Isidro Catela | 22 de junio de 2019
El Sínodo de la Amazonía, que se celebrará en octubre de 2019 en el Vaticano, invita a acoger “la espiritualidad indígena como fuente de riqueza cristiana”.
La Iglesia católica, es decir, universal, no deja a nadie indiferente. En su misma catolicidad lleva la enorme ventaja de quien nada de lo humano vive como ajeno y, en ocasiones en esa catolicidad también, carga el peaje de que a todos importe y de que muchos toquen de oído cuando de ella hablan.
Con la presentación del documento de trabajo (Instrumentum Laboris) del próximo Sínodo, se ha vuelto a abrir la caja de Pandora y ha aparecido de nuevo una gran oportunidad para proponer las cuestiones eclesiales urbi et orbi. Por desgracia, las prisas propias de nuestro oficio han convertido a muchos de la noche a la mañana en expertos en sacerdotes en la Amazonía, en el celibato, en curas casados y en la Pachamama.
Conviene leerse el texto para poder hablar con criterio. Parece obvio, pero nuestra era del fragmento no lo pone fácil. Se trata de un documento de trabajo para el Sínodo que, con el título Amazonía: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral, estará dedicado a la región panamazónica y tendrá lugar en el Vaticano, del 6 al 27 del próximo mes de octubre.
Ya lo habrán padecido. El foco mediático de estos primeros días solo ha iluminado la discusión abierta sobre la posibilidad de recuperar la primitiva figura de los viri probati; aquellos hombres de probada virtud, en expresión proveniente de la Primera Epístola de Clemente (44,2), retomada por la Lumen Gentium en el Concilio Vaticano II, con la que el derecho canónico se refiere a los hombres casados de vida cristiana madura y contrastada, a los que, de modo extraordinario, se admitiría a la ordenación sacerdotal.
Nada nuevo bajo el sol eclesial y, sobre todo, nada que tenga que ver, como se ha dicho de forma surrealista en algunos púlpitos mediáticos, ni con que los curas se vayan a poder casar, ni con el sacerdocio femenino, ni con la cuestión del celibato, de la que por cierto se hace un encendido elogio en el documento.
Debemos escuchar el latido de una tierra que nos es lejana y que debe ser comprendida para poder responder a sus necesidades desde la conversión pastoral que propone Francisco
Entre tanta cáscara afuera, el texto ofrece adentro algunas nueces, en forma de propuesta abierta, sobre la posibilidad de que los mencionados viri probati pudieran ser ordenados sacerdotes excepcionalmente, para responder a la necesidad pastoral de un territorio que, como podemos suponer, es particularmente complicado. Se refiere literalmente a la posibilidad de ordenar varones “ancianos, preferentemente indígenas, respetados y aceptados por su comunidad, aunque tengan ya una familia constituida y estable”.
A continuación, el Instrumentum Laboris abre también la posibilidad de “identificar el tipo de ministerio oficial que puede ser conferido a la mujer, teniendo en cuenta el papel central que hoy desempeña en la Iglesia panamazónica”. Aquí los exégetas más equilibrados han afirmado que se está poniendo sobre la mesa, de forma implícita, la cuestión del diaconado femenino.
En todo caso, la hojarasca sobre los supuestos sacerdotes de la Amazonía y las posibles diaconisas no nos ha dejado la profundidad de un documento rico y variado que merece la pena leer con atención. Como borrador que es, le falta recorrido, precisión y pulir un buen puñado de cuestiones, entre ellas las mismas que hemos señalado, pero apunta de forma sugerente hacia un horizonte que, metodológicamente, divide en tres grandes partes y que, de forma valiente, nos invita a acoger “la espiritualidad indígena como fuente de riqueza cristiana”.
La primera parte está dedicada a escuchar el latido de una tierra que nos es lejana en muchos aspectos y que debe ser comprendida para poder responder a sus necesidades desde la conversión pastoral que propone el propio papa Francisco.
En la segunda nos acerca la conocida propuesta de una “ecología integral”, que aborde todos los aspectos de la vida humana, no solo algunos, y su relación con la Creación. Aquí se retoma la cuestión de la conversión ecológica que tantas veces hemos escuchado en labios de Francisco, a partir sobre todo de la publicación de la Laudatio si, y en la que ya se nos tiraba de las orejas por la irresponsabilidad que tantas veces mostramos con las llamadas cuestiones ecológicas.
La tercera y última parte del documento se adentra en los desafíos y esperanzas que tiene por delante una Iglesia con rostro amazónico y misionero, que ha de ser valiente en la proclamación profética del Evangelio, que esté fuertemente implicada en la defensa sin fisuras de la Creación y de los pueblos indígenas, que desde su fecunda tradición tienen mucho que enseñarnos a los que tantas veces usamos (y abusamos) de los bienes que Dios ha puesto en la Tierra.
A ver si es posible y, en estos meses presinodales, aprovechamos los árboles para poder ver mejor el bosque amazónico. Especialmente, los claros del bosque, que, en feliz metáfora de María Zambrano, se abren en la espesura inicial que en ocasiones existe entre cielo y tierra.