Alfonso Carrascosa | 04 de marzo de 2020
Nuestra segunda entrega de «Españoles conversos» relata la historia de Ramón Menéndez Pidal, uno de los filólogos más importantes del país, y de la religiosidad con la que afrontó sus últimos días.
Refiriéndose al Cantar de mio Cid, del cual fue el mayor estudioso del mundo, dijo: “El acta natalicia de la literatura española”. En 1854, el marqués de Pidal compró el códice ante el peligro de que saliera de España con destino al Museo Británico. Heredó el códice don Alejandro Pidal y Mon, guardador-poseedor del manuscrito, en cuya casa pudieron estudiarlo investigadores extranjeros (Karl Volmöller, Gottfried Baist, Samuel P. Huntington…) y nacionales (Fl. Janer y nuestro gran estudioso del Cantar, Ramon Menéndez Pidal).
De Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) diría Jon Juaristi: “La figura de Ramón Menéndez Pidal, que, sin demasiada exactitud, se definió él mismo en alguna ocasión como «uno del noventa y ocho», encabezó las iniciativas fundamentales de la cultura española durante casi tres cuartos del siglo XX, no sólo en el ámbito de la lingüística, la historia literaria y la historiografía, sino también en el de la literatura de creación. Sin Menéndez Pidal no habríamos tenido un medievalismo digno de tal nombre, desconoceríamos o conoceríamos muy mal la historia de las lenguas peninsulares (no sólo la del español); las obras de Américo Castro (su secuaz díscolo) y, en buena parte, la de Ortega habrían resultado gravemente mermadas y, desde luego, la Generación del veintisiete no habría dado sus extraordinarios frutos ni en la poesía ni en la crítica.
No fue un nacionalista deprimido ni belicoso. No necesitó serlo: español y liberal de una pieza, hizo suya la ética del trabajo auspiciada por los institucionistas y no escogió mal sus modelos históricos (ante todo, Alfonso X, el rey Sabio -rey católico confeso, por cierto-, creador del primer laboratorio humanístico occidental, acorde con su proyecto de un Renacimiento en lengua vulgar que se adelantó en más de dos centurias a las versiones vernáculas europeas de la vuelta a los clásicos). Si su obra fue manipulada por un nacionalismo con vocación totalitaria, es asimismo innegable que constituyó una referencia primordial para la reconstrucción de una razón ilustrada, auténticamente nacional y democrática, durante los años del franquismo, más fecundos de lo que suele reconocerse gracias a esforzadas empresas individuales o familiares como la que don Ramón sostuvo a lo largo de tres décadas que permitieron restablecer la continuidad con lo mejor de la cultura española anterior a la guerra civil”.
Este coruñés de nacimiento, hijo de asturianos, ovetense de adopción, se castellanizó en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, y fue discípulo de nada menos que Marcelino Menéndez Pelayo. Desde 1899 y hasta que se jubiló en 1939 fue catedrático de Filología Románica de la Universidad de Madrid.
En 1900 se casó con María Goyri, y de su matrimonio nacieron tres hijos, Jimena Menéndez Pidal una de ellos. En su viaje de novios descubrieron ambos la persistencia del Romancero español como literatura oral y empezaron a recoger muchos romances en sucesivas excursiones por tierras de Castilla la Vieja. También lo hizo con posterioridad en Hispanoamérica. Electo para la Real Academia Española en 1901, su maestro Menéndez Pelayo pronunció su discurso de acogida. En 1925 sería elegido presidente de dicha institución, cargo que ocuparía hasta la Guerra Civil.
Fue nombrado presidente del Comité Directivo de la Residencia de Estudiantes, al fundarse en 1910, así como director del Centro de Estudios Históricos desde su fundación y, en 1926, vicepresidente primero de la Junta de Ampliación de Estudios. Todas estas instituciones estaban al menos en parte relacionadas con la Institución Libre de Enseñanza, ideario que Menéndez Pidal conocía y compartía.
Durante su exilio tras la Guerra Civil, estuvo en Francia, Cuba y Estados Unidos, donde impartió cursos, escribió la Historia de la lengua Española, obra póstuma publicada solo en 2005. También realizó estudios históricos muy interesantes sobre gramática. Su actividad en el Centro de Estudios Históricos creó escuela, en la que se incluyen filólogos de la talla de Tomás Navarro Tomás, Américo Castro, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y Alonso Zamora Vicente. Sufrió represalias del Gobierno republicano, que lo cesó como director del Centro de Estudios Históricos.
Sobre la religiosidad de Ramón Menéndez Pidal, transcribo literalmente el contenido de un artículo de Antonio Lago Carballo: “Pérez Villanueva habla de que la muerte del doctor Marañón, a quien don Ramón quería y admiraba tanto, le impresionó por la religiosidad con que su amigo afrontó su muerte. En una conversación con Xavier Zubiri, don Ramón le declaró: «Yo he de morir cristianamente y en el seno de la Iglesia». Y hay otro significativo testimonio: el del padre Llanos en una carta al padre Errandorena: «Yo he tenido el enorme consuelo de confesar y dar el Santo Viático a nuestro común amigo don Ramón, que había pedido se le dijera una misa en su habitación, y solicitó expresamente la absolución y la Extremaunción, que le administró el padre Ramón Ceñal«. Por su parte, Julián Marías ha contado cómo un día, en los últimos años de don Ramón, este le preguntaba por la otra vida y concretaba su interés en esta conmovedora interrogación: “¿Cree usted, Marías, que podré ver a los juglares?”.
“Dios, qué buen vasallo, si hubiese buen señor”, se lamentaba aquel que recordaba las hazañas y el valor del Cid.
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