Juan Van-Halen | 07 de septiembre de 2021
Un tipo educado, inteligente, que parecía saber lo que quería y que se consideraba «un sincero y leal amigo de España».
Hablé con Sadam Husein dos veces. La primera, largamente, en Bagdad en octubre de 1973 y la segunda en Madrid en diciembre de 1974. Pidió verme a través de su Embajada y acudí sabiendo ya desde aquella primera entrevista de hacía un año que era un hombre inteligente, culto -autor de varias novelas y poemarios-, apasionado sin aparentarlo, atento a los detalles y amigo de España. Sentía una admiración declarada por Franco. No mucho antes había regalado a nuestro país el cargamento de 35.000 toneladas del petrolero Ain Zalah construido en España. No sé si es prudente recordar todo esto tras sus errores y su ejecución, pero es la verdad.
Cuando llegué, Bagdad era una ciudad oficialmente en guerra con las particularidades, cautelas y molestias que ello suponía. Irak no había aceptado el alto el fuego tras la llamada guerra del Ramadán. Emilio Martín, embajador de España en Bagdad, me había dicho meses antes en Madrid que el hombre fuerte de la revolución de 1968, Sadam Husein, era una de las personalidades más interesantes del mundo árabe. «Dará mucho que hablar», me dijo. Y no falló su olfato de veterano diplomático, pero ni el embajador ni yo supusimos que tanto.
El lugar donde la leyenda sitúa el Paraíso, entre el Tigris y el Eúfrates, Irak, había vivido una turbulenta y sangrienta historia desde su independencia en 1921. No muchos años después comenzaron los cuartelazos. Raschid desterró al regente Abdul Ilah en 1941 y fue derrotado meses más tarde por tropas británicas, pese al apoyo italo-alemán. En 1943 Irak declaró la guerra al Eje. En 1958, tras un periodo de Federación de Reinos que unió el país a Jordania, el procomunista Karim Kassem proclamó la República en un golpe militar. El rey Feisal II -veinte años-, el antiguo regente, Abdul Ilah, y el primer ministro El Said fueron asesinados. En 1959 el joven Sadam Husein saltó por primera vez a la prensa al formar parte del comando que ametralló el coche de Karim Kassem, que resultó herido. Sadam recibió un balazo, se escondió, y huyó a El Cairo. En el Egipto de Nasser estudió Derecho y se dice que trabajó para la CIA, leyenda que le acompañó siempre, sobre todo tras declarar la guerra a Irán. En El Cairo se formó en el nasserismo.
En 1963 nuevo golpe de Estado; Karim Kassem fue fusilado. Sadam pasó a dirigir el aparato de Seguridad Interior. El golpista Salam Aref tampoco murió en la cama. Le sustituyó su hermano Rahman, depuesto en 1968 por un golpe en el que ya figuró Sadam entre bastidores. El mascarón fue el general Ahmd Hassan El Bakr, pariente de Sadam, nombrado presidente. Sadam se convirtió en vicepresidente de la República y del Consejo de la Revolución. En 1979, en un golpe de palacio, El Bakr fue empujado a dimitir y Sadam ocupó el poder absoluto. Unos años antes, cuando el mundo ya sabía quién era el hombre fuerte de Irak, se produjo mi encuentro con él, casi tres horas, que, según me aseguró a su imicio, deseaba fuese una conversación «cordial, sincera, un diálogo entre amigos».
La verdad es que me sorprendió tanto como al embajador Martín que Sadam me recibiera sin haberse cumplido una semana de mi llegada a Bagdad. El embajador me había adelantado que me lo tomara con calma. Entonces Sadam solo había concedido una entrevista a la prensa extranjera, precisamente aquel mismo año, a la periodista norteamericana Georgie Anne Geyer. Me dijo que yo era el primer periodista español que recibía. Era grande su interés por España y su Historia, tema con el que comenzó la conversación.
Cuando el mundo ya sabía quién era el hombre fuerte de Irak, se produjo mi encuentro con él, casi tres horas, que, según me aseguró a su inicio, deseaba fuese una conversación «cordial, sincera, un diálogo entre amigos».
