Víctor Arufe | 10 de junio de 2019
Las condiciones de enseñanza-aprendizaje son las que otorgan el poder educativo al deporte, en el que la figura del entrenador es crucial.
Una de las preguntas que más se hacen padres y madres de niños pequeños es qué deporte es mejor para su hijo. Cuando nos adentramos en el amplio catálogo de escuelas deportivas existentes actualmente y empezamos a ojear cada una de sus páginas, observamos que existe un maremágnum de tipos de deportes: deportes de equipo, individuales, acuáticos, con implemento, en el medio natural, de combate, alternativos… Es este momento uno de los más complejos y cuesta tomar una decisión cuando uno es profano en la materia.
Los deportes de equipo son, quizá, los grandes protagonistas de las escuelas deportivas. El fútbol es el más practicado por la población infanto-juvenil, pero también el baloncesto, balonmano, voleibol, rugby… A estos deportes se les atribuye el poder de la socialización, por tener un equipo de jugadores y adversarios directos, por mover una importante masa social y por la exhibición de los jugadores durante un tiempo prolongado a un público generalmente entregado.
La práctica deportiva realizada por un niño no es educativa por sí misma
Más discretos son la gimnasia, el patinaje, el atletismo o la natación. Deportes donde el protagonismo y los focos apuntan principalmente a un único sujeto, cuyo rendimiento depende, única y exclusivamente, de su actuación, sin acaparar tanto la atención de compañeros y de los adversarios y con menos público y masa social. Por eso, se les etiqueta socialmente como deportes para personas introvertidas, pero también para personas con capacidad de sufrimiento y disciplinadas.
Y es ahora cuando tenemos que descubrir el mito que muchas familias tienen consolidado y que siento revelar: el deporte no educa. La práctica deportiva realizada por un niño, sea cual sea el deporte, no es educativa por sí misma. Son realmente las condiciones de enseñanza-aprendizaje de ese deporte las que otorgan el poder educativo que puede tener el deporte.
Así es como llegamos a la conclusión de que lo verdaderamente importante a la hora de elegir el mejor deporte para nuestros hijos no es el deporte en sí, sino el entrenador o entrenadora que estará supervisando, dirigiendo y planificando la práctica deportiva. Es este agente quien tiene toda la responsabilidad para convertir a un niño futbolista en un ser noble, lleno de valores, capaz de juzgar y condenar la trampa y el juego sucio y criticar las malas prácticas que puedan hacer sus compañeros en el terreno de juego.
Pero este mismo potencial agente educativo, cuando no tiene formación suficiente, no está capacitado ni cualificado ni es competente para dirigir una de las miles de escuelas deportivas de un país, será quien pueda hacer de un gimnasta, deporte popularmente noble, la persona más pérfida, vil o sucia, instaurando en él la envidia, la trampa, los malos hábitos, la ira o el disfrute del daño ajeno.
El entrenador tiene toda la responsabilidad de convertir a un niño en un ser noble, lleno de valores
Recuerda que el deporte bien dirigido y planificado puede generar en el niño el hogar de decenas de valores positivos, pero cuando está descuidado y el técnico/a deportivo/a no tiene el suficiente conocimiento en dominios como el ámbito de la pedagogía, sociología, psicología, metodología o didáctica puede generar la consolidación de valores negativos, centrándose única y exclusivamente en una de las 4 esferas del desarrollo humano, sobrevalorando así el componente físico o motriz, puramente rendimiento deportivo, frente al social, afectivo-emocional o psíquico.
No dirijamos la mirada hacia el deporte, apuntémosla hacia la persona que dirige esa práctica deportiva.
La Federación Española de Fútbol ha decidido otorgar al futbolista la Medalla de Oro de la entidad a título póstumo.