Alejandro Rodríguez de la Peña | 23 de agosto de 2021
Si uno de los dos sectores en la batalla cultural saca a relucir algún aspecto positivo de la civilización a reivindicar, el otro lo acusa de «blanqueamiento» y viceversa. Esta memoria selectiva impide todo debate sano y lo mezcla todo.
Como suele ocurrir, un acontecimiento importante de la actualidad (500 aniversario de la Conquista de México, Caída de Kabul en manos de los Talibán…) lleva a periodistas y tuiteros a opinar sobre cuestiones históricas relacionadas (o no) con ese episodio. En muchas ocasiones, demasiadas, se hacen analogías y extrapolaciones que adolecen de presentismo, anacronismo y, lo que es peor, memoria selectiva. Vemos, por ejemplo, como en los medios y las redes sociales llaman a la OTAN a intervenir en Afganistán para frenar a los inhumanos Talibanes haciendo infumables analogías con «un retorno al Medievo»·, ignorando que la doctrina Talibán procede de hecho de escuelas islámicas de la Edad Contemporánea. Son los mismos que, en un lamentable ejercicio de incoherencia, lamentan con gran pesar la Conquista española de México que puso fin a un ‘Imperio caníbal’ que practicaba sacrificios humanos a un ritmo de decenas de millares al año.
En todo caso, lo que resulta llamativo es que, en las más de las ocasiones este tipo de analogías y abusos de la memoria demagógicos tienen que ver con el odio a la religión: sobre todo, con la cristianofobia (muy presente en ámbitos mediáticos) y, en mucha menor medida, la islamofobia. De este modo, leemos barbaridades como que el velo de las monjas (fruto de la libertad de conciencia) es tan ‘talibán’ como el burka (opresivo para la mujer), que la Cristiandad tridentina y el infierno talibán son más o menos lo mismo, o que la religión es la principal causa de violencia política a lo largo de la historia (falacia inaudita que defienden no pocos opinadores que parecen no haber oído hablar del Holocausto o el Gulag).
Ya con una mayor seriedad, pero no menor sesgo sectario, dependiendo del color político o religioso se hace hincapié en los aspectos más violentos de la Reconquista española y de la Conquista de América y se silencian sus impresionantes logros culturales o se orillan los sacrificios humanos aztecas o la persecución de los cristianos de Al-Andalus. Del mismo modo, se subrayan los grandes logros culturales de la Roma clásica y el Islam medieval y se pasa de puntillas sobre la inhumana brutalidad de sus ejércitos con las poblaciones civiles de los territorios que sometieron. En este sentido, leyendo algunos artículos, pareciera como si el Islam hubiera llegado a España en el año 711 en misión de paz y no como conquistadores a sangre y fuego (varias ciudades completamente arrasadas, decenas de miles de esclavos hispano-godos vendidos en los mercados de Oriente…)
En definitiva, si uno de los dos sectores en la batalla cultural saca a relucir algún aspecto positivo de la civilización a reivindicar, el otro lo acusa de ‘blanqueamiento’ y viceversa. Esta memoria selectiva impide todo debate sano y lo mezcla todo. Uno puede defender la superioridad cultural o ética de una civilización sobre otra sin necesidad de silenciar sus aspectos negativos o positivos, pues toda cultura histórica los tiene. En los voceros mediáticos de aquella parte de la Izquierda que ha hecho de la cristianofobia y de una memoria histórica del rencor su santo y seña este fenómeno resulta singularmente acusado. Entrar en la batalla cultural para explicar y argumentar con rigor histórico las luces del inmenso legado cristiano, en lo espiritual, lo social y lo cultural, es quizá la principal labor que los humanistas católicos tenemos hoy ante nosotros.
Leyendo algunos artículos, pareciera como si el Islam hubiera llegado a España en el año 711 en misión de paz y no como conquistadores a sangre y fuego
Ahora bien, tengo que reconocer que también me empieza a preocupar, en mi doble condición de historiador y católico, el que, por un efecto mimético, en el marco de la batalla cultural en la que estamos inmersos adoptemos los defensores de la memoria cristiana la misma mirada sectaria sobre la historia que los woke, pero en sentido inverso. En toda batalla se exacerban las posturas y se radicalizan, y la batalla cultural no podría ser menos. Y es que, leyendo a algunos, pareciera como si aceptar la realidad de un logro civilizacional, por ejemplo, del Islam medieval, debilitara en algo nuestra postura dialéctica. Así, del mismo modo que los cristianófobos, que son hoy día legión, niegan a las raíces cristianas de Europa cualquier papel en la construcción de la milenaria civilización occidental, presentando una caricatura oscurantista de un catolicismo inquisitorial y enemigo de la cultura, algunos católicos reducen todo el Islam a talibanismo.
