Javier Varela | 18 de junio de 2019
El piloto polaco ha sufrido tres graves accidentes que ha superado gracias a su fe católica y al papa Wojtyła.
Robert Kubica siempre estará agradecido a la vida. Sobre todo porque le ha dado la oportunidad de nacer tres veces. La primera fue hace 34 años en Cracovia, Polonia. La segunda en el circuito de Montreal, durante el GP de Canadá en 2007. Y la tercera, en una carretera a las afueras de Génova en 2011. Este año, con su regreso al Mundial de Fórmula Uno, el piloto polaco ha recuperado la vida que perdió en aquel accidente de rally: la Fórmula Uno. «Antes de mi accidente, la Fórmula Uno representaba el 90% de mi vida. Perder todo eso en un día no es fácil. Han sido años muy largos, con períodos difíciles», reconoció.
Antes de mi accidente, la Fórmula Uno representaba el 90% de mi vida. Perder todo eso en un día no es fácil. Han sido años muy largos, con períodos difícilesRobert Kubica
Una pasión, la de los coches, que comenzó cuando apenas había aprendido a caminar en un circuito señalizado con botellas de plástico. Aquel pequeño con aspecto frágil se convirtió en uno de los pilotos de Fórmula Uno con más talento. Siempre disfrutó con la velocidad, aunque a la vuelta de la esquina amenacen más accidentes, lesiones, operaciones y sacrificio. Su aparente fragilidad y un cuerpo que nada tiene que ver con los esculpidos por el resto de compañeros del paddock, y si bajas la mirada y te fijas en su brazo derecho, entiendes que haber regresado este año a la Fórmula Uno sea parte del milagro que ya es de por sí el piloto polaco. Un brazo arrasado, esquelético, sin apenas musculatura y que no tiene plena movilidad.
Pero la fe mueve montañas y el caso de Kubica es el mejor ejemplo. Católico ferviente en un ambiente frívolo como el de la Fórmula uno y donde la máquina deja en un segundo plano al hombre, el piloto polaco lleva una foto de su amado san Juan Pablo II en el mono, así como el nombre del santo en el casco. Muchos dicen que esa compañía en su monoplaza fue lo que le salvó la vida en el GP de Canadá de 2007. Su BMW rodaba a más de 200 km/h cuando embistió al Toyota de Jarno Trulli, voló, impactó contra un muro, cruzó la pista destrozándose hasta quedar hecho añicos y con tan solo el habitáculo intacto. Un escalofrío recorrió el corazón de loas aficionados. El casco rosado, blanco y negro quedó inmóvil, pero sólo sufrió un ligero traumatismo craneal y un esguince de tobillo. Un milagro, sin duda. «Fue Juan Pablo. Él me salvó«, atribuyó el polaco sobre el papa fallecido en 2005 al abandonar el Hospital del Sagrado Corazón de Montreal. Un año después del accidente ganó en ese mismo circuito su única carrera en la Fórmula Uno.
En el Rally de Andorra de 2011 perdió el control de su Skoda Fabia y uno de los quitamiedos de la carretera se soltó y atravesó el coche desde la parte delantera a la trasera
Su segundo encuentro con san Juan Pablo II fue el 6 de febrero de 2011, cuando sufrió un espeluznante accidente mientras se divertía en el Rally de Andora, en las cercanías de Génova. El polaco perdió el control de su Skoda Fabia y uno de los quitamiedos de la carretera se soltó y atravesó el coche desde la parte delantera a la trasera. Tardaron hora y media en rescatarlo del coche. Sufrió fracturas en los brazos y una pierna, hemorragias internas y la mano derecha quedó muy dañada. Se temió por su vida y se pensó en la amputación de la extremidad. Sería un milagro que volviera a pilotar… pero hablamos de Robert Kubica.
El polaco decidió no rendirse y se agarró a su fe cristiana. Desde el hospital pidió al Arzobispo de su ciudad natal, Cracovia, alguna reliquia del Pontífice polaco que le acompañara en el proceso de recuperación –más de 30 operaciones-. El cardenal Dziwisz le entregó dos reliquias –un pedazo de las vestiduras papales y una gota de sangre– en un medallón de oro. Y Robert comenzó su batalla por recuperar su vida en la Fórmula Uno. Volvió a competir en la segunda categoría del Mundial de rallies y ganó el título, pero no era del todo feliz porque su verdadera pasión era la máxima categoría. Pero sus condiciones físicas le imposibilitaban competir allí y llegó a reconocer que iba a ser imposible volver a pilotar un Fórmula 1. Se equivocó.
A Kubica no le van bien las cosas en Williams. Está siendo superado por su compañero y ya son muchas las voces que ponen en evidencia su incapacidad para la competición
Volvió a hacerlo en un test en 2017. Hasta ese día no quiso pisar un paddock pues se había prometido a sí mismo que no volvería hasta hacerlo de nuevo como piloto y no como invitado. Tras probar en Renault y Williams, por fin se le abrió la puerta de recuperar un asiento en el Mundial gracias, en buena medida, a llevar de la mano a la petrolera polaca Orlen que, según los medios de su país, invirtió unos 10 millones de dólares. Tras ser el peor equipo en 2018, la llegada del piloto polaco se vio como una bocanada de aire fresco. Pero no ha habido milagro y Williams sigue teniendo los peores coches de la parrilla. Además, a Kubica no le van bien las cosas. Está siendo superado por su compañero -el británico George Russell- y ya son muchas las voces que ponen en evidencia su incapacidad para la competición. Y más después de que uno de sus grandes valedores, Paddy Lowe, se marchara del equipo.
A pesar de las complicaciones, Kubica nunca ha arrojado la toalla, ha preferido mantener una actitud positiva como ha hecho toda su vida y mantener la fe. «Esto puede sonar extraño, pero estoy disfrutando de estar de vuelta. Probablemente es porque estuve lejos durante mucho tiempo. Sé que estamos sufriendo, y somos lentos, y las carreras son difíciles, pero lo disfruto», confesaba. Lástima que a Williams no le sirva para mantener en el equipo al piloto milagro de la Fórmula Uno.
Perdió la vida en una carrera que no quiso correr y que no debió celebrarse.