Juan Van-Halen | 26 de agosto de 2021
La cuestión no era retirarse sino cómo hacerlo. Y ahí fracasó Washington y Joe Biden hizo el ridículo. Lo de Afganistán es un caos.
Faltaría a la verdad si dijese que el control de Afganistán por los talibanes me sorprendió. Pero sorprendió a Joe Biden, ese señor mayor que se cae bajando la escalerilla del Air Force One, intenta carreritas tímidas para mostrar su plenitud y se despista al hablar. Se diría que chochea. A veces parece un robot. El futuro no es él sino Kamala Harris, su vicepresidenta. La veremos a los mandos de la Casa Blanca acaso antes de concluir este mandato. Fue activista radical en su juventud. Ahora se ha largado a Asia y que se abrase Biden. Kamala es un invento de la ‘globalización’.
Washington había decidido retirar sus tropas de Afganistán, eso ya se sabía. Donald Trump lo reiteró. Estados Unidos y la OTAN empleaban demasiado esfuerzo y dólares. Un Gobierno pagado, y bien pagado, en dólares; un Ejército de más de 300.000 efectivos pagado, y bien pagado, en dólares; unas fuerzas de seguridad de miles de miembros, pagados, y bien pagados, en dólares; material militar: helicópteros, carros de combate, vehículos de todo tipo, armamento pesado e individual y munición. Todo pagado, y bien pagado, en dólares. La situación no podía mantenerse indefinidamente. Ahora todo está en manos de los talibanes y, de rebote, de los chinos. Ojo a China.
Antes de la retirada norteamericana se produjo la rusa. Entonces Washington había armado y apoyado a tribus afganas entre ellas a radicales. Luego, tras el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001, Washington decidió acabar con Bin Laden y con su plaza fuerte: Afganistán. Dio muerte a Bin Laden en su refugio de Pakistán y decidió dar el golpe de gracia al terrorismo islámico en uno de los territorios más blindados del mundo. Su ocupación fue la peor pesadilla de Alejandro Magno.
Asumido el abandono militar, la cuestión no era retirarse sino cómo hacerlo. Y ahí fracasó Washington y Joe Biden hizo el ridículo. Los servicios de Inteligencia que lograron descubrir a Bin Laden y eliminarlo fueron incapaces de valorar la capacidad operativa del Ejército mejor pagado del mundo cuya formación asumieron expertos de la OTAN, entre ellos militares españoles. España se dejó allí un centenar de vidas. En cuanto despegaron los últimos aviones con militares norteamericanos, los bien pertrechados soldados afganos desertaron. Los precedió el presidente, Ashraf Ghani, según parece con no pocos millones de dólares en efectivo.
La veteranía me ha dado alguna experiencia. Recuerdo de mis estancias en Vietnam los flamantes uniformes del Ejército de Vietnam del Sur y los uniformes, negros o caquis, de las Fuerzas de Autodefensa Popular. No actuaron cuando Washington comenzó a retirar sus tropas. Los efectivos norteamericanos se acercaron a los 550.000 soldados en algunas fases de la guerra. Ellos eran la salvaguarda y no los figurines vietnamitas. Y entonces Saigon -hoy Ciudad Hô Chí Minh- no resistió y los últimos norteamericanos y no muchos vietnamitas comprometidos abandonaron la ciudad en helicópteros desde las azoteas de algunos edificios oficiales; esas imágenes se han comparado con las del aeropuerto de Kabul. Nada que ver. Lo de Afganistán es un caos. La experiencia de Vietnam no sirvió como aprendizaje a los cerebros de Washington.
El fracasado Sánchez habló, al fin, con Biden, otro fracasado en esta crisis, que no citó a España entre la veintena larga de países que respondieron con premura a la evacuación
A Joe Biden le sorprendió la quiebra del Ejército afgano. Un presidente ingenuo a la cabeza de la que aún pasa por ser la nación más poderosa del mundo, es preocupante. Desde la humildad de españolito de a pie le daría a Biden, a toro pasado, un consejo facilón en dos fases. 1ª: La utilización a tiempo de los servicios de Inteligencia civil y militar estadounidenses para descartar sorpresas. Y 2ª: Que los últimos en abandonar Afganistán fuesen las tropas tras poner a salvo a los norteamericanos y a sus colaboradores afganos y familias. Y daría parecidos consejos al secretario general de la OTAN, Jens Stoltebberg, que fue primer ministro de Noruega y no irá de pardillo por el mundo: Inteligencia militar y contingentes plurinacionales garantizando la retirada del personal de las embajadas, de sus colaboradores afganos y sus familias.
