Carlos Chiclana | 17 de junio de 2020
Ideas para reflexionar sobre la adversidad y los duelos en las relaciones interpersonales después de la crisis de coronavirus.
Me llega un mensaje por redes sociales: «Pasada la crisis, quédate con quien te llamó, escribió o se ocupó de saber si necesitabas algo, el camino es con ellos». Habrá quien no ha estado a la altura de lo que esperábamos. Podemos pedir su dimisión o argumentar que yo no lo echo, es él quien se va.
Tiempos complejos, para fuertes, valientes y libres. Época de batirse en duelo con los duelos, del latín tardío dolus, dolor. Si se aceptan las relaciones humanas, se acepta el dolor.
Además de los duelos por otras pérdidas, tenemos duelo por aquel que no se ocupó de mí. Ayudará recorrer las fases del duelo: negarlo al principio; percibir que es así y enfadarse; después, te entristeces entre la resignación y la negociación para avanzar hacia la aceptación. Aquí podemos escoger dejarlos de lado o intentar recuperarlos.
Puede que la única opción sea cargar con la pena (o alegría) de separarse después de andar juntos un trecho del camino. También se puede intentar tomar otro camino que sí es con ellos y desarrollar personalmente mi libertad, mi capacidad de amar y mi sensibilidad relacional.
Más allá de necesarias luchas contra el maltrato, refiere con valentía el filósofo Santiago Alba Rico, en su artículo «Sobre el derecho a sufrir», que el amor duele, la belleza duele, la maternidad duele: «No hay utopía más peligrosa que la de creer que se puede amar otro cuerpo sin exponer el propio y sin exponer también el alma». ¿Es bueno evitar el dolor derivado de las relaciones? ¿Y una relación exenta de conflicto y de dolor?
Cuando hay problemas, hay quien te ayuda, quien te abandona, quien crea problemas y quien los perpetúa. Rezo por ser del grupo uno. Sugiero algunas ideas para reflexionar sobre la adversidad y los duelos en las relaciones interpersonales:
Si cuando he fallado a otros me hubieran abandonado, ¿dónde estaría ahora? Quien ama puede perdonar, comprender, recoger y ofrecer la mano para reincorporarte al camino y reinsertarte en su vida. El otro puede rechazar tu invitación y tú puedes dejar la puerta abierta por si quiere volver. Quiéreme más cuanto menos lo merezca, que es cuando más lo necesito.
Es tiempo de cultivar la amistad y hacer que dure, frente a la obsolescencia programada de las relaciones, la cultura del descarte, el utilitarismo y la exclusión social. Cada relación que mantienes, con la intimidad adecuada del momento, es un éxito de la sabiduría de quien conoce que necesita ser transformado.
Toni Nadal, exentrenador de Rafa, reflexionaba sobre el compromiso para llegar al éxito. Hacía una analogía con la facilidad para ver cualquier serie cuando te apetece, sin esperar: «Más facilidad, menos compromiso. Cuando te comprometes menos, el resultado es peor». Manifiesta Santiago Alba que «si queremos acabar con la fealdad, lo mejor es acabar también con la belleza; si queremos acabar con la mentira, lo más eficaz es acabar también con la verdad; si queremos acabar con los duelos, lo más radicalmente seguro es acabar también con los compromisos».
Otro filósofo, José Errasti, sugiere en Individuos mujerizados, animales mascotizados que no caigamos en el victimismo. Ser víctima (no responsable, indefensa, necesitada, infantil y determinada) no se elige y sí se puede elegir ser protagonista (responsable, maduro, autónomo y libre), como glosa Daniele Giglioli en su libro Crítica de la víctima, muy recomendable para cuando nos entra el síndrome del ofendido.
A diferencia de las cosas, una persona -sobre todo, si ha habido intercambio recíproco de amor- nos pone en crisis y nos obliga a definir la propia identidad, a elegir la propia libertad, a dar razones y emociones de nuestras respuestas. Nos interpela a «sufrirla en su alteridad» como único modo verdadero de amarla por propia elección.
Los rituales son importantes y necesarios en la vida en general, para los duelos en particular y para que el individuo esté orientado y no deje de hacer comunidad. Así lo plantea el filósofo coreano Byung Chul Han en su último libro, La desaparición de los rituales. Diseña tu ritual de reconciliación.
Cuando navegas dentro de un quién, siempre sales asombrado y re-conocido. Cuanto más conoces el misterio de otro, más se te revela tu propio misterio. Ahora que pasamos del apretón de manos a la reverencia podemos adentrarnos con temor reverencial en el terreno sagrado de la intimidad, sin miedo, con respeto admirable por lo grandioso que allí ocurre y que no alcanzo a comprender.
Precisamente porque me ha tratado mal, puedo ofrecerle cambiar el patrón; porque hubo desencuentro, salgo al encuentro; porque no eres como yo esperaba, busco aceptarte con decisión personal. No es una cuestión de superioridad, sino del tú a tú, de reciprocidad.
Descubrimos que éramos imperfectos, ¡vaya sorpresa! Podemos responder con apertura, disponibilidad, solicitud y gratuidad, que facilite sentir, captar y comprender al otro precisamente gracias a la diferencia que nos diferencia, sin aspirar a que sea como yo.
Se puede hacer por mantener la red social, porque me gustaría que lo hicieran conmigo, por solidaridad, por desarrollo personal o por ver la imagen de Dios en el otro y en mí.
Ahora que la crispación campa a sus anchas, te animo a escuchar, comprender, ayudar, respetar, validar, sugerir, confiar, esperar, darte, cuidarte, perdonar, recuperar, dar la oportunidad, reconstruir, rehabilitar, unir en la diferencia, encontrarte con la libertad del otro, diversificar tus relaciones y, así, hacerte mejor.
Pasado el tiempo de recogimiento por el coronavirus, el mayor triunfo sería ser capaces de recordarnos unos a otros lo que hemos vivido, para poderlo vivir cada cual y como pueblo.
Vivimos una situación única para la que no estábamos preparados. Para evitar que el miedo y la incertidumbre se apoderen de nosotros, es necesario no romper con nuestra rutina.