Juan Van-Halen | 17 de junio de 2021
Sánchez tardó más del doble de tiempo en enumerar en rueda de prensa los varios asuntos trascendentes que suscitó al presidente norteamericano en esos mágicos 29 segundos en los que caminaron juntos.
Una de las facultades de un mentalista es la adivinación de lo que pasa por la mente de otro, incluso suponer que le habla, la comunicación mental sin palabras o con palabras que solo él percibe. Ha habido mentalistas célebres desde que Giromalo Scotto practicó, en 1572, la primera experiencia conocida. Tiene que ver no poco con el ilusionismo porque, al cabo, es ilusión, invento, una realidad aparente. Entre las numerosas facetas del presidente del Gobierno que gozamos, Mi Persona, acabamos de descubrir una nueva: es un mentalista. Somos torpes, deberíamos haberlo supuesto.
Cuando la acción de un Gobierno únicamente se apuntala en la comunicación, en la propaganda, en la apariencia, en definitiva en la falsedad, y no importa la verdad, convertida en una evidencia incómoda, no deberíamos sorprendernos de la aparición del mentalismo como desahogo, incluso como parte de la acción política.
El mentalismo ha recuperado protagonismo gracias a Sánchez y la muestra evidente es la tan cacareada reunión entre Mi Persona y el presidente Biden. Con la derrota electoral de Trump, un tipo con trazas de pintoresco pero que había llegado a la Casa Blanca con una gran mayoría de apoyos electorales de sus compatriotas, no por el malabarismo torticero del empujón de enemigos de su Nación como le ocurrió a Sánchez, nuestro Gobierno de cóctel radical de izquierda creyó que se le abrirían las puertas de Washington. No fue así. En los siete meses de la Administración Biden, no se recibió en Moncloa la ansiada llamada de la Casa Blanca. España parecía no contar en los planes del mandatario norteamericano.
González recibió a Ronald Reagan, a Bush padre y a Clinton en Madrid y viajó a Washington para encontrarse con Bush padre. En un momento difícil, el norteamericano le dijo: «¡No dejes que los bastardos te dobleguen!». Aznar se encontró en Madrid con Clinton y recibió a Bush hijo; lo visitó en la Casa Blanca y en su rancho y pronunció un discurso ante la Cámara de Representantes en Washington. Zapatero permaneció sentado al paso de la bandera de las barras y estrellas en un desfile del 12 de octubre y ningún presidente republicano o demócrata lo olvidó. Pese a ello, Zapatero departió con Obama en varias ocasiones, con motivo de citas de la OTAN y del G-20+1; también fue visitante de la Casa Blanca. Rajoy fue recibido por Obama y recibió a Obama en Moncloa.
¿Por qué Biden no ha telefoneado a Sánchez en estos meses de su mandato y sí lo ha hecho con casi medio centenar de líderes internacionales, incluidos algunos de medio pelo? ¿Por qué un político como Zapatero, tan cercano a Sánchez en su izquierdismo de libro, fue invitado a la Casa Blanca y recibió llamadas telefónicas de Obama, prácticamente desde el principio de su mandato, y Mi Persona no? Para mí la explicación es nítida y, si lo es para mí, no dudo de que lo será para Iván Redondo, el Rasputín de Sánchez. Llamemos a los impedimentos de esa relación: las malas compañías.
Cualquiera que tenga relación con el embajador en Madrid de un país de la Unión Europea sabe que los embajadores hacen su trabajo y, dentro de él, tienen informadas a sus cancillerías de las abrasivas declaraciones radicales de Podemos, hasta ahora principalmente de Pablo Iglesias, incluida su defensa del comunismo en una sesión del Congreso, o de la célebre frase de Yolanda Díaz, su sucesora en una vicepresidencia del Gobierno, que manifestó: «No frivolicemos con la libertad: el comunismo es la democracia y la igualdad». En Washington, las múltiples declaraciones de nuestros comunistas gubernamentales, que reflejan un modo de gestión política, se valoran. Las malas compañías que ha elegido Sánchez, y que incluyen exterroristas y aspirantes a romper España, no se entienden en la Unión Europea y tampoco en la gran democracia norteamericana, cuyo sentimiento de Nación está tan enraizado.
Las horas pasadas en Barajas por la vicepresidenta de Maduro, Delcy Rodríguez, fueron solo un saludo y los 29 segundos de paseíllo de Sánchez junto a Biden fueron una cumbre de altura
Acaso ahí deberíamos buscar el motivo del ridículo vivido por Sánchez en sus 29 segundos de paseíllo con Biden. Dicen que esta publicidad caminera nos costó a los españoles 6,3 millones de euros en apoyo al proyecto SICA de ayuda a Centroamérica que lidera la vicepresidenta norteamericana, Kamala Harris. Vaya usted a saber. Todo es poco para mantener la política de propaganda y engaño de Mi Persona. A ese precio las comparecencias de Sánchez en todas las teles, en sus Aló presidente durante la pandemia, nos hubiesen arruinado aún más de lo que ya estamos, que es mucho. La mayor deuda de los últimos cien años.
Biden andaba junto a Sánchez, seguía su camino sin mirarlo, sin un gesto, sin pronunciar palabra, mientras Mi Persona hablaba, parecía que en susurros. Ni hubo despedida tras los 29 segundos de paseíllo. Pero como nuestro presidente es mentalista escuchó las palabras que no se dijeron y leyó en la mente de Biden lo que este no pensó. Sánchez tardó más del doble de tiempo en enumerar en rueda de prensa los varios asuntos trascendentes que suscitó al presidente norteamericano en esos mágicos 29 segundos. Alguna ministra trató de rebajar el ridículo inventándose que hubo un reunión anterior. No figura en la agenda de Biden. La apelación a que alguien de la Secretaría de Estado norteamericana lo constató no es cierto. Se refería sencillamente al paseíllo.
La primera explicación oficial de esos 29 segundos fue simple y penosa: las relaciones entre Madrid y Washington no tienen problema alguno. Mientras, la política marroquí que afecta a España acaba de ser apoyada por Biden, y el rey Mohamed VI ofrece a Washington el traslado de la Base de Rota a un puerto marroquí. Pero no pasa nada. Siempre pasa nada. Veamos: las horas pasadas en Barajas por la vicepresidenta de Maduro, Delcy Rodríguez, fueron solo un saludo y los 29 segundos de paseíllo de Sánchez junto a Biden fueron una cumbre de altura. Así tratan de engañarnos, sin éxito. Ya no cuela.
Biden tiene cara de actor que hace el papel de presidente en una serie de Netflix, que no es exactamente lo mismo que tener cara de presidente.
El Gobierno propone un viaje al espacio en esa manera tan suya de tomar la circunvalación de la realidad, una carretera de ocho carriles con la que rodea las cosas que duelen y gracias a la que hace unos meses los jubilados se ahogaban en camas montadas en las lavanderías de los hospitales y los carteles decían que saldríamos más fuertes.