Juan Van-Halen | 22 de julio de 2021
Las acciones de Gobierno y el aparato propagandístico de Sánchez han sido una flagrante mentira, una máscara, una simulación, un escenario a menudo eludiendo el control parlamentario y sin preguntas en sus comparecencias públicas.
Los psicólogos aseguran que el encierro, el miedo y los demás daños colaterales del Covid-19 producen lo que llaman «fatiga pandémica» que se manifiesta principalmente en los niños y en las personas mayores. Fui un niño sin pandemias en un tiempo en el que conocimos menos los juguetes que las cartillas de racionamiento. Como persona mayor, muy mayor, he vivido el asedio de este bicho con la generalizada zozobra y algunos factores adicionales de riesgo. No hay que darle a esta «fatiga pandémica» más importancia de la que tiene un peligro tan extendido, pero me preocupa más la «fatiga sanchézmica» que nos afecta aunque haya quienes miren para otro lado o no la valoren. Mi sorpresa es mayor ante el silencio sobre esta fatiga de ciertos medios de comunicación afines o engrasados por aquellos que los utilizan con bozal.
Esta «fatiga sanchézmica» se apuntala en el virus de una mentira generalizada y reiterada, rampante y señera en todas sus cepas y circunstancias. Sánchez miente permanentemente sin sonrojo; me temo que ya no se percata de cuándo miente, y si se le escapa una verdad rectifica de inmediato para alzar una nueva falsedad que aminore el desliz del que acaso, por su pericia en mentir, le ha resultado extravagante. Circula en las redes un video en el que el presidente asegura: «Mis padres me enseñaron que lo más importante es sostener la palabra dada». Pues vaya.
La mentira le ha acompañado desde la moción de censura que le llevó a la Moncloa, apuntalada en una sentencia judicial manipulada, como más tarde reconoció la Justicia, hasta su última decisión de indultar a los golpistas catalanes, pasando por la formación de Gobierno con los comunistas, que había negado hasta horas antes engañando a sus votantes y por las soflamas semanales de sus bolivarianos Aló Presidente en las televisiones estatales, cercanas y contentadas durante los meses de obligado encierro por un Estado de Alarma ahora declarado ilegal por el Tribunal Constitucional. En cada nuevo Aló a Sánchez le seguía menos audiencia; ya cansaba. Creo que ese fue el principio de la percepción de la «fatiga sanchézmica». El ciudadano comprobó que era reiterativo, no aportaba nada nuevo y sus anuncios no se cumplían.
Las acciones de Gobierno y el aparato propagandístico de Sánchez han sido una flagrante mentira, una máscara, una simulación, un escenario a menudo eludiendo el control parlamentario y sin preguntas en sus comparecencias públicas. Todo aquel sistema de Sánchez emulador de Goebbels y de Ceausescu pasaba por estar ideado por Iván Redondo, su rasputín. En el primer Ojo avizor achaqué ingenuidad a quienes pensasen que Redondo permanecería con el aval de Sánchez como autor de su estrategia, y le definí como mercenario: «Cuando le toque caer se irá llevando a la espalda las decisiones del sanchismo y el jefe se quedará tan fresco y sin pestañear».
Como autoritario que es, y cada vez menos enmascarado, a Sánchez le pierde su decidida voluntad de invadir el resto de los Poderes del Estado. Últimamente lo ha evidenciado la reacción en tromba de miembros del Gobierno contra la sentencia del Tribunal Constitucional declarando ilegal el Estado de Alarma que tendría que haber sido Estado de Excepción porque afectó a libertades y derechos fundamentales. Debió reformarse la Ley de Medidas Especiales de Salud Pública, de 1986, para aplicarla en lugar de una Alarma ilegal o de una Excepción no deseada. Esa reforma la pidió la oposición y la aconsejó el Consejo de Estado, pero Sánchez, desde el pedestal de sí mismo, no hizo caso.