En mi caso estoy convencido de que la civilización romano-cristiana es la cultura más rica en logros culturales y también en desarrollo de la dignidad de la persona de la historia humana. Más allá de las sombras y crueldades propias de toda sociedad humana desde la Caída del Hombre, incluida la contemporánea y sus genocidios recurrentes, ha habido a mi juicio un momento singularmente luminoso en nuestro pasado, el que va del renacimiento escolástico de la Europea de las Catedrales al Renacimiento Italiano. En efecto, a mi modo de ver, el humanismo cristiano supo conjugar entre el siglo XII y el siglo XVII la humanidad evangélica (germen de los hoy llamados derechos humanos) y las humanidades clásicas en un logro civilizacional aún no superado, abortado por las guerras de religión y la posterior Ilustración deísta.
La India budista, la China confuciana, el Egipto faraónico, el Israel de los profetas, la Grecia clásica, la Roma imperial, Bizancio, la Bagdad del renacimiento abasí o el Japón del shogunato son algunos ejemplos de grandes realizaciones humanas con un legado fascinante. Pero ninguna alcanzó la grandeza espiritual, cultural y ética de la Cristiandad occidental anterior a la Paz de Westfalia. Pero eso no nos debe impedir valorar otras culturas y aprender de ellas, como hicieron nuestros predecesores: los Padres de la Iglesia de la ciencia y la filosofía del paganismo grecorromano, los benedictinos y franciscanos de la cultura árabe, los jesuitas de India, China y Japón… Si cada vez que los iletrados y los demagogos woke comparan al catolicismo tradicional con el talibanismo reaccionamos de manera análoga metiendo todo el Islam, lleno de complejidades y matices, en un mismo saco, entonces nos empezamos a parecer a la caricatura que quieren presentar de nosotros. No es lo mismo el sunismo que el chiismo, la cultura persa que la cultura árabe o la turca, el fundamentalismo wahabí que el misticismo sufí… y así podríamos seguir y seguir.
Por ende, hay que tener en cuenta que aceptar una impugnación in toto del Islam puede contaminar la defensa del Cristianismo, ya que compartimos algunos fundamentos comunes procedentes del Antiguo Testamento. Hay que hilar muy fino porque podemos dar por buenas premisas que parten de la lógica del ateísmo y que lo que desacreditan es al hecho religioso monoteísta en su conjunto.
Una última observación: la Cruzada, originada en una concepción defensiva de la guerra no lo olvidemos, fue una de las respuestas al desafío que presentó el Islam medieval a la Cristiandad, un Islam que sometió por la espada a las antiguas cristiandades de Palestina, Siria, Egipto, España, Sicilia o el norte de África.
Habida cuenta del trágico destino de estas cristiandades, casi todas ellas en vías de extinción o ya extinguidas, se comprende, desde ese contexto histórico, que se recurriera a la ‘Cruzada’ en todas sus variantes. De hecho, de esta defensa de una Cristiandad asediada nació la Europa carolingia o la España de la Reconquista. Pero no fue la única respuesta de los cristianos al enorme desafío de un Islam expansionista. Fue en todo momento combinada con las escuelas de traductores (la de Toledo fue fundada por el arzobispo Don Raimundo), los intercambios culturales y las misiones de evangelización (franciscanas, sobre todo). Si San Francisco de Asís viajó a Egipto para convertir al Sultán, por otro lado, la ciencia árabe vino a Europa de la mano de los monjes benedictinos, y fue un gran Papa, Silvestre II, el primer científico occidental en utilizar números árabes y enseñar álgebra a sus alumnos. Creo que es bueno tenerlo presente si nuestro referente son las luces de esa Cristiandad perdida.
Defenderse siempre ha sido una manera natural de ser, de apostar por permanecer cuando se inicia una espiral de destrucción.