Gema Pérez Rojo | 10 de abril de 2020
Vivimos una situación única para la que no estábamos preparados. Para evitar que el miedo y la incertidumbre se apoderen de nosotros, es necesario no romper con nuestra rutina.
La situación que vivimos en la actualidad es extraordinaria, sin precedentes, inusual, única. Un momento para el que no estábamos preparados, inimaginable hace casi tres semanas, que ha generado un cambio drástico y rápido en nuestro estilo de vida. Presenta una serie de características que pueden impactar sobre la salud física y mental.
Por un lado, debido al miedo al contagio. El miedo aparece de forma automática e inconsciente, sin requerir contacto físico directo con otros, lo que hace que sea muy difícil controlarlo, y es capaz de extenderse de forma mucho más rápida que los virus. Especialmente cuando aquello a lo que tenemos miedo no se puede ver, ni tocar, no hay vacuna ni tratamiento, como en este caso.
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Por otro lado, debido al confinamiento al que nos hemos visto obligados. Este confinamiento no elegido (ni buscado) ha implicado una ruptura de nuestra vida cotidiana, una separación física de nuestros seres queridos y una restricción de libertad de movimiento.
Y, además, por la incertidumbre, no solo respecto al virus en sí. Como todo cambia tan rápidamente en cuestión de un momento, no es posible predecir cuándo se estabilizará la situación para que cada uno pueda volver a su vida habitual. Esta incertidumbre puede favorecer la aparición del miedo y poner en riesgo el bienestar.
Pero ¿qué se puede hacer? Existen diferentes formas de afrontar esta situación que permitan salir incluso fortalecido de ella.
Eso implica, por un lado, calidad de la información. Es importante recurrir a fuentes que sean fiables, científicas, académicas y aprender a diferenciarlas de las fake news.
Y, por otro lado, cantidad de información. Es fundamental evitar tanto el defecto como el exceso de información. Ambos conducen a desinformación, confusión, incertidumbre, inseguridad, ansiedad e incremento del miedo e influyen negativamente sobre la capacidad de toma de decisiones.
Intentar controlar aquello que no depende de nosotros hace que surjan emociones negativas como la frustración, la tristeza, el enfado o la ira. Pero eso no significa que no se pueda hacer nada. Aceptar algo (o no) es una estrategia de afrontamiento que depende de cada uno, y no significa lo mismo que resignarse, aunque en ocasiones se utilicen ambos conceptos como sinónimos. La aceptación promueve la acción, permitiendo adaptarse a la situación actual, pero comprometiéndose con lo que tiene valor para cada uno y con aquello que sí podemos hacer. Por su parte, la resignación paraliza, bloquea, impide la acción, aumentando la frecuencia e intensidad de las emociones negativas.
En este sentido, la plegaria de la serenidad puede ser muy útil para aplicar la aceptación: “Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia”.
Validar y aceptar las emociones que se experimentan. Las emociones en sí mismas no son ni buenas ni malas: son necesarias y tienen un propósito y, por tanto, son válidas. Si estas son adecuadas (adaptativas o no), dependerá de muchos factores, entre ellos el contexto. La situación actual, por las características que tiene, puede fomentar la presencia de emociones negativas como irritabilidad, impaciencia, nerviosismo y, por lo tanto, es importante percibirlas como comprensibles y normales. No obstante, ¿qué se puede hacer para que molesten menos y se gestionen adecuadamente?
La validación implica prestar atención y reconocer ese estado interno: identificar qué siento, aceptarlo incondicionalmente, sin realizar valoraciones o juicios y sin sentirse enfadado, culpable o avergonzado por su presencia. La supresión y evitación de las emociones, especialmente las negativas, tiene consecuencias para la salud. Es completamente válido cómo se siente cada uno y, además, se tiene el derecho a experimentarlo de una forma u otra, sin cambiarla u ocultarla. Esto permitirá entender la causa, el porqué de estas emociones, así como sus consecuencias, para desarrollar un lenguaje interno que ayude a decidir qué se puede hacer con ellas a partir de ese momento. Por ejemplo, “esta situación es realmente dura para mí, pero voy a poner todo de mi parte para intentar llevarla lo mejor posible”.
