Carmen Sánchez Maillo | 02 de octubre de 2020
Deseamos que pase pronto el tiempo de coronavirus, principalmente para que no mueran ni enfermen más personas, pero también para poder abrazar a nuestros amigos, para comportarnos con naturalidad, para vernos y tratarnos a «cara descubierta».
Siempre me ha resultado muy sugerente y digno de mayor interés y estudio el «lenguaje no verbal», esto es, lo que comunicamos sin palabras: la expresividad del rostro, y todo lo que la mirada, la gestualidad de la cara, los ojos y la sonrisa, expresan de cada uno nosotros sin apenas darnos cuenta, dando pistas muy ciertas de nuestro estado de ánimo, emociones o sentimientos, todo ello sin despegar los labios, ni pronunciar palabra alguna.
Ya dijo Cicerón que «la naturaleza, en tanto doblegó para que pasten a los demás seres animados al hombre le puso derecho, haciendo que mirase al cielo como a la antigua sede de su parentela; le conformó la cara de tal suerte que puede expresar en ella los más recónditos sentimientos, lo que llamamos rostro».
El hecho de ser bípedos nos pone en pie, haciendo que podamos levantar la cara, que atisbemos el horizonte, que nos hagamos muchas preguntas, pero dejando a la vez traslucir en nuestro rostro lo más profundo que llevamos dentro. Los seres humanos no sólo tenemos voz sino palabra, y no tenemos hocico sino boca, que cuando enseña los dientes no es para amenazar como hacen los animales, sino para sonreír a nuestros semejantes, que son capaces de captar la sonrisa como gesto de complicidad, de alegría y de asentimiento profundo. De hecho, a quien conocemos bien, no hace falta que diga nada, basta su semblante para captar su estado de ánimo.
Nuestra lengua, pródiga en refranes y dichos, es también depósito de sabiduría popular, no en vano aseguramos que: «la cara es espejo del alma» y cuando nos contrariamos «torcemos la cara» o ponemos «cara de pocos amigos”, cuando no ponemos «cara de vinagre, de perro, o de acelga». Ciertamente hay personas con «dos caras», y cuando queremos ser discretos no hay otro remedio que poner «cara de póker», huimos o desconfiamos de aquellos que tiene la mala costumbre de «no mirar a la cara», por no decir que todos conocemos a personas reprobables a quienes «no se les cae la cara de vergüenza».
Esta sabiduría intuitiva del lenguaje no verbal que a través de la cara ayuda a conocer el alma humana, desgraciadamente se ha venido al traste con la pandemia mundial, pues el uso generalizado de la mascarilla impone la censura al rostro, limita el gesto y frena la comunicación rica del ser humano.
¿Qué rostro se esconde tras la mascarilla? No lo sabemos. Este curso no puedo llamar por su nombre a mis alumnos, porque me resulta casi imposible distinguirlos, cierto que nos quedan los ojos, pero sin los demás rasgos de la cara, sólo los ojos nos devuelven un enigma, resulta difícil saber si se aburren, o les interesan mis clases, si sonríen o bostezan tras la mascarilla, o si debo cambiar mi discurso y provocarles más para que sigan atentos al razonamiento.
Por muchas razones, deseamos que pase pronto el dichoso tiempo de coronavirus, principalmente para que no mueran ni enfermen más personas, pero también para poder abrazar a nuestros amigos, para comportarnos con naturalidad, para vernos y tratarnos «cara a cara» y a «cara descubierta», para conocer mejor a todas las personas que se crucen en nuestro camino, y descubrir que su rostro completo, sin embozos ni bozales nos conduce, sin duda, al misterio del ser humano, pues así hemos sido creados con rostro y con sonrisa.
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