Juan Van-Halen | 27 de mayo de 2021
El Gobierno de la nación funciona a golpe de propaganda, de mensajes publicitarios, de engañabobos a gran escala. Una especie de mundo paralelo al real que se aleja pavorosamente de la verdad, como si los españoles fuésemos niños a los que resultase fácil engañar.
La tradición se rompió hace años, pero cuando yo era niño -recuerdo ese tiempo con cierta melancolía y sin nostalgia- cada año, por Carnaval, se celebraban numerosos bailes de disfraces; sobre todo reunían a mozalbetes y jóvenes. Los hermanos mayores de las familias amigas empezaban a coquetear en esos bailes. Recuerdo uno de ellos en el entonces emblemático Círculo de la Unión Mercantil e Industrial, en la Gran Vía, con mi amigo Roberto disfrazado de mosquetero y yo de Jeromín; mi abuela había alquilado el disfraz en una sastrería cinematográfica cercana a la plaza de Antón Martín. Pasados varios decenios, coincidí con el actor Jaime Blanch y le comenté que había vestido su traje de don Juan de Austria niño en la película de Luis Lucia. Entonces esos bailes eran un divertido juego; ahora el baile de disfraces se ha trasladado a la política.
¿Qué ha sido Podemos desde su creación sino un baile de disfraces? Pablo Iglesias ha dejado testimonios de ello dada su proclividad a los excesos verbales: hay huellas en internet. Pablo Iglesias consideraba el Parlamento una reunión burguesa e inútil a la que había que acudir en camiseta, o poco menos, para desacreditarlo y que se viese que allí estaba el pueblo… Y lo hizo. En ningún Parlamento europeo sus miembros asisten de esa guisa, aunque solo sea por respeto a su historia y a lo que representan: la soberanía nacional. Pero España es diferente y ningún presidente del Congreso ni del Senado ha sabido responder a sus responsabilidades en este ámbito. Desde permitir que cada cual emplee las fórmulas de juramento más pintorescas hasta que se ofenda a sus altas funciones con vestimentas para ir de excursión. Los de Podemos iban disfrazados de pobres, o eso creían, aunque algunos de ellos se estuviesen convirtiendo en muy ricos. Los parlamentarios cobran lo suyo y pueden dedicar parte del sueldo a vestir como demanda su responsabilidad.
A ese baile de disfraces no asiste Pablo Iglesias. Se ha despojado de su disfraz habitual. Al Parlamento y a las audiencias con el rey acudía en vaqueros y a la entrega de los premios Goya, de esmoquin. El tiempo ha demostrado que lo suyo era el esmoquin
El baile de disfraces llega más allá. Hay quienes se disfrazan con togas y birretes doctorales tildados públicamente de plagiarios, mientras en otros países de la Unión Europea los ministros dimiten al ser descubierta la superchería. Pedro Sánchez aseguró, y lo recoge internet, que eso ocurriría en España; lo olvidó cuando le tocó a él; ahora el caso ha llegado a los tribunales. Y también se produce un hecho insólito en Europa: la esposa del presidente del Gobierno apadrina, desde una controvertida posición de directora de una cátedra universitaria creada para ella, junto a la titular de una Vicepresidencia y el Ministerio de Trabajo, una patronal formada como competencia de la CEOE. Otro disfraz. Una realidad falseada.
Hay un disfraz polivalente, impostado, con mil apariencias: la apoteosis de la propaganda política. El Gobierno de la nación funciona a golpe de propaganda, de mensajes publicitarios, de engañabobos a gran escala. Una especie de mundo paralelo al real que se aleja pavorosamente de la verdad, como si los españoles fuésemos niños a los que resultase fácil engañar. Sánchez trata de vendernos -¡otra vez!- que estamos a las puertas de la normalidad desde una política de vacunas que nos trae Europa y gestionan las comunidades autónomas. Se quita los problemas de encima y se apunta los hipotéticos aciertos. Sánchez es un vendedor voluntarioso e incansable. Parece un charlatán de antaño que ofreciese crecepelos en El Rastro; nadie superaría la calvicie.
La guinda de la propaganda que nos atiborra de buenas noticias es esa estrategia 2050 que ofrece a los españoles una realidad envidiable dentro de treinta años. Desde el Gobierno no saben qué rectificaciones habrá que hacer mañana, cómo resolver la mayor deuda exterior en un siglo, cómo hincar el diente al desmadre catalán más allá de conceder indultos a golpistas que no se arrepienten, qué pasos se darán para resolver el enorme paro, en parte disfrazado hoy de ERTE. Pero se nos asegura que dentro de un par de generaciones estaremos a la cabeza de Europa. Y no nos dicen cómo se conseguirá ese paraíso en la tierra a partir de lo que vivimos hoy.
En un confuso informe, lleno de corta y pega, el presidente nos promete con el horizonte de tres decenios una especie de relectura del Huxley de Un mundo feliz, del Orwell, de 1984 y del Carroll de Alicia en el país de las maravillas, en un tomo que acabará encuadernado por el BOE, que lo resiste todo. No es un disfraz, es un baile de disfraces al completo. En él encontramos napoleones, mosqueteros, diablos, brujas, angelotes, magos… Hay caballeros andantes y héroes (los propios) que se esfuerzan por conseguir el liderazgo del mundo mundial, y villanos y cuatreros (los demás) que se resisten a las bondades del presidente que, a su vez, va disfrazado de Robin Hood, el justiciero. El informe es escaso para un ensayo serio y excesivo para una novela rosa.
A ese baile de disfraces no asiste Pablo Iglesias. Se ha despojado de su disfraz habitual. Al Parlamento y a las audiencias con el rey acudía en vaqueros y a la entrega de los premios Goya, de esmoquin. El tiempo ha demostrado que lo suyo era el esmoquin. Tanto como ha quedado claro que lo suyo no era el pisito de Vallecas (que nunca abandonaría), sino el casoplón de La Navata, lujosa urbanización en Galapagar. En cuanto a su look, el disfraz eran la coleta o el moño. La apariencia actual es la real, la que siempre prefirió. Transitó por sus otros mundos para regresar, rico y famoso, al que desde el principio buscaba. Y, de paso, dejando bien situadas a sus más cercanas amistades. En un ministerio, en el Parlamento, en la dirección de un periódico digital, o en una asesoría ministerial. Exactamente 114 asesores del Gobierno acreditan ser graduados escolares y otros 210 ser bachilleres. ¿De qué asesoran tales campeones de la sabiduría? Esta situación no tiene precedentes.
El nuestro es un país favorable a aceptar disfraces. ¿Alguien se imagina a un miembro del Gobierno británico recibido en vaqueros por Isabel II en el Palacio de Buckingham? No llegaría a la antesala; amablemente, sería expulsado aunque no cerrara la puerta al salir. Pues eso.
Este 4M han hundido a Pablo Iglesias, lo han expulsado de la política y ahora veremos cómo suplica acomodo con Roures en el mundo del espectáculo.
La imagen de la veleta que cambia su dirección con el viento se queda corta para el príncipe Sánchez. Mucho puede enseñar Maquiavelo de todo ello.