Este punto está muy relacionado con el anterior. ¿Alguna vez ha reflexionado sobre el tiempo que dedica en su día a día a estar preocupado? En este momento, uno puede estar preocupado por diferentes aspectos: trabajo, familia, salud, etc. Pero ¿para qué sirven las preocupaciones?, ¿estando preocupado se encuentra solución?, ¿se siente uno mejor?, ¿puedo cambiar la situación? Las preocupaciones consumen energía y tiempo que podemos utilizar para ocuparnos de lo que sí depende de cada uno. Por ejemplo: tomar precauciones para prevenir, pensar en el presente, en el día a día, planificando actividades. La ocupación no deja espacio a la preocupación.
¿Qué emociones y pensamientos surgen si consideramos esta situación como un problema? Es probable que surjan desánimo, impotencia, desmotivación, falta de confianza en uno mismo, así como pensamientos derrotistas, catastrofistas, que pueden llevar a considerar que no hay nada que hacer y bloqueen cualquier acción. Pero ¿y si se pensara en esta situación como un reto, como un desafío? ¿Aparecen las mismas emociones y pensamientos? Es más probable que aparezcan la motivación, el interés, la curiosidad, el optimismo y que lleve a considerarlo como una oportunidad de crecimiento, a la búsqueda de posibles soluciones, alternativas, planes. Cualquier situación puede ser una oportunidad de crecimiento y de desarrollo a todos los niveles, de manera que pudiera llevarnos a desarrollar la mejor versión de uno mismo.
Hay que intentar seguir realizando aquellas actividades que se hacían, aunque sea con modificaciones (como la docencia online o el teletrabajo). Pero también se pueden crear rutinas nuevas en función de los recursos o las necesidades que cada uno tenga. Las rutinas también nos sirven para combatir las preocupaciones, para mantenernos centrados y focalizados.
En circunstancias normales, estos hábitos han demostrado su importancia para mantener a las personas sanas y, en circunstancias como la actual, estos hábitos son fundamentales para mantener y favorecer tanto la salud física como la mental. Entre los hábitos saludables se incluyen la alimentación equilibrada, un buen patrón de sueño, hacer actividad física y evitar hábitos nocivos como el tabaco o el alcohol.
Los seres humanos somos seres sociales y la soledad y el aislamiento pueden tener consecuencias muy negativas sobre nuestra salud física y psicológica. En estos momentos estamos distanciados físicamente de los demás, pero eso no significa que no podamos contactar con ellos de forma diferente. Vivimos en la sociedad de la tecnología, con multitud de opciones para mantener el contacto con los demás y “sentirnos cerca” de las personas que nos importan. En muchas conversaciones aparecerá el término coronavirus, y es algo normal, aunque es recomendable que no domine toda la conversación.
Muchas personas tienen necesidades que no pueden ser cubiertas y necesitan a otros para hacerlo. Este puede ser un momento estupendo para aportar algo a nuestra sociedad, apoyando y ayudando a otros, no solo por el beneficio directo que implica para ellos, sino también porque tiene un efecto indirecto sobre los que ayudan, de manera que tienden a ser más felices y saludables. Además, este tipo de actividades ayuda a que se recupere la sensación de control vital.
Actividades agradables como leer un libro, escuchar música, hacer ejercicio, conversar con alguien, tocar algún instrumento, jugar con los niños, disfrutar de la vida en pareja, hacer actividades que relajan, tienen efectos positivos sobre el estado de ánimo. Y qué mejor que aprovechar esta situación para conseguir sentirnos mejor.
Para finalizar, me gustaría acabar con una cita de Paulo Coelho: “Y uno tiene que entender que el valor no es la ausencia de miedo, sino más bien la fuerza para seguir adelante a pesar del miedo”.
Usemos este tiempo de cuarentena familiar para encontrar formas nuevas y creativas de relacionarnos. Tendremos que tratar de emplear la paciencia, la comprensión mutua, la flexibilidad y el perdón.
Miramos por la ventana indiscreta qué pelis podemos volver a disfrutar. «Lawrence de Arabia», una de Hitchcock o una previsible comedia de Jack Nicholson.