Pública de 1986. Lo pidió la oposición y lo planteó el Consejo de Estado, pero este alto órgano consultivo no tiene suerte con Sánchez: lo desoye y ningunea. Y el ego del presidente no le permite escuchar a la oposición de su derecha y menos aún atender sus consejos. Solo complace a la extrema izquierda, incluidos el separatismo golpista y los filoetarras. Los que no creen en España.
Lo que se sacó de la manga el sesudo presidente del Gobierno es que sea el Tribunal Supremo quien decida en su caso sobre las medidas tomadas por las comunidades autónomas. El alto Tribunal declaró sensatamente que lo suyo no es gobernar, pero con tal de no gobernar él en lo que pueda resultar controvertido, Sánchez no se dio por aludido. Y ahora asistimos al bochornoso espectáculo de que los Tribunales Superiores de unas comunidades se manifiesten de forma contradictoria respecto a los Tribunales Superiores de otras en la aplicación de las mismas normas. Si la Justicia estaba ya bajo mínimos en la credibilidad de los ciudadanos, la decisión de Sánchez y sus visibles consecuencias han agravado esa herida social.
Cuentan, y creo que lo recoge Baroja en un artículo de El Liberal, que un dictador sudamericano planteó desde el balcón presidencial a sus supuestos seguidores: «Yo o el caos», y ante su sorpresa el gentío contestó: «¡El caos, el caos!». Con Sánchez la disyuntiva no existe. Sánchez es el caos. Lo que tenemos. Y sin rubor alguno nos dice ¡desde Grecia! que la democracia es él.
Nuestro irrepetible presidente -difícil será otro que se le asemeje-, dejando por un instante la compañía del espejo, espejito, de la madrastra de Blancanieves, se asoma al mar desde la cubierta del barco hundiéndose, tras asegurarse un salvavidas, y grita sonriendo a su cohorte de inútiles palmeros: ¡Sálvese quien pueda!, mientras escucha el último verso de la canción de Vetusta Morla: «Hay tanto idiota ahí fuera».
Este 4M han hundido a Pablo Iglesias, lo han expulsado de la política y ahora veremos cómo suplica acomodo con Roures en el mundo del espectáculo.
Pedro Sánchez sigue impartiendo lecciones y negándose a un diálogo sincero con quienes le han aprobado hasta ahora las prórrogas del estado de alarma. Ha tendido tantas trampas que ya no puede moverse sin pisar una.