Manuel Llamas | 02 de diciembre de 2019
Ni el mundo va a desaparecer por el cambio climático ni su impacto económico será tan devastador como Greta Thunberg y sus seguidores quieren hacer creer.
España acogerá, entre el 2 y el 13 de diciembre, la XXV Cumbre del Clima que organiza anualmente la ONU, después de que Chile renunciara a su celebración tras la violenta oleada de protestas que ha sufrido en las últimas semanas. Poco tardó el Gobierno en funciones de Pedro Sánchez en ofrecer Madrid como sede de este particular evento, en el que representantes de 200 países discutirán las medidas a adoptar para reducir la emisión de gases de efecto invernadero, con el objetivo de que la temperatura media del planeta no suba más de 1,5 grados de aquí a final de siglo.
La cumbre, cuya organización costará cerca de 70 millones de euros, avanzará en la implementación del Acuerdo de París, que entrará en vigor en 2020, mediante el diseño de los mercados de carbono y las aportaciones estatales a los fondos ideados para compensar los daños climáticos y apoyar la transición energética de los países más pobres. A la cita acudirá, además, Greta Thunberg, la adolescente sueca erigida en icono contra el cambio climático, que viaja rumbo a España a bordo de un catamarán cruzando el Atlántico.
La relevancia, tanto política como mediática, que ha alcanzado el temido calentamiento global en los últimos lustros se debe, en gran medida, a las apocalípticas profecías que profieren numerosos políticos, científicos y activistas como Greta Thunberg, empeñados en vender a la opinión pública que el cambio climático traerá consigo consecuencias desastrosas para la economía mundial, sin descartar incluso el fin del planeta y, por tanto, la extinción de la humanidad.
La cuestión es que, poco a poco, a base de repetir machaconamente estos funestos mensajes, la idea ha ido calando en el conjunto de la población. Prueba de ello es que, según una reciente encuesta realizada por YouGov en 28 países, la mayoría considera que el calentamiento provocará graves daños económicos y la desaparición de ciudades bajo el mar, así como desplazamientos masivos de población y nuevas guerras por el control de ciertos recursos. Y, si bien en los países ricos la mayoría descarta la extinción de la raza humana, esta posibilidad la dan como cierta en las economías de rentas más bajas, lo cual resulta muy significativo.
Y dentro de las economías más desarrolladas, como es el caso de EE.UU., la mayoría de los jóvenes dice tener miedo ante los efectos del cambio climático, como muestra otra encuesta de The Washington Post, evidenciando así que la propaganda difundida por los adalides del desastre está logrando sus objetivos.
Lo que no cuentan Greta Thunberg y sus seguidores, sin embargo, es que ese escenario apocalíptico que dibujan poco o nada tiene que ver con la realidad, tal y como ha sucedido con otras muchas predicciones fallidas lanzadas en las últimas décadas, donde se auguraba desde la llegada de una nueva “Edad de Hielo” hasta el fin de los lagos, los bosques y los casquetes polares para finales del siglo XX. De hecho, la masa forestal ha crecido en el último siglo en los países más ricos, mientras que las muertes asociadas a desastres naturales se han desplomado un 99% a nivel mundial o las emisiones de CO2 por unidad de PIB producida bajan desde 1990, de modo que la creación de riqueza conlleva un menor impacto ambiental, entre otros muchos ejemplos.
Aunque lo más relevante es que ni siquiera el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC, por sus siglas en inglés) se atreve a predecir tan aciago futuro. Por un lado, porque descarta por completo cualquier tipo de extinción o caos planetario y, por otro, porque el daño económico aparejado al calentamiento global es irrisorio, equivalente a una pérdida de entre el 0,2% y el 2% del PIB a la altura de 2070. Así pues, el impacto sería similar al de una recesión, solo que, para entonces, si todo sigue igual, el mundo será mucho más rico que en la actualidad, con lo que el cambio climático no es, ni de lejos, la principal amenaza para nuestro bienestar.
Pese a ello, lo trágico es que el Green New Deal que quiere poner en marcha la Comisión Europea para lograr una economía neutra en materia de emisiones para 2050 costará a la UE la friolera de 500.000 millones de euros al año en inversiones, sin contar, además, el encarecimiento de la factura eléctrica o del transporte para el conjunto de la población.
El Acuerdo de París, por su parte, cuya finalidad última es el abandono de los combustibles fósiles y su sustitución por energías renovables, lastrará el crecimiento económico y elevará la tasa mundial de pobreza en cuatro puntos porcentuales en 2030, condenando a cientos de millones de personas a una vida de miseria, según un reciente estudio, ya que producir bajo un modelo de cero emisiones sale muchísimo más caro y, por ello, resulta inalcanzable para los países pobres y en vías de desarrollo. Tanto es así que otra investigación elaborada para la ONU concluyó que la humanidad viviría mucho mejor bajo un escenario de combustibles fósiles que de bajas emisiones de CO2.
No, ni el mundo va a desaparecer por el cambio climático ni su impacto económico será tan devastador como algunos quieren hacer creer. Además, puestos a reducir emisiones, cabría preguntar a Greta y sus seguidores por qué EE.UU., habiendo abandonado el Acuerdo de París, lidera la reducción de CO2 en comparación con la verde Europa.
Greta Thunberg ha conseguido elevar el tema del cambio climático a rivalidad política internacional y generacional. Lo ha hecho por ser niña, no por ser científica, debido a su capacidad para contagiar, con la suya, la emotividad de millones de adolescentes del mundo.