Joe Biden, el ingenuo, se quejó de que los talibanes no cumplieron los pactos negando el acceso al aeropuerto y deteniendo a afganos con salvoconductos. La mayor ingenuidad es creer que parte de los talibanes son, por así decirlo, talibuenos. Las garantías civiles y los derechos humanos -lo aclararon los nuevos jerifaltes- se enmarcarán en la ley islámica. Ya sabemos qué esperar: una reversión de lo conseguido en los últimos veinte años. En Afganistán había gobernadoras, diputadas, alcaldesas y profesoras. Las mujeres habían estudiado, trabajaban como los hombres. Fueron expulsadas de sus trabajos al llegar los talibanes. ¿En qué país crecerá la infancia de hoy? El intento de exportar democracia allá donde no la entienden ni la quieren desemboca en fracaso. Afganistán no es una nación según la visión occidental; es un conjunto tribal, de etnias varias y sectas radicales enfrentadas desde hace siglos que comparten el lucrativo negocio del opio y la efedrina. La nación es solo un nombre.
No leo que nuestras aguerridas femiprogres vayan a emprender una cruzada en favor de la mujer afgana. No se lo he escuchado a Irene Montero ni a las lideresas concernidas. Sí leí un tuit de la ilustre Adriana Lastra asegurando que las mujeres afganas estarían seguras en España; antes en otro tuit denunciaba la inseguridad de las mujeres españolas ante el machismo. No la veremos con una pancarta en Kabul. Por lo menos esta vez no dijo que Afganistán renacerá de sus cenizas “como el gato Félix”.
Solo los ingenuos creen que existen talibuenos. Angela Merkel reunió de urgencia a los grupos parlamentarios y viajó a Moscú para saber qué opina Putin, Emmanuel Macron hizo una declaración institucional, Boris Johnson convocó el Parlamento, Mario Draghi informó en rueda de prensa. Y se decidió una cumbre del G-7. Sanchez apareció feliz, leyendo, tumbado en una playa mientras Begoña le aplicaba crema solar en la espalda. Ella de pie, inclinada en postura forzada, y él tan pancho. Un tanto machista ¿no? Luego, ante las críticas generalizadas, Sánchez se reunió en videoconferencia con los titulares de Exteriores y Defensa para saber qué ocurría. Con chaqueta pero alpargatas playeras bajo la mesa. No descarto que llevase bañador; la toma televisiva oficial era de medio cuerpo.
Los afganos a la espera en Kabul bajo protección española son aún muchos cientos. En su línea, Sánchez se apuntó los vuelos aunque no había suspendido a tiempo sus vacaciones. Y el fracasado Sánchez habló, al fin, con Biden, otro fracasado en esta crisis, que no citó a España entre la veintena larga de países que respondieron con premura a la evacuación. Ahora hablan. ¿Interés por el uso de nuestras Bases? En Washington saben que España tiene ministros comunistas. Margarita Robles se sulfuró porque la oposición pide una comparecencia de Sánchez en el Congreso. Dijo que en este momento conflictivo no vale todo. Peor momento era aquel en el que Sánchez recibía crema solar en la espalda, relajado y feliz, cuando sus colegas europeos estaban currando. Claro que no vale todo. Mientras, los talibanes -que no son talibuenos- provistos de listas negras, buscando casa por casa. Y no para regalar bombones, mister Biden.
Afganistán vuelve a ser un país compuesto por infinidad de señores de la guerra locales, incapaces de extender su mando más allá de unos cuantos kilómetros, lo suficiente para saciar su sed de dominio y controlar las riquezas naturales que posean.
Ya estamos en esa España prometida que nos vendía el PSOE como la meta de todo españolito demócrata, ese país que no se lo saltaría ni un vegano porque sería todo concordia rosa y aire puro, primera potencia del mundo cuando se indultase a los políticos independentistas.