Sadam me recibió en su despacho del Palacio de Congresos, a las afueras de Bagdad. Vestía un traje gris oscuro de impecable corte, lejos aún del uniforme militar, y hablaba lentamente, como mimando las palabras. Sus ojos eran vivos, negros, y su mirada penetrante. Durante la entrevista -solos Sadam, el intérprete y yo, y en un primer momento el fotógrafo- me ofreció una y otra vez naranjada y te. Su obsesión era el error de los países árabes que habían aceptado el alto el fuego. Se mostró partidario de una guerra larga: «Si se hubiese continuado una guerra larga se hubiese prestado una atención especial a nuestros puntos de vista». «En los cálculos políticos y militares hay fases que son determinantes; su resultado juega un papel decisivo en la marcha de la guerra», dijo. Y añadió: «Es deber del jefe político o militar dejar que esas fases determinantes desempeñen su papel, importante también tras la lucha, momento tan decisivo como el de la propia batalla».
Definió su política como «la formación de una sociedad socialista y democrática». «La consolidación de la unidad nacional y la democracia, así como la consolidación del caudillaje del partido árabe socialista Baas (Renacimiento), son pasos hacia el progreso», dijo. Sobre el problema kurdo, aseguró que «el objetivo es dar a los kurdos autonomía propia dentro del marco de la República de Irak» e insistió en que Irak «está al lado de los países amantes de la paz y de la libertad, y en contra de aquellos que quieren oprimir a los demás y esclavizarlos», al tiempo que señalaba: «nos consideramos paladines en el empleo del petróleo como arma de guerra». Para Sadam el objetivo era crear la nación árabe: «la sangre de los soldados iraquíes no ha sido derramada en defensa del territorio de Irak, sino en defensa del Golán y del Sinaí». Se mostró muy satisfecho de la participación del ejército iraquí en la guerra del Ramadán, en la que contribuyó con más de sesenta mil soldados en el frente sirio y unidades aéreas en la batalla del Canal. Hablamos sobre la reciente guerra, sobre Israel, sobre la postura de Estados Unidos, sobre el porvenir de Europa y sus retos.
El futuro contemplaría sucesivas depuraciones en las filas del partido único; la masacre de los kurdos; la larga guerra contra Irán que Sadam inició parece que de acuerdo con Washington; la invasión de Kuwait en la que él supuso la pasividad de Estados Unidos; la enviada norteamericana, la diplomática Catherine Glaspie, se mostró ambigüa ante Sadam sin definir cual sería la reacción de Washington ante un conflicto. Luego la derrota, la paz, las resoluciones de la ONU y sus incumplimientos, la nueva guerra contra una coalición internacional que buscaba armas de destrucción masiva que no se encontraron pero que para la Inteligencia occidental existían o habían existido.
En definitiva, el creciente endiosamiento de Sadam y el culto a la personalidad desembocaron en el sueño roto de esa paz, esa libertad y esa democracia de la que Sadam me habló, aunque no dudé de que su concepto de democracia era parecido al de las llamadas «democracias populares» de más allá del Telón de Acero, pese a que él era un furibundo anticomunista. Liberalizó el país a su manera, reconoció un papel social a la mujer, desconocido hasta entonces, con ministras, catedráticas y lideresas de opinión, y aceleró un calculado laicismo. Muchas de sus medidas inquietaron a un islamismo que él utilizaría a su favor en las guerras de 1990 y 2003.
En la segunda conversación, en Madrid, hablamos más de Historia que de política. Y de España y la presencia árabe de siglos. Había leído el Quijote, poesía andalusí y una edición francesa de discursos de José Antonio Primo de Rivera, por el que se interesó. Se consideraba «un sincero y leal amigo de España». Me dijo que había pedido visitar el Alcázar de Toledo, gesta que le impresionaba «por su heroísmo y el asesinato execrable del hijo de Moscardó». Irak ya se nutría de infraestructuras, armas, municiones, helicópteros y barcos españoles. En 1978 el Gobierno de Suárez le concedió el Collar de la Orden del Mérito Civil. Un decenio después todo cambió y Sadam resultó ser el malo de la película. Pero yo recuerdo a un tipo educado, inteligente, que parecía saber lo que quería. Se equivocó. Y a mi juicio, sus antiguos aliados le engañaron.
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