Mario Crespo | 10 de octubre de 2020
Nos adelantamos a los centros comerciales y su «terrorífica» decoración de Halloween para proponer novelas, películas y hasta versos que hacen de los fantasmas algo más intenso y menos lucrativo.
El género de fantasmas -de fantasmas, ojo: no de monstruos, ni de vampiros, ni de terror a secas; esos se quedan para otra entrega- es uno de los más fascinantes de la literatura y el cine. Los fantasmas nos provocan escalofríos, aunque deberían darnos esperanza, porque son la prueba de la vida futura. A veces se divierten aterrando. Otras son seres melancólicos, bondadosos y hasta enamoradizos. Hay quien cree que los fantasmas de Halloween son una importación americana, pero los espectros, muy nuestros, siempre han estado presentes en el folclore y en la literatura. Dice Aurora Pimentel, que sabe mucho del tema, que los fantasmas nos interesan tanto porque son la memoria, y seguramente eso explica que hayan estado presentes, de una u otra forma, en todas las culturas y en todos los tiempos. Este mes traigo un libro de relatos, una obra de teatro, dos novelas, un relato, un poema y una película muy fantasmagóricos.
No hace falta resumirla, porque casi todos la habrán leído o visto alguna vez e incluso recordarán de memoria algunos versos. Quizás sí haga falta reivindicarla, porque cada vez se representa menos. Subtitulada «drama religioso-fantástico en dos partes», es una gran obra literaria, además de una tradición obligada de la víspera de Difuntos. No es solo una historia de fantasmas, claro, es mucho más: un mito universal, para empezar. Pero la escena de los sepulcros justifica sobradamente su inclusión.
Como este año estará difícil verla en un teatro, se puede seguir la costumbre revisitando la versión de Estudio Uno en el archivo histórico de TVE.
La vuelta del torno
Henry James
Libros del Asteroide
184 págs.
15,95€
En la última edición española, de Libros del Asteroide, el título se ha traducido como La vuelta del torno, que seguramente es más exacto, pero a estas alturas es difícil cambiar lo establecido. Una joven institutriz asume el encargo de tutelar a dos niños huérfanos en un caserón rural. Pronto comienza a sospechar que la influencia perniciosa que ejercen sobre los muchachos la anterior institutriz y su amante, el criado del señor, continúa tras la muerte de ambos.
Es una novela intelectual, pero eso no la hace menos aterradora. Tampoco el hecho de que nunca quede claro si los fantasmas existen o no fuera de la cabeza de la institutriz. Es lo de menos, creo. Seguramente sea la mejor novela de fantasmas de todos los tiempos. De las muchas adaptaciones al cine, mi favorita es la de 1961 (Suspense, dirigida por Jack Clayton), que se puede ver en Filmin.
Parece impropio no citar a Charles Dickens en un especial de historias de fantasmas, pero permítanme que lo reservemos para la entrega de Navidad. En su lugar, recomendaré una escritora contemporánea y colaboradora suya, aficionada como él a los cuentos espectrales: Elizabeth Gaskell.
La historia de la vieja niñera, publicado originalmente en 1852, tiene todo lo que debe tener un buen relato del género: una casa inglesa, nieve, música de órgano y una niña inquietante. En España se ha editado últimamente en dos volúmenes: en la recopilación Cuentos góticos, de Alba Editorial, que recoge varios cuentos de la misma autora; y en Damas oscuras. Cuentos de fantasmas de escritoras victorianas eminentes, de Impedimenta. En esta última editorial se puede empezar a leer el cuento.
Costa sur de Inglaterra, principios del siglo XX. Lucy, una joven viuda, se muda a un caserón que antaño perteneció al capitán Gegg y que tiene fama de estar encantado. El espectro del lobo de mar, bastante hostil, empieza a aparecerse a la nueva inquilina. Pero lo que comienza como una historia de terror acaba desembocando en el género romántico.
Dirigida por Joseph L. Mankiewicz, con una banda sonora perfecta de Bernard Herrman y una gran fotografía en blanco y negro, El fantasma y la señora Muir es una película bellísima, llena de misterio y matices. Está (solo en inglés) en Google Play.
Forma parte de Mal que bien (2019), un poemario lleno de hallazgos, y hay que recitarlo en voz baja y a media luz. No es exactamente un poema de fantasmas, o quizás sí. Lo seguro es que es un gran poema, empezando por el guiño del primer verso.
Yo me llevo de miedo con los muertos
porque les hablo y escucho. Sé
que ellos me juzgan, pero sin rencores.
Fueron examinados ya de amor
y se ponen, por tanto, en mi lugar.
En general, me aprueban; si suspendo,
me animan a la recuperación
(o a la “resurrección”, según la llaman).
Viven fuera del tiempo, y los envidio.
Viven dentro del tiempo, y no lo añoran
pero les gusta que alguien cada rato
les salude y les diga qué hora es,
qué semana, qué mes, qué año, qué siglos.
Me recuerdan las horas que no son,
señalan –porque es un deber que cumplen
con gravedad- las cosas que sí importan
que son muy pocas, y después charlamos
de todas las demás, tranquilamente.
En ocasiones nos reímos mucho.
A veces están serios, nunca tristes.
Se despiden diciendo: “Hasta muy pronto”.
Cuando al americano Hiram B. Otis le advierten de que la casa que acaba de comprar en Inglaterra está embrujada, no se preocupa demasiado. «Vengo de un país moderno», responde, «en el que podemos tener todo cuanto el dinero es capaz de proporcionar, y esos mozos nuestros, jóvenes y turbulentos, que recorren el Viejo Continente causando escándalo, esos que se llevan sus mejores actores y sus más bellas prima donnas, estoy seguro de que si queda todavía un auténtico fantasma en Europa, vendrán a buscarlo en seguida para colocarlo en uno de nuestros museos o para pasearlo de pueblo en pueblo como una atracción de feria». Sin embargo, ni toda su fanfarronería americana ni los métodos más modernos podrán derrotar al espectro travieso de Sir Simon de Canterville, un aristócrata parricida del siglo XVI.
Este libro ingenioso y divertido, planteado en su día como parodia de las novelas góticas, ha sido llevado al cine en varias ocasiones. La mejor versión es la de 1944, dirigida por Jules Dassin.
Una pelota de béisbol que cae botando, escalón por escalón. Así contado no suena escalofriante, pero pocas escenas de la historia del cine dan tanto miedo. Hay que verla para descubrir por qué.
Ambientada en una mansión de Chicago -¿por qué los fantasmas nunca escogen un apartamento de 50 metros cuadrados?-, esta película canadiense fijó muchos de los clichés del subgénero de casas encantadas. Si ha envejecido tan bien es porque no depende de los efectos especiales ni de los golpes de impacto, sino que cuenta de forma sobria una historia triste. Una historia de fantasmas. Está en Filmin.
Un repaso histórico a ese difuso grupo que son los «intelectuales». Un recorrido en el que se cruzan personajes como Julien Benda, Juan de Mairena o Melquíades Álvarez Miranda.
Llega el fin del verano con una ruta de lugares inexplorados por los aventureros. Son tan terrestres como el suelo que pisamos y mucho más humanos.