Javier Varela | 01 de mayo de 2019
Perdió la vida en una carrera que no quiso correr y que no debió celebrarse.
La leyenda de Ayrton Senna sigue muy presente en los circuitos de la Fórmula Uno, aunque este 1 de mayo se cumplan 25 años de su fallecimiento en el Gran Premio de San Marino de 1994. El piloto brasileño no solo llegó a ser tricampeón del mundo, sino que se convirtió en una referencia por su carisma, su osadía, su manejo del monoplaza, su rivalidad sana con Alain Prost y su fe inquebrantable en Dios, que descubrió gracias a su pasión.
Aquel 1 de mayo de 1994, con 34 años, Ayrton Senna tomó la curva Tamburello del circuito de Imola a 310 kilómetros por hora en la séptima vuelta de la carrera. Aquella fue su última curva y su paso a la inmortalidad. En un mundo como el de la Fórmula Uno, en el que las vanidades están a la orden del día, el piloto brasileño fue un ejemplo de todo lo contrario.
Seis años antes de su fallecimiento, en el GP de Mónaco de 1988, tuvo un accidente que le cambió la vida. Aquel choque sin consecuencias graves le hizo formularse muchas preguntas sobre las cosas que tenía y cómo Dios había influido en él. “Aquel accidente no fue solo un error de pilotaje, fue una señal de que Dios estaba allí esperándome para darme la mano”, recordó tiempo después.
Ese mismo año logró el título mundial en la carrera de Japón, en la que se pasó las últimas vueltas rezando y dando gracias a Dios por lo que estaba a punto de conseguir. “Rezaba, agradeciendo a Dios que iba a ser campeón mundial. Cuando, concentrado al máximo, abordaba una curva de 180 grados, vi la imagen de Jesús, grande, allí, suspendida, elevándose hacia el cielo. Este contacto con Dios fue una experiencia maravillosa”, confesó. Aquellas palabras las convirtió en hechos y era habitual verlo rezar antes de subirse al coche en cada carrera, leer pasajes de la Biblia y colaborar con causas benéficas en su país natal.
#OnThisDay in 1985, a legend began…
The first of 41 spellbinding wins for the great Ayrton Senna ?
☔️ Flawless performance in the rain
⏱ Finished a minute ahead of second place
? Lapped everyone else #F1 @ayrtonsenna pic.twitter.com/BgyeivN7JC— Formula 1 (@F1) April 21, 2019
Seis años después de conquistar su primer título, perdió la vida en una carrera que no quiso correr y que no debió celebrarse. Aquel GP de San Marino siempre será recordado por la trágica muerte de Ayrton Senna, pero horas antes perdió la vida Roland Ratzenberger durante la clasificación. El piloto austriaco perdió el control de su Simtek Ford y se estrelló contra el muro cuando circulaba a más de 300 km/h. Aunque fue trasladado al hospital Maggiore de Bolonia, falleció horas más tarde. Según las leyes italianas, cuando en una actividad deportiva fallece alguien debe suspenderse la competición, pero inexplicablemente el GP se disputó.
La imagen del Williams FW16 destrozado, con el número 2 de Ayrton Senna en el carenado, ya es parte de la historia. Tras el brutal impacto, el coche azul y blanco del brasileño quedó sin las dos ruedas del lado derecho y sin buena parte de la carrocería de ese lado. Dentro del monoplaza hecho añicos se veía el característico y ya mítico casco amarillo del piloto brasileño que no pudo salvarle la vida.
Aquel accidente no fue solo un error de pilotaje, fue una señal de que Dios estaba allí esperándome para darme la manoAyrton Senna
Dentro de lo que quedaba del habitáculo, un Ayrton ya sin vida fue trasladado de inmediato en helicóptero al hospital de Bolonia, con la esperanza de evitar lo ya inevitable, y minutos después se comunicó la noticia de su fallecimiento como consecuencia de una fractura de cráneo provocada por una varilla de la suspensión que había atravesado el visor de su casco amarillo. Cuando los comisarios sacaron a Senna del habitáculo, encontraron una bandera de Austria que llevaba el brasileño. Quería ganar la carrera y dedicar la victoria a Roland Ratzenberger.
La noticia de la gravedad del accidente corrió como la pólvora entre los aficionados que estaban presenciando el GP por la televisión, en el propio circuito de Imola y en el paddock, donde las caras de pilotos, jefes de equipo y comisarios lo decían todo. Pero los pilotos en pista desconocían el trágico destino de su rival. Fue en el podio donde Michael Schumacher, que había ganado la carrera, y Nicola Larini y Mika Hakkinen, segundo y tercero, se enteraron de la gravedad del accidente de Senna.
Oficialmente, no se conoció su muerte hasta por la tarde, aunque todo el mundo sabía que había fallecido. Aquel fue el podio más triste de la historia de la Fórmula Uno. Una pérdida que, como confesó años más tarde Michael Schumacher, estuvo a punto de retirarlo de la Fórmula Uno.
Ayrton Senna empezó a pilotar con cuatro años, cuando su padre, Milton, le regaló un pequeño kart con un motor de un caballo de potencia. Desde entonces no paró de acelerar hasta aquel 1 de mayo de 1994. Entonces, estaba considerado como el mejor piloto de automovilismo del planeta. Compitió en Fórmula Uno para los equipos Toleman, Lotus, McLaren y Williams, con los que había ganado el Mundial en 1988, 1990 y 1991 y dos subcampeonatos en 1989 y 1993.
Su palmarés se completa con 41 victorias -seis de ellas en el Gran Premio de Mónaco, récord para el evento-, 80 podios y 65 pole positions en tan solo 162 carreras. Su excompañero de escudería Damon Hill confesó en 2014 que “Ayrton Senna era la Fórmula Uno. Podía manejar como un dios. De hecho, era a Dios a quien adjudicaba su genio, y había desarrollado un carácter casi mesiánico”.
Su fe inquebrantable era tal que pidió que sus restos mortales descansaran bajo una frase que lo acompañó en su vida: “Nada puede separarme del amor de Dios”. Ayrton Senna, una leyenda que pilotaba para Dios.
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