Elio Gallego | 07 de abril de 2020
Nuestra tercera entrega de la serie «Españoles conversos» nos presenta la historia de Donoso Cortés, destacado político y diplomático español del siglo XIX.
Juan Donoso Cortés (1809-1853), político, ensayista y diplomático, es una de las figuras españolas más reconocidas y prestigiosas en los ambientes cultos de su época en Europa. Y, como la mayoría de la clase ilustrada europea a la que pertenecía, se hallaba convencido de la suficiencia de la razón humana para resolver las graves dificultades sociales y políticas planteadas en su tiempo. Cierto que, con el tiempo, esta convicción se fue debilitando, y que, de liberal puro, Donoso fue evolucionando hacia un mayor escepticismo sobre la capacidad humana, en una línea cada vez más conservadora. Pero el abandono definitivo de esta confianza liberal en la autosuficiencia de la razón no se produjo hasta su conversión.
Sabemos, por lo que él mismo ha dejado escrito, que su conversión fue del siguiente modo. Estando en París, acompañando a la reina madre doña Cristina a su exilio, en 1847, comenzó a tratar a Santiago de Masarnau, compositor y pianista. Para la mirada inteligente de Donoso, Masarnau aparece como un «hombre sencillo, recto, poco brillante»; y, sin embargo, percibe en él algo distinto, algo más que un mero aspecto de su carácter. Qué es, Donoso no lo sabe, pero percibe que es algo excepcional y que él, aunque le gustaría, no lo posee.
Por su intensa y exitosa carrera política y diplomática –París, Moscú, Berlín-, Donoso ha conocido a los hombres más importantes y brillantes de su época, pero en ninguno había percibido lo que ahora percibía en este hombre «sencillo» y «poco brillante».
La curiosidad despertada, lejos de ceder, se hacía cada día más intensa y aguda. Hasta que un día se decidió a preguntarle. Los dos –le dijo Donoso- somos buenas personas, hombres honrados, pero en Vd. «esto» es distinto, de otra forma, ¿por qué? «En efecto –le respondió Masarnau-, Vd. es un hombre honrado –le dijo- y yo también soy un hombre honrado; pero hay en mi honradez algo que la hace superior a la suya –es verdad, y ¿a qué se puede deber?», preguntó con toda sencillez Donoso. La respuesta lo dejó sorprendido, al tiempo que se le grababa a fuego: «A que yo he permanecido cristiano, mientas que Vd. ya no lo es».
¿Cómo podía ser que él, Donoso, que «se hubiera dejado matar por Cristo» si le hubieran puesto en la tesitura de tener que apostatar o renegar de él –como así confiesa-, él, un hombre de buenas costumbres y práctica religiosa habitual, no fuese cristiano? Y, sin embargo, sospechaba que en esas palabras fuertes, clavadas en lo más profundo de su ser, había una verdad. Cierto, no lo era, pero ¿qué le faltaba? La muerte de su hermano Pedro, poco tiempo después, también un hombre de Dios, y los días que le cupo pasar con él, terminaron de responder a su pregunta.
Donoso descubrió la gracia. Y con la gracia la naturaleza, y con una y otra la necesidad que esta tiene de aquella. Con este descubrimiento se iluminó su experiencia política con una claridad y una convicción no tenidas hasta entonces: lo que es verdad para el hombre individual es verdad igualmente para las sociedades políticas. Y de igual modo que todo hombre necesita de Dios para obrar el bien y salvarse, análogamente también los pueblos, sus leyes e instituciones necesitan de la gracia para su salvación. Dejó de ser liberal, y comenzó a pensar la política desde una razón iluminada por la fe.
Conoce la historia de otros ilustres personajes que encontraron la fe:
Alejandro Lerroux, político
Ramón Menéndez Pidal, filólogo
Tras una juventud anticlerical, Alejandro Lerroux protagonizó una historia de conversión favorecida por el contacto con personajes como el cardenal Herrera. Abrimos con él nuestro ciclo «Españoles conversos».
Nuestra segunda entrega de «Españoles conversos» relata la historia de Ramón Menéndez Pidal, uno de los filólogos más importantes del país, y de la religiosidad con la que afrontó sus últimos días.