Armando Zerolo | 03 de agosto de 2021
Lo interesante no es ni el éxito ni la caída. Lo interesante es el rescate. Uno cae por sí solo, y uno solo tiene éxito. Pero el rescate depende de otro, y aquí es donde se encuentra la gracia del asunto.
Este verano tan deportivo está siendo pródigo en imágenes y nos deja esbozado un mosaico de una época áspera y dura, casi asfixiante.
La primera imagen es la de Arley Méndez, el haltero chileno, aplastado por el peso que tenía que levantar. La barra entre las pesas, como columna de Hércules horizontal, separa el peso insoportable de los discos. En cada extremo carga un hemisferio del planeta y a él, solo a él, le corresponde levantar el peso de la humanidad. Ha necesitado evadirse como el genio de la lámpara, tras una cortina de humo de marihuana, «para mandarlo todo al carajo».
Simone Biles ha sido menos sutil, le ha bastado una cortina mediática para retirarse. «Tenemos que proteger nuestra mente y nuestro cuerpo -dijo-, en lugar de salir a hacer lo que el mundo quiere que hagamos».. La victoria es pesada y la presión sobre el vencedor puede ser insostenible, pero detrás del debate organizado se esconde la persona que, se comprenda o no, no ha podido tampoco con el peso del mundo. Maldito mundo, una vez más, que cargamos como escarabajos peloteros.
Otra tesela nos la brindó la Eurocopa y esa imagen tan poco deportiva de los jugadores de Inglaterra quitándose la medalla de subcampeones. Parece que la derrota también pesaba y que, al quitarse el disco plateado, dejaban a un lado la carga amarga de la vida.
¿Qué tiempo vivimos en el que la victoria nos deshace y la derrota nos condena? Aquí hay algo que no marcha. Sísifo hoy hace trampas y «manda al carajo» la roca que le toca subir a la cumbre, como si echando pendiente abajo los problemas de nuestras vidas anduviésemos más ligeros. Parece también lo contrario, que aquel que suba el peso más grande a la cumbre será el que tenga más gloria.
Es solo un verano, son deportistas, chiquillos educados para competir, pero juzgados, aplaudidos y silbados por un público que cada vez entiende menos. Cada uno de ellos se peleará el lunes con sus éxitos y fracasos, cada niño será medido por sus notas a final de curso, cada matrimonio tendrá que llenar la vida vacía del otro, cada perfil de Instagram tendrá que esconder las dudas y los miedos, pero todos tendrán una opinión sobre las raquetas rotas y las retiradas, porque todos en algún momento hemos querido destrozar nuestra frustración contra el suelo o tirar la roca de la vida cuesta abajo.
La explosión de la soledad
Erik Varden
Monte Carmelo
184 págs.
17€
Damos palos de ciego intentando dar razones del peso que cargamos. Exigimos a Sísifo que cargue como una mula, o le invitamos a que se deshaga de él. ¿Pero quién puede ser honesto con su tragedia? Erik Varden lo es. Resulta extremadamente lúcido ante estos problemas, baja hasta los abismos del hombre de hoy y nos eleva hasta lo más luminoso. Sus palabras son consuelo, son razón y son explicación de lo que nos pasa. “Somos polvo con nostalgia de gloria”, escribe en su precioso libro La explosión de la soledad, y así, con línea clara, traza el retrato de una humanidad olvidada.
«Somos polvo» no es una expresión poética. Somos derrota, somos fracaso, somos humo en retirada, somos victoria rechazada, somos plata, traición, farsa y vergüenza. Importa volver la mirada hacia lo que somos, sin cosmética, en la noche de cada día, sin los focos y la mirada de los otros, para descender a lo que San Bernardo llama “las cloacas de la memoria”. Pero, advierte Varden, lo importante es no revolcarse allí, sino revivir nuestro rescate, para mantenerse en acción de gracias”.
Porque somos polvo, somos dolor y fracaso, pero somos también «nostalgia de gloria», de oro olímpico, de récord mundial y de una vida que nos supere por los cuatro costados, que nos colme de alegría, que nos abrace, nos consuele, nos explique, y nos desborde.
¿Tiene esa nostalgia una correspondencia real o es solo el consuelo de una conmoción estética? ¿Todo el dolor y la derrota, las medallas de plata, las lesiones, la presión, las raquetas rotas, sirven para algo, o eran solo el camino hacia el triunfo? Si solo fuese así, tendríamos la mentalidad de un perdedor, porque el que ha ganado algo en su vida sabe que detrás de la victoria hay una amargura aún mayor que en la derrota. La victoria paraliza, la derrota provoca. Y en la parálisis de nuestros propios éxitos no se puede vivir, o si no, que se lo digan a Phelps, con su récord de más medallas olímpicas de oro, viendo vídeos de sus éxitos pasados en el ocaso una vida que está por empezar.
Lo interesante no es ni el éxito ni la caída. Lo interesante es el rescate. Uno cae por sí solo, y uno solo tiene éxito. Pero el rescate depende de otro, y aquí es donde se encuentra la gracia del asunto.
De esta cultura moralista parece que no podemos esperar que nos libere de nuestros éxitos ni de nuestros fracasos. Unos cantan a las virtudes paganas, y otros se rinden a la empatía, unos cantan al esfuerzo, otros a la debilidad, pero el equilibrio no existe. La experiencia del rescate queda sepultada por la dureza del discurso dominante. Hay que tener una gran experiencia de perdón para poder sostener la tensión entre la caída y la gloria, el fracaso y el éxito y afirmar, como Varden, que «soy un huésped sacado de la oscuridad”. Si permanezco en la luz es porque no olvido mi condición de caído.
Lo que nos está recordando el deporte es que «somos frágiles y libres».
Tengo esa edad en la que ya sé a ciencia cierta que no ganaré un oro olímpico jamás. Aunque todavía, calculo ahora que por fin tengo un bigote bien formado, estoy a tiempo de ser El Zorro.
La denuncia de Morata sobre el acoso que vive hace indispensable que las empresas pidan documentación para abrir un perfil. Tienen que luchar contra el anonimato. Y hacerlo con la misma fuerza que luchan contra las opiniones que no comulgan con su credo.