Bieito Rubido | 05 de mayo de 2021
Habrá quien diga que estos resultados no son extrapolables al resto del país. Yo estoy convencido de que sí. En España no hay millones de votantes de extremistas, la mayoría del cuerpo social es gente moderada y de centro.
La victoria electoral de Isabel Díaz Ayuso al frente de la candidatura del PP en la jornada de ayer es incontestable y confirma que algo se estaba gestando en el seno de la sociedad española. Un giro notable que representa una apuesta por una sociedad más abierta, más libre y que rechaza el abrasivo intervencionismo de la izquierda que ahora gobierna el conjunto de España. Habrá quien diga que estos resultados no son extrapolables al resto del país. Yo estoy convencido de que sí. Tal vez no en toda su dimensión, pero está claro que Madrid, como Galicia, es más parecido al resto de España, desde el punto de vista electoral, que Cataluña. La victoria de ayer es una muy buena noticia para Díaz Ayuso, pero también lo es para Pablo Casado. Entre otras razones, porque son sus apuestas renovadoras –Ayuso y Almeida— las que han dado un nuevo impulso a su partido y, por tanto, le pueden abrir nuevos horizontes en un futuro razonablemente cercano.
La victoria tiene más valor, toda vez que se superó el 76 por ciento de la participación. Ha sido una movilización francamente notable. Esa movilización explica que el PP haya conseguido casi 900.000 votos más que hace dos años, cifra nada desdeñable. Es más, logró el sobresaliente dato de distanciarse en más de un millón de votos sobre su siguiente perseguidor. En ese considerable aumento se encuentran nada menos que más de cien mil votantes socialistas, según las estimaciones de los expertos en sociometría, y muchos votantes de Ciudadanos y de Vox. En realidad, los electores no son patrimonio de ningún partido. Cuando se vive en libertad y democracia, los ciudadanos ejercen su derecho en función de muchas coyunturas y la actual de Madrid y del conjunto de España abocaban a lo que finalmente ocurrió.
Todo comenzó cuando Inés Arrimadas, mal asesorada por un tal Cuadrado y jaleada desde la Moncloa, decidió pulsar el botón nuclear y poner en marcha unas mociones de censura en aquellos lugares donde apoyaba al gobierno autonómico del PP. Ahí comenzó su declive y el aupamiento de una figura nueva y original en la política española como es Isabel Díaz Ayuso. Una mujer desacomplejada que le dice a una parte de la sociedad lo que quiere escuchar, sin necesidad de ser rehén de la dictadura de lo políticamente correcto. Por eso se atrevió a confrontar su idea de una sociedad abierta y libre frente a la propuesta del intervencionismo de la extrema izquierda que ahora mismo nos atenaza.
Pedro Sánchez tiene que tomar buena nota. En España no hay millones de votantes de extremistas. La mayoría del cuerpo social de nuestro país es gente moderada y de centro. Desde esa posición, le irrita la corrosiva gestión que este Gobierno está haciendo con la educación, con la sanidad, con los impuestos y con la convivencia. Sánchez, en realidad, no tiene nada que ver con las ideas que alentaron históricamente a la socialdemocracia. Sánchez, como Pablo Iglesias, solo tiene un proyecto personalista. Solo quieren mantenerse en el poder. Su vocación de servicio público, de defensa del bien común, es nula.
El hecho de que Más Madrid haya superado por unas décimas al viejo PSOE es la mejor demostración de que el socialismo pierde, como ya ocurrió en Galicia, cuando se coloca en el extremismo. Para eso, los votantes se van con el original, sea este extremismo independentista o comunista.
Cometeríamos un error si redujésemos lo que ocurrió en Madrid al hecho de que Ayuso apostase por la libertad de horarios o ayudase a la hostelería y al pequeño comercio. Eso fue importante, pero no definitivo. Como también tuvo notable influencia la falsa polémica sobre la violencia que agitó Pablo Iglesias. Pero lo trascendente, lo que de verdad movió a cientos de miles de ciudadanos ha sido, sin ningún género de dudas, la reacción de una parte de la sociedad ante un Gobierno autoritario y escasamente democrático como es el de Sánchez. Un Ejecutivo que gestionó mal la pandemia, peor la economía y que posee, como ninguno hasta ahora, tics despóticos y de carencia absoluta en la fe democrática y el juego limpio. Los españoles lo ven todos los días, y Madrid solo ha sido la avanzadilla.
Un buen ejemplo de cuanto decimos es la grosera utilización del CIS que dirige Tezanos: elaboró la única encuesta -con más medios que ninguna otra y pagada con dinero de todos nosotros- que pronosticó una victoria de la izquierda. El mismo Tezanos que calificó de tabernarios a los madrileños e insulta un día sí y otro también al buen sentido común de la opinión pública de este país.
En las próximas horas deberían ocurrir varias cosas: Inés Arrimadas debería dimitir como máxima responsable de Ciudadanos; Tezanos debería abandonar voluntariamente la dirección del CIS; Ayuso debería agradecer a Pablo Casado su apoyo cuando nadie creía en ella; Sánchez, finalmente, debería apresurarse en ir al centro político y serenar a la sociedad española a la que no entiende ni comprende.
Don Manuel Fraga, el viejo patrón de la derecha española, solía decir que quien no ganaba en su pueblo no merecía seguir en política y por eso él cada noche electoral exhibía su victoria en su Villalba natal. Galapagar no es la cuna de Pablo Iglesias, pero vive allí. Pues bien, apenas un seis por ciento sus vecinos lo apoyaron, mientras que Díaz Ayuso prácticamente cosechó en esa localidad la mitad de los votos escrutados. Ahora entiendo por qué Pablo Iglesias ha decidido marcharse.
Sánchez quiso que «su persona» fuera el centro de la campaña hasta que las encuestas le demostraron que era el mayor estorbo. Tantos fueron los regates en corto de la campaña socialista que ni su candidato sabía lo que representaba.
Este 4M han hundido a Pablo Iglesias, lo han expulsado de la política y ahora veremos cómo suplica acomodo con Roures en el mundo del espectáculo.