La reacción abrupta de los comunistas de Podemos ante la sentencia del Constitucional no debe sorprender; siempre han reaccionado así cuando la Justicia ha actuado en asuntos que les resultaban molestos. Lo novedoso es la reacción del Gobierno deslegitimando al Tribunal. Desde las declaraciones de la ministra de Justicia a las de la ministra de Defensa, que es juez, y consideró la sentencia «elucubraciones doctrinales».
Sánchez miente permanentemente sin sonrojo; me temo que ya no se percata de cuándo miente
Los ministros comunistas de Podemos tildaron la sentencia de «política» pero -también sus colegas socialistas- obviaron que los magistrados actuaron con independencia, de modo que la vicepresidenta del Tribunal, Encarnación Roca, considerada «progresista», votó a favor de la sentencia, mientras el magistrado Andrés Ollero, considerado «conservador», votó en contra. Respondieron con sus votos a una Justicia que todavía, aunque le pese a Sánchez, se representa con una venda sobre los ojos porque es ciega ante ideologías y presiones. En este caso, al menos, lo ha sido. Y no porque hayan faltado presiones de altura como se ha sabido después. Las polémicas públicas de los propios magistrados han dañado a la imagen de la Justicia. Ha destacado por su virulencia el magistrado Conde-Pumpido que siendo Fiscal General del Estado señaló: «las togas deben mancharse con el polvo del camino». De su camino, claro. Su sucesor Torres-Dulce declaró años más tarde: «Yo sólo me mancho la toga con el principio de legalidad y de imparcialidad».
La «fatiga sanchézmica» cansa ya demasiado y a demasiados. Desde aquel «todos a la calle, vivamos la nueva normalidad» que abrió una nueva ola de contagios, hasta la última decisión de prescindir de las mascarillas en la calle «para que se nos vea la sonrisa», prólogo de otra ola multiplicadora del virus. El 74,4 % de los ciudadanos no atendieron este consejo de Sánchez. La gente cree que es gafe. Basta que anuncie o recomiende algo para que el españolito de a pie se ponga en guardia previniendo mal fario. En España los gafes son aislados. Tras perder España contra Italia por el maldito penalti, un viejo amigo me razonaba: «¿Te imaginas una final con Sánchez en el palco de honor? Ha sido mejor así, la anticipación de la gafancia nos ha librado de males peores». Me limité a contestar, mientras tocaba la madera de la pipa: «Lagarto, lagarto».
P.D. – No iba a escribir sobre la Convención de C´s, pero Arrimadas me lo ha puesto a huevo. Ha producido alguna frase grandiosa. Por ejemplo: «No se vence a quien no se rinde». Ha leído poca Historia: sus páginas están llenas de derrotas de quienes no se rindieron. Otra: «Somos los únicos liberales», no sé si dicho por Arrimadas o por su vicario Bal. Pero en el espacio intermedio ¿quién que es no es liberal? No estamos en el XIX. Citó Arrimadas a Locke, a Montesquieu, a Adam Smith, y a Tocqueville, no sé si por lecturas o de oídas. C´s perdió el paso en Murcia. ¿Que no pacta? No es cierto, pero pactó con quien no debía. Y Arrimadas, que debió irse por vergüenza torera, se atornilló al sillón y probablemente -por ello y por ella- vivimos vísperas luctuosas para su escuálido partido.
El Gobierno de la nación funciona a golpe de propaganda, de mensajes publicitarios, de engañabobos a gran escala. Una especie de mundo paralelo al real que se aleja pavorosamente de la verdad, como si los españoles fuésemos niños a los que resultase fácil engañar.
El exportavoz de Ciudadanos en el Congreso de los Diputados afirma que el partido al que perteneció ya no tiene nada que ver con lo que fue: «Ahora hay una cosa por ahí que se llama igual, que parece que quiere abrazarse políticamente al sanchismo, que de paso liga, quiera o no quiera, con el separatismo».