Mariona Gúmpert | 20 de julio de 2020
Gracias al feminismo radical, las mujeres tienen miedo a ser violentadas físicamente, y los hombres a serlo psicológica y legalmente. Este hecho vicia la relación entre ambos, que es la base de la familia.
Feminismo del siglo XXI, ese movimiento que tanto daño está haciendo a mujeres y hombres por igual. Seguramente, casi todos los que me lean aprobarán esta afirmación. Ahora bien, los debates que se generan ante cada ocurrencia de las nuevas feministas acaban por despistar a aquellos que no comparten la mayoría de sus disparates, de forma que se acaban relegando al olvido los problemas que podemos tener las mujeres (y, en consecuencia, los hombres).
A raíz de la propuesta del Ministerio de Igualdad de condenar la violencia de género, han salido múltiples artículos replicando lo absurdo de esta iniciativa. Estas refutaciones son sencillas de plantear, dado que el texto no tiene pies ni cabeza. Se pueden aportar muchos argumentos en contra:
Primero, nadie niega que exista la violencia, sería como negar que existen el cáncer o los robos.
Segundo, todos sabemos que lo grave de la violencia que denuncian no es el sexo de los involucrados, sino que tiene lugar en el hogar, el sitio donde todos encontramos nuestro refugio, y no una cueva de maltrato y tortura que vuelve complicado denunciar las agresiones.
Tercero, la mal llamada violencia de género no es machista: uno no pega a su pareja por ser mujer, sino por ser la persona que vive con él, y que no puede defenderse porque es más débil. Es el mismo motivo por el que hay mujeres que pegan a sus hijos pequeños, o a los ancianos y enfermos que están a su cargo. Legislar bajo la premisa de que es violencia machista hace que los grupos mencionados queden fuera de la protección especial de la ley, incluyendo la de personas del mismo sexo que comparten residencia.
Cuarta refutación: España es uno de los países más seguros del mundo para las mujeres (de hecho, mueren anualmente muchos más hombres por causa de la violencia).
Quinto, la proporción de mujeres que fallecen cada año por este motivo es tan pequeña que la probabilidad de morir a causa de ello es ínfima (entenderá el lector que lamento cada una de esas muertes, aclaración que, por otro lado, me parece vergonzoso tener que proporcionar. Sin embargo, es necesario hacerla hoy día si no quieres que te califiquen de abeja reina, misógina o cosas parecidas).
La lista podría alargarla al infinito, tocando además otros asuntos candentes e ignorados, como el silencio que se guarda ante violaciones perpetradas por «manadas de extranjeros», o lo ignoradas que han sido las que han tenido lugar en centros de protección de menores.
Es sencillo, muy sencillo, refutar al feminismo militante. Por eso me sorprende que tengamos que bajar a su terreno, el del absurdo, para entrar en diálogo con ellas. Sin embargo, hay algo que no solo me sorprende, sino que me enoja directamente: las respuestas que dan los llamados ‘liberalios’, concepto que le debemos al articulista del ABC Hughes. Un liberalio viene a ser la otra cara de la moneda del activismo socialdemócrata (por llamarlo de alguna manera). A todos los problemas que plantean estos últimos, los liberalios responden acogiéndose a la libertad como bandera, y a la igualdad ante la ley como coda a los problemas que surgen cuando nos atenemos únicamente a la libertad individual.
De esta forma, se produce una conversación de besugos entre unos y otros, en la que el objetivo de ambos es demostrar, por parte de las activistas de lo femenino, su superioridad moral y su empatía ante problemas que muchas veces son reales. Los liberalios, por su lado, y acogiéndose a lo absurdo de los planteamientos «socialdemócratas», se presentan como abanderados del sentido común y del verdadero refinamiento intelectual, simplemente porque han leído a unos pocos filósofos liberales.
Fruto de esta confrontación ideológica y de egos, resulta que quedan sin ser abordados –al menos seriamente- los verdaderos problemas que podemos tener las mujeres. Porque sí, las mujeres nos enfrentamos a diferentes dificultades, en tanto que somos mujeres. Y los hombres también, por el hecho de ser hombres. Las distinciones existen no solo porque las captamos de la realidad que nos rodea; también las hacemos porque entendemos las consecuencias que trae esa diferencia, con todo lo que implica para bien y para mal. La igualdad es ante la ley, liberalios, pero nada más (ni nada menos, ojo).
¿Qué problemas se nos pueden presentar a las mujeres hoy día? Varios, no menores, y que afectan a la sociedad entendida como un todo. Hoy día, la probabilidad que tiene una pareja de divorciarse es del 50%, por lo que es comprensible que la mujer desee esperar a tener consolidada su carrera laboral antes de tener hijos, no vaya a ser que el divorcio la pille sin un CV a la altura que le permita valerse económicamente por sí misma. De esto se derivan muchos problemas: es más difícil luchar contra problemas para quedar embarazada cuando tu vida fértil está llegando a su fin; es agotador tener un bebé y trabajar, más aún cuando no tienes ya la energía de una veinteañera. Las excedencias por maternidad para disfrutar del retoño con calma son, en la mayoría de casos, una quimera. La otra cara de la moneda: la dificultad de encontrar trabajo cuando una está en edad fértil, por el miedo del empleador a un embarazo y todo lo que este implica a nivel laboral.
Otros problemas que los liberalios solucionan con la libertad individual, negando lo que la realidad les pone por delante: las mujeres son las que toman anticonceptivos, píldoras del día después, las que abortan, con todo lo que supone esto a nivel físico y emocional. Son las mujeres las que se prostituyen, o las que pasan por un embarazo, para desprenderse más tarde del niño que han estado gestando, porque este proceso es fruto de una transacción comercial. Los liberalios defienden la prostitución y la gestación subrogada, acogiéndose a la proporción de mujeres que optan por esto libremente, ignorando que estos casos son puntuales en términos estadísticos.
Me sorprende que pocos admitan la realidad de estas situaciones, solo por miedo a ser llamados liberticidas o feministas radicales. En general, vivimos en una época de radicalización, en la que resulta imposible abordar los problemas con calma y sin caer en visiones drásticas de la realidad. Por ejemplo, parece que denunciar cómo afectan a los hombres estos problemas femeninos que menciono sea algo que solo un liberalio puede hacer, cuando lo cierto es que la complementariedad entre hombre y mujer hace que los problemas de unas afecten a los otros y viceversa: la conciliación familiar no es exclusiva de nosotras. Se habla poco, también, de cómo se anula a los hombres cuando se producen una separación o un divorcio, con el añadido de que –de un tiempo a esta parte- en estos casos los varones son culpables hasta que se demuestre lo contrario. ¿Qué hombre puede tener, dentro de este contexto, los arrestos para acercarse a una mujer?
Gracias al feminismo radical, las mujeres tienen miedo constante a ser violentadas físicamente, y los hombres a serlo psicológica y legalmente, viciando de base la relación entre mujeres y varones. Teniendo en cuenta que la unión de hombre y mujer es la base de la familia, y que esta es la base de la sociedad, les ruego a feministas y liberalios que se planteen esta pregunta: ¿de verdad quieren seguir por estos derroteros?
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