David Oller | 04 de mayo de 2020
Los temporeros que llegan a Huelva a la recogida de la fresa son auténticos héroes. Trabajan de sol a sol y arriesgan su vida en busca de un futuro mejor para ellos y para su familia.
En apenas unos días, llegarán, puntuales, como cada año, el buen tiempo y el calor. Y los españoles volveremos a preparar ese postre tan socorrido, refrescante y recurrente que son las fresas con nata… o con yogur, hay gustos para todo. Para nosotros, su preparación es muy sencilla, tanto como acudir al supermercado, comprar la fruta, adquirir el complemento deseado, mezclarlo en casa y disfrutarlas en nuestro sofá o en la terraza.
Pero para que esas fresas lleguen a nuestro paladar, son muchas las personas que trabajan a destajo, de sol a sol, lejos, lejísimos de su familia, en unas condiciones precarias, viviendo en construcciones donde a la mayoría se nos hace difícil imaginar que incluso pueda acampar algún animal.
Los temporeros que llegan a Huelva a la recogida de la fresa son auténticos héroes. Ahora lo explico. La mayor parte de ellos proceden de Mali, El Congo y Camerún. Llegan a España saltando la valla, algo que describen como “una pesadilla, porque la Policía marroquí no quiere verlos por allí”. Claro que igualmente desoladora, o peor, es la otra opción de la que disponen para llegar hasta nuestro país: en patera. Llegan a pagar, según cuenta Numori -natural de Mali, de tan solo 20 años y que solo lleva 3 meses en nuestro país- entre 800 y 1.000 euros por ese ‘viaje’ que dura unos 5 días y para el que tienen que esperar, en algunas ocasiones, hasta 8 meses.
Todo ese esfuerzo para intentar alcanzar una vida mejor. Con ese objetivo abandonan su país, la tierra en la que nacieron y dejan atrás a sus familias. Se van con la pretensión de enviarles dinero desde aquí y con la incertidumbre de cuándo volverán a verlos porque, una vez acaba la recolección de la fresa, la inmensa mayoría no puede regresar. Se ven obligados a permanecer en los asentamientos, a pedir asilo y esperar a que les den los papeles para legalizar su situación.
Los asentamientos, las chabolas, los únicos refugios de los que disponen allí, representan el lugar más inhóspito en el que uno querría estar ni tan siquiera unos minutos. Construidos con maderas y palés, sin electricidad, sin agua corriente, rodeados de basura, apenas un inodoro y plástico, mucho plástico, lo que hace que las temperaturas se extremen en verano y en invierno. Un hervidero de virus ante el que se encuentran totalmente desprotegidos.
Desprotegidos porque esta situación no es nueva, ni mucho menos. Se lleva produciendo más de treinta años, pero ni el Gobierno de España ni las instituciones regionales ni el Ayuntamiento de Huelva parecen concienciados ni tampoco dispuestos a ofrecer una solución. Los migrantes solo tienen dos opciones a las que agarrarse para pedir ayuda: Cáritas y Cruz Roja. Hace unas semanas, Cáritas solicitó a un relator de la ONU que se desplazase hasta la ciudad onubense para que conociera de cerca cuáles son las condiciones en las que vive gente como Numori o sus compañeros de recolección.
Tanto Cáritas como Cruz Roja les facilitan alimento, ropa y agua para ducharse. Incluso -cuenta Susana Toscano, técnico en atención a personas en asentamientos de Cáritas Diocesana de Huelva- cogen garrafas de 5 litros que anteriormente habían contenido fertilizantes para los invernaderos, las vacían y las llenan de agua para llevarlas a los asentamientos (que suelen estar a unos 7 km) y beber de ellas.
Los migrantes son un tesoro, muchas veces cuando ponen las manos para pedir me imagino que son las de mis hijosAngelita, voluntaria de Cáritas
Según Susana, uno de los comportamientos más llamativos y emotivos que tienen los temporeros entre ellos es la solidaridad. Los que consiguen papeles y pueden trabajar gastan su dinero en comprar alimentos para el resto. Entre eso y lo que les dan Cáritas y Cruz Roja van sobreviviendo a duras penas hasta que puedan regresar a su país.
Existe otro salvoconducto: los migrantes pueden acudir todos los jueves por la mañana a la Parroquia del Carmen de Mazagón, coordinada por Cáritas, donde se les da de desayunar y se pueden asear, ya que no tienen ningún recurso para hacerlo en los asentamientos. Hay que destacar que todos los servicios que se les ofrecen a los temporeros nacieron y se mantienen gracias al trabajo de diez voluntarios como Angelita, que lleva sirviendo desde 1991 y que reconoce que los migrantes son “un tesoro, muchas veces cuando ponen las manos para pedir me imagino que son las de mis hijos. Los jueves es mi día preferido de la semana porque vengo y los veo”, asegura. Y eso que entenderse con ellos no fue fácil al principio. Angelita y el resto de voluntarios tuvieron que aprender algunas palabras en bambara (un dialecto que usan los migrantes) para poder entenderse.
Esta es la problemática de los temporeros en Huelva, concretamente en el municipio de Mazagón, donde unos 170 temporeros residen en los asentamientos cercanos a las zonas de la recolecta de la fresa y necesitan ayuda para poder sobrevivir. Cáritas ha buscado la fórmula para ayudarlos y para poner en conocimiento de la ONU la situación que sufren estos jóvenes africanos que arriesgan su vida en busca de un futuro mejor para ellos y para su familia… un sueño que, habitualmente, acaba tornando en pesadilla.
La generación que levantó a España de la miseria tras la Guerra Civil, la que trabajó y sudó, como quizá ninguna otra en nuestra historia, está muriendo por miles.
De vez en cuando, levanto la vista y veo el gran desierto que se abre ante mis ojos. También yo, como vosotros, sufro este encerramiento para el que nadie estaba preparado.