Javier de la Peña | 24 de junio de 2020
Una de las grandes figuras de la Generación del 98, Ramiro de Maeztu, protagoniza la quinta entrega de la serie «Españoles conversos». Su evolución intelectual terminó con su fusilamiento en los primeros meses de la Guerra Civil.
Ramiro de Maeztu y Whitney (Vitoria, 4 de mayo de 1874–Aravaca, 29 de octubre de 1936) fue uno de los principales escritores españoles del cambio de siglo. Formó, con Azorín y Baroja, el grupo llamado de Los tres, germen de la Generación del 98. Fue académico de la Academia Española y de la de Ciencias Morales y Políticas, y embajador de España en la República Argentina entre 1927 y 1930.
De madre inglesa, lo que influyó decisivamente en su formación, hablaba el inglés tan bien como el español. Después de ejercer diversos oficios (en París y también en La Habana, donde trabajó como lector, para los obreros de una fábrica de tabaco, de obras de Pérez Galdós -a quien admiraba- y de otros autores), regresa a España en 1894 y empieza a publicar artículos en diversos periódicos, comenzando su trabajo de escritor y ensayista por el que ganaría fama.
Una anécdota que él cuenta, de esos años, se refiere al estreno de una obra de Galdós: «Varios sucesos concurrieron al éxito de un drama antirreligioso llamado Electra, escrito por Galdós, nuestro gran novelista. Fui uno de los escritores jóvenes que asaltaron el escenario del Teatro Español para aclamar al autor. Mas, para mostrar que mi actitud no se debía a anticlericalismo, sino puramente a respeto literario por Galdós, escribí y publiqué en aquellas semanas el elogio de las jóvenes que preferían la vida del claustro a la del mundo, tesis antagónica a la de Electra».
Habré tardado unos veinte años en buscar el camino que san Agustín hizo de un vuelo en diez minutosRamiro de Maeztu
En 1905, viajó a Inglaterra como enviado de La correspondencia de España. Allí -en Londres- pasa quince años y se casa con una dama inglesa, matrimonio del que nació un solo hijo. En esos años también viaja a diferentes países y, al estallar la Primera Guerra Mundial, visita los frentes de Francia, Italia y Bélgica. Hombre de acción, de carácter vehemente, férreo defensor de sus ideales, en sus escritos iniciales su pensamiento está cercano a la filosofía de Nietzsche y al socialismo radical, pero durante su estancia en Inglaterra experimenta un profundo cambio y un mayor acercamiento al catolicismo, por influencia, entre otros, de T. E. Hulme, G. E. Moore y del barón Von Hügel, de quien cuenta lo siguiente: «Me mostró la posibilidad de conciliar la más absoluta tolerancia para todo el que sinceramente profesa una idea, con la piedad más exaltada […] En cuantas ocasiones pude oírle, adoptaba Von Hügel el punto de vista del conferenciante y lo defendía con calor, para mostrar en seguida la necesidad de un criterio contrario complementario y explicar que en la religión católica se armonizaban uno y otro en un punto de vista superior. Me pareció una fuente inagotable de sabiduría, de libertad de espíritu, de caridad intelectual y de fe viva».
Aunque nunca había perdido la fe del todo, como afirmaba: «Es probable que de no haberme puesto a estudiar filosofía, no hubiera llegado nunca a preguntarme en serio si era católico o no lo era, porque el periodismo es dispersión del alma, y a fuerza de ocuparme cada día de temas episódicos, se me pasaba el tiempo sin reflexionar nunca en los centrales, por lo que habré tardado unos veinte años en buscar el camino que san Agustín hizo de un vuelo en diez minutos».
En 1919, se instala en Madrid y sigue escribiendo y colaborando con diversos medios. Se convierte en defensor a ultranza del catolicismo, la tradición y la noción de hispanidad, tres puntales inseparables en el pensamiento último de Maeztu. Vuelve su mirada a Menéndez Pelayo y afirma, en un artículo publicado el 18 de mayo de 1933: «Ya está llegando la hora de persuadirnos de que la antigua España tenía razón, y con ella su gran defensor, don Marcelino, cuando hizo de la Teología la ciencia universal y enciclopédica, porque solo de ella pueden derivarse un derecho, una política, un arte y un modo de vivir a los que los hombres se acomoden de modo permanente».
En 1934, en Defensa de la hispanidad, afirma también: «Nuestro pasado nos aguarda para crear el porvenir. El porvenir perdido lo volveremos a hallar en el pasado. La historia señala el porvenir». En otro lugar, además, añade: «Así hemos vuelto a España, que fue nuestro punto de partida. Al fin de todo ello me encuentro con que mi Patria perdió su camino cuando empezó a apartarse de la Iglesia, y no puede encontrarlo como no se decida de nuevo a identificarse con ella en lo posible. Es mucha verdad que en los siglos de la Contrarreforma sacrificó sus fuerzas a la Iglesia, pero esta es su gloria, y no su decadencia. Dios paga ciento por uno a quien le sirve. Ya nos había dado, por haberle servido, el Imperio más grande de la tierra, y si lo perdimos a los cincuenta años de habernos abandonado a los ideales de la Enciclopedia, debemos inducir que la verdadera causa de la pérdida fue el haber dejado de ser, en hechos y en verdad, una Monarquía católica, para trocarnos en un estado territorial y secular, como otros estados europeos.
Algunas veces, en el curso de mi vida, sobre todo en los años de mi residencia en el extranjero, me ha asaltado el escrúpulo de no hacer por España todo lo que podía, y ha sido este reparo el que me ha hecho volver a mi patria cuando tenía cierto nombre fuera de sus fronteras. Ahora tengo a menudo el remordimiento de no dedicar a la Religión buena parte del tiempo y del pensamiento que pongo en las cosas de mi patria. Lo que me consuela es haber hecho la experiencia de la profunda coincidencia que une la causa de España y la de la Religión católica. Ha sido el amor a España y la constante obsesión con el problema de su caída lo que me ha llevado a buscar en su fe religiosa las raíces de su grandeza antigua. Y, a su vez, el descubrimiento de que esa fe era razonable y aceptable, y no sólo compatible con la cultura y el progreso, sino su condición y su mejor estímulo, lo que me ha hecho más católico y aumentado la influencia para el mejor servicio de mi patria».
Al proclamarse la república en España, expresa con firmeza su oposición y, trece días después del comienzo de la Guerra Civil, es detenido. Muere fusilado el 29 de octubre -tal vez el 2 de noviembre-, en Aravaca (Madrid).
Conoce la historia de otros ilustres personajes que encontraron la fe:
Alejandro Lerroux, político
Ramón Menéndez Pidal, filólogo
Juan Donoso Cortés, político y diplomático
San Ignacio de Loyola, soldado y fundador de la Compañía de Jesús
Francisco de Asís Lerdo de Tejada
San Ignacio de Loyola protagoniza la cuarta entrega de la serie «Españoles conversos». El soldado que fundó la Compañía de Jesús.
Nuestra tercera entrega de la serie «Españoles conversos» nos presenta la historia de Donoso Cortés, destacado político y diplomático español del siglo XIX.