Jesús Montiel | 15 de marzo de 2020
No escuchamos la realidad porque la manipulamos. Es decir, usamos las cosas para nuestros propios fines.
Estoy fregando los platos y los escucho. No paran de hablarme, se comunican. Las cosas son un lenguaje que se escucha cuando uno no vive ocupado consigo mismo. Uno las oye si se calla. Pasa lo mismo con las personas: noto que la gente conversa conmigo de un modo distinto desde que vivo menos pendiente de mí.
El otro día, un conocido me relató los temores que alimentaba acerca de su salud, revelando una fatal hipocondría. Hasta el momento me había parecido alguien despreocupado, pero entonces se descubrió inseguro, víctima de la aprensión. Pensando este misterio, me di cuenta de que jamás me había hablado así porque nunca antes yo lo había escuchado. En la conversación, si renunciamos al protagonismo, la lengua del otro se desata al percibir en nosotros una escucha sin fingimientos. Porque las personas que nos rodean necesitan ser consideradas. También las cosas: estos platos que enjabono.
La práctica de la oración del corazón me ayuda a ver que vivo sordo: cuando uno se detiene, descubre que no es que la realidad sea muda, sino que uno vive con un tapón en los oídos. Es un excelente otorrino, mi banquito de madera. No escuchamos la realidad porque la manipulamos. Es decir, usamos las cosas para nuestros propios fines. Puedo fregar los platos buscando un premio afectivo, un cambio en la actitud de mi mujer tras una discusión, o puedo fregar los platos sin esperar una recompensa, sin ni siquiera buscar una propina espiritual. Entonces veré los platos de verdad, porque la realidad ha dejado de ser mi mayordomo.
La oración del corazón muscula la percepción de lo que ocurre sin mí, a pesar de mí, más allá de mí. Cuando se combate este cerumen que nos impide la percepción, lo que muchas tradiciones llaman ego, entonces se escuchan los platos que enjuagamos en la cocina, el rostro de un hijo, los árboles de la calle que atravesamos, lo que nos dice un sufrimiento, una luz de la casa. Todo exclama una Presencia. Suena Amor, la realidad. No estoy teorizando, sino contando lo que me pasa: que soy distinto porque empiezo a escuchar las cosas que me rodean. Los platos que friego.
Hay sucesos de nuestra vida, los más importantes, que nadie comprenderá por más que nos expliquemos.
El truco para escapar de la costumbre es amar la costumbre. Entonces todo es nuevo aun siendo lo de siempre.