Armando Zerolo | 07 de julio de 2020
Exigimos a ese superhéroe de los libros de ficción de las facultades de psicología resultados, pero nos encontramos con un sujeto vulnerable, servil al sistema y más sumiso a las tiranías del mercado, de las ideologías y las supersticiones.
Toda la vida luchando por encontrar un lugar confortable, y ahora vienen los expertos a sacarnos de nuestra “zona de confort”. ¿Por qué esa insistencia en mantenernos en un estado de permanente excitación?
El discurso aventurero y romántico de los gurús del trabajo no encaja con la realidad que viven los trabajadores. Los expertos se imaginan una sociedad dieciochesca, aborregada y sometida, acostumbrada a la mediocridad, en la que solo unos pocos héroes salen del terruño para conquistar el mundo. A esa anti-Arcadia le llaman “zona de confort”, una distopía psicológica que imagina un lugar de mediocridad y vulgaridad donde los cobardes y los tristes acuden para refugiarse.
Al mismo tiempo imaginan un Nuevo Mundo lleno de promesas y premios al que no dan ningún nombre porque cada uno tiene que construirse el suyo. Pero mientras ellos predican en contra del confort acomodados en su trasnochada ideología new age, los trabajadores vivimos en un mundo cada vez más agresivo, desarraigados de los entornos que nos dan seguridad, como la casa, el pueblo o el lugar de trabajo estable, y sometidos a mayor presión.
Una de las preocupaciones sociales más compartida y transversal es la precariedad laboral. La gran mayoría piensa que sus hijos se van a encontrar un mundo laboral peor que el que ellos vivieron. Será necesario más esfuerzo, mucha más formación, y más tiempo y dinero, para encontrar un trabajo peor, más inestable y probablemente fuera de la ciudad de nacimiento.
El que cuando estaba en el colegio vio caer las Torres Gemelas, asomó la cabeza al mundo laboral por primera vez durante la crisis financiera, y cuando empezó a remontar ha visto cómo un virus se ha llevado por delante sus esfuerzos, no vive en ninguna zona de confort por más que trabaje y se esfuerce por conseguirla. Tener un mínimo de seguridad y tranquilidad es la condición necesaria para crecer, y el que vive constantemente sacudido por las circunstancias no tiene más remedio que vivir al día, como los salvajes.
El sujeto pasivo de los coaching vive una realidad hostil, en una casa que no es suya, lejos de su familia y de sus amigos, pluriempleado en algunos casos, y mileurista en la mayoría. Esta persona vulnerable se sienta a escuchar con confianza a un experto que le explica que su problema es que tiene unos frenos psicológicos que le impiden progresar porque, en realidad, él es su peor enemigo. Escucha que la solución es ordenar bien los propios valores, tener una alta autoestima, confiar en uno mismo y ser protagonista y, aunque sale emocionalmente animado y exultante, y por eso probablemente volverá, en realidad a su soledad e inseguridad suma una dosis añadida de culpabilidad. Hay una psicología laboral que está actuando como eficaz transmisora de la culpa cuando en realidad nació con la pretensión de liberarnos de ella.
Los coaches parecen asalariados de las grandes corporaciones del capitalismo salvaje que cooperan con ellas fabricando sujetos indefensos y vulnerables susceptibles de esclavización
Hemos extirpado el órgano y ahora exigimos la función. Nos hemos pasado mucho tiempo derribando los entornos sociales estructurados para el crecimiento de la persona. Hemos elaborado sofisticadas teorías en contra de los padres, de los maestros, de la vida en común, y hemos predicado un hombre cándido, autónomo, solitario y aventurero. Ahora exigimos a ese superhéroe de los libros de ficción de las facultades de psicología resultados, pero nos encontramos con un sujeto vulnerable, servil al sistema y más sumiso a las tiranías del mercado, de las ideologías y las supersticiones.
Es contradictorio que las políticas públicas se dirijan a corregir la desigualdad, a proteger a los sectores más vulnerables y a construir un Estado que ofrezca seguridad y actúe de dique contra las inclemencias del mundo, mientras los psicólogos laborales siguen colaborando con la construcción de un sujeto cada vez más solitario, desamparado e indefenso. Los coaches parecen asalariados de las grandes corporaciones del capitalismo salvaje que cooperan con ellas fabricando sujetos indefensos y vulnerables susceptibles de esclavización.
Mientras los expertos siguen empeñados en sacarme de mi zona de confort, yo sigo buscándola con todas las fuerzas de mi corazón, con la certeza de que quizás no es de este mundo, pero con la seguridad de que el bienestar propio y ajeno es imprescindible para una vida en común, libre y pacífica.
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