Por encima de las medallas y los grandes récords, la nadadora Katie Ledecky sitúa su fe católica en el centro de su vida y de su entrenamiento.
Por encima de las medallas y los grandes récords, la nadadora Katie Ledecky sitúa su fe católica en el centro de su vida y de su entrenamiento.
«Siempre digo una oración -o dos- antes de cualquier competición. El Ave María es una hermosa oración y me ayuda a relajarme«. Quien dice estas palabras no es una religiosa, ni un sacerdote, ni un misionero en el centro de África… es Kathleen Genevieve «Katie» Ledecky, que a sus 21 años ya ha sido campeona olímpica de 200, 400, 800 m –en dos ocasiones- y 4×200 metros libre, y campeona mundial de los 400, 800, 1.500, 4×100 y 4×200 metros libre en el último Mundial de Budapest 2017. Y, por si fuera poco, es plusmarquista mundial en 400, 800 y 1.500 metros libre. Ahora tiene un nuevo reto en los Mundiales de Gwangju (Corea del Sur), donde la mejor fondista de la historia quiere seguir escribiendo capítulos en la natación.
Laps ahead of her time. ?♀️?#OnThisDay, a 15-year-old @katieledecky, the youngest member of the U.S. #London2012 Olympic team, beat the defending Olympic champion to win her first ? medal in what would become typical Katie Ledecky fashion. ?? pic.twitter.com/Sh5wkzdAkB
— Team USA (@TeamUSA) August 3, 2018
Porque Katie siempre ha ido por delante de los demás en el agua y fuera de ella. Comenzó a nadar a los seis años debido a la influencia de su hermano mayor, Michael, también nadador. Su historia es la de una chica normal. No ha tenido que superar una infancia difícil, ni lucha contra ninguna fatalidad, ni ningún problema, ni reivindica nada.
Su precocidad la dejó clara cuando, con solo 15 años, 4 meses y 10 días, se convirtió en la participante más joven de los Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Pocos días después, se coronó como campeona olímpica de 800 metros libre con la segunda mejor marca de todos los tiempos. Una barbaridad.
Curiosamente, una evaluación física del Centro de Entrenamiento Olímpico de Estados Unidos determinó que Katie no tiene ninguna ventaja física sobre sus rivales y, por tanto, todo lo que ha conseguido –y conseguirá- se lo debe a su esfuerzo, su entrenamiento, su constancia, su tesón y su inquebrantable fe en Dios y en la Virgen María. Nadie entiende cómo ni por qué. No tiene mejores condiciones que las demás nadadoras, no tiene una gran espalda ni es demasiado alta, no tiene las manos o los pies grandes… sin embargo, Katie Ledecky ya se ha convertido en una leyenda.
Mi fe católica es muy importante para mí. Es parte de lo que soy y me siento cómoda al practicar mi fe. Me ayuda a poner las cosas en perspectivaKatie Ledecky, nadadora
Así lo dejó claro cuando, pocos días después de coronarse como campeona olímpica en Londres 2012, acudió al convento de las hermanas de su antigua escuela de secundaria, Stone Ridge del Sagrado Corazón de María, para agradecerles su apoyo y compartir con ellas el éxito conseguido en la piscina. Para ella era importante agradecerles lo que hicieron por ella. Hasta octavo grado, Ledecky asistió a la escuela católica Little Flower en Bethesda (Maryland) y desde pequeña tiene clara la importancia de la fe en su vida, en su deporte y en su relación con los demás.
«Mi fe católica es muy importante para mí. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Es parte de lo que soy y me siento cómoda al practicar mi fe. Me ayuda a poner las cosas en perspectiva«, dijo Ledecky en una entrevista a Catholic Standard. Recibí una excelente educación en la fe en ambas escuelas. «Tener la oportunidad de asistir a escuelas exigentes en lo académico ha facilitado mi interés por el mundo y por el servicio a los demás y ha enriquecido mi vida de tal modo que no está centrada exclusivamente en la natación o el atletismo», ha confesado en varias ocasiones.
Un año después de ganar el oro en los Juegos de Londres, llegó a Barcelona para disputar el Mundial y volvió a sorprender a todo el mundo por su forma de hablar y de pensar. Con apenas 16 años parecía tener la cabeza mejor amueblada que muchas de sus rivales y una personalidad arrolladora. Una rara avis en una sociedad en la que los valores católicos parecen haber quedado para extraterrestres y en un deporte en el que el culto al cuerpo parece estar en primera línea y donde el individualismo y la presión psicológica cobran una importancia máxima. En la Ciudad Condal, mientras Katie visualizaba la prueba que iba a nadar se dedicó a rezar «decenas de Rosarios» para desconectar de las presiones, pero sobre todo «para pasar un tiempo conectada con Dios y con la Virgen», su compañera de viaje en la natación. Lo dicho, una rara avis.
Porque para Katie, más allá de las medallas, de los éxitos, de la presión del público y de la repercusión de los campeonatos, cuando está en un gran evento de natación con miles de personas observando, «es importante tomarme un tiempo para hacerme un espacio para Dios y pensar en Él. Él siempre estará en el centro de mi vida». También lo hará en los Mundiales de Gwangju, donde aspira a lo máximo, pero siempre junto a Dios.
Porque Katie no busca medallas ni reconocimientos ni aumentar su ego, como dejó claro en el último Mundial de Budapest: «No olvido lo fundamental. Empecé a nadar para divertirme, y de eso es de lo que se trata. Si termino esta semana divirtiéndome, para mí esta experiencia del Mundial será un éxito. Yo realmente no me concentro en ganar medallas de oro y en batir récords mundiales. Quiero divertirme».
Perdió la vida en una carrera que no quiso correr y que no debió celebrarse.