Antonio Olivié | 06 de octubre de 2020
El papa Francisco firma una encíclica que apuesta por la fraternidad abierta y el diálogo sincero como respuesta a un mundo golpeado por una pandemia que ha sacado a relucir sus graves problemas.
Roma (Italia) | El día de san Francisco ha sido el momento elegido por el Papa para presentar su nueva encíclica Fratelli Tutti (Todos hermanos), inspirada en la espiritualidad del santo de Asís. El documento recuerda la visita del religioso italiano al Sultán Malik-el-Kamil, en el año 1219, en Egipto, en donde trató de convencer al líder musulmán, durante un debate de horas, de que debía convertirse al cristianismo. Eso sí, con la misma actitud que reclamaba a sus discípulos para evitar «promover disputas y controversias» y permanecer «sometidos a toda humana criatura por Dios».
Este modo de acercarse a los demás de san Francisco, con plena determinación pero con auténtica humildad, es el que empapa toda la encíclica Fratelli Tutti. El papa Francisco cree que el diálogo «abierto y sincero» es el antídoto para curar un mundo castigado por los efectos negativos de la globalización.
Entre las «sombras del mundo» actual, el Papa integra muchas de las denuncias habituales de su pontificado: el miedo a tener hijos, la cultura del descarte con los mayores y discapacitados, la trata de personas, las guerras y las injusticias sociales. Toda una serie de defectos que se han visto «desenmascarados» por la COVID.
Si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y el vacíoFrancisco, Fratelli Tutti (36)
Fratelli Tutti considera que «si todo está conectado, es difícil pensar que este desastre mundial no tenga relación con nuestro modo de enfrentar la realidad, pretendiendo ser señores absolutos de la propia vida y de todo lo que existe». Por ello, cree que «pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta». A partir de ahí, el Papa invita a ser generosos con los inmigrantes, a saber «integrar creativamente en su interior la apertura a los otros», a no construir muros para detener a quienes buscan refugio.
En el lado negativo de la globalización, el Papa destaca la agresividad de algunos medios de comunicación y redes sociales, la polarización excesiva. A su juicio, estos medios han favorecido «la ebullición de formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos verbales hasta destrozar la figura del otro».
Frente a estos fenómenos, el documento vaticano insiste en la necesidad de recuperar «el silencio y la escucha», como puntos de partida para «buscar juntos la verdad en el diálogo, la conversación reposada en la discusión apasionada». También invita a la esperanza el recordar la cantidad de voluntarios y profesionales que han dado su vida para salvar a otros durante la pandemia, «porque Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien». El Papa recalca que la crisis actual nos enseña «que ninguno se salva solo».
La encíclica dedica un capítulo a comentar la parábola del Buen Samaritano. La acogida al extranjero y abandonado, al que se atiende de forma concreta, es el modelo escogido por el papa Francisco para afrontar un mundo globalizado. A su juicio, durante varios siglos «hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente».
Como todos estamos muy concentrados en nuestras propias necesidades, ver a alguien sufriendo nos molesta, nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos. Estos son síntomas de una sociedad enferma, porque busca construirse de espaldas al dolorFrancisco, Fratelli Tutti (65)
Califica de «icono iluminador» esta parábola del Buen Samaritano, ya que «nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído para que el bien sea común».
A la hora de concretar nuestra respuesta ante las dificultades, el Papa cree «infantil» la actitud de «esperar todo de lo que nos gobiernan». Cada persona concreta debe ser parte activa de la reconstrucción del diálogo, del empeño por el prójimo, del cuidado. Un esfuerzo que no debemos afrontar solos, sino abiertos a toda la sociedad. De hecho, asegura Francisco que «nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar».
Es contundente el Papa al asegurar que «el individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos». A su juicio, «una sociedad humana y fraterna es capaz de preocuparse para garantizar de modo eficiente y estable que todos sean acompañados en el recorrido de sus vidas”. Por ello insiste en reafirmar la importancia de la virtud de la solidaridad, que «se expresa concretamente en el servicio, en cuidar la fragilidad». En este marco de solidaridad, recuerda que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada». Una doctrina que tiene «consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad».
Afrontar los problemas de la inmigración y de las fronteras en el mundo global exige algo más que pactos puntuales. La encíclica afirma que «las respuestas sólo vendrán como fruto de un trabajo común», no solo de los Estados o las autoridades, sino también de las personas concretas, de quienes trabajan sobre el terreno atendiendo a los migrantes.
Tampoco hay que esperar nada de propuestas populistas «que utilizan demagógicamente a los débiles para sus fines» y que no afrontan con visión de futuro que «el gran tema es el trabajo». Promover el empleo es, según el papa Francisco, «la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna».
Hay un derecho humano fundamental que no debe ser olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz; el de la libertad religiosa para los creyentes de todas las religionesFrancisco, Fratelli Tutti (279)
Saber «reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías». Un respeto a la dignidad que incluye incluso a los peores delincuentes, para quienes excluye la pena de muerte, que no tiene justificación en el mundo actual. La aceptación de los demás, la promoción del diálogo con todos no equivale a un relativismo que, «envuelto detrás de una supuesta tolerancia, termina facilitando que los valores morales sean interpretados por los poderosos según las conveniencias del momento». En este sentido, es preciso que la sociedad tenga «un sentido respeto hacia la verdad de la dignidad humana».
Y en este respeto a la dignidad entra el desafío de recuperar «la amabilidad», en un mundo donde hoy «no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir ‘permiso’, ‘perdón’, ‘gracias’».
La encíclica culmina destacando la responsabilidad de todas las religiones en «la construcción de la fraternidad y defensa de la justicia». Y en este punto recoge una declaración de san Juan Pablo II en la que indica que «la raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona». Un sujeto de una dignidad que no puede ser violada por nadie, incluido el Estado.
Y si el primer modelo que propone el texto es el de san Francisco, en el siglo XIII, la encíclica se cierra recordando el testimonio del beato Charles de Foucauld, del siglo XX. Se trata de un converso que trató de entender la cultura Tuareg y evangelizar a su pueblo, a través de una vida eremítica en Argelia. Un apóstol de la caridad, promotor del diálogo y la paz, que murió mártir en el desierto.
Accede a través de este enlace al texto completo de la nueva encíclica del papa Francisco.
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