José F. Peláez | 23 de octubre de 2020
Mientras los caminos se caen y nuestros viejos tienen problemas para ir al médico, tenemos que aguantar a pijos de Neguri, a snobs de Sant Gervasi o a imbéciles de Beverly Hills diciéndonos que representamos lo peor.
La Castilla que tenemos en la cabeza es la creación de dos vascos –Umanuno, Baroja-, de un gallego –Valle-Inclán-, de un alicantino –Azorín– y de dos andaluces -los hermanos Machado-. La generación del 98, que tanto daño ha hecho a la imagen de mi tierra, ve en Castilla -en su paisaje, fundamentalmente- un reflejo de sus angustias, la aridez del alma, el dolor de la soledad y no sé qué otras gilipolleces de personas nacidas en la tibieza de los climas periféricos y que, simplemente, aquí tenían frío. Cuando un castellano tiene frío, se calienta, no lloriquea. Y cuando tiene miedo, se defiende.
En Castilla, la generación del 98 sublima el ideal de la España poderosa, libre, conquistadora, incumbente e imperial que, sin duda, fue en otros tiempos. Porque lo fue. Y lo fue precisamente por obra y gracia de Castilla, de su liderazgo y de su brillantez. No olviden nunca que América es una empresa castellana, no exactamente española. Es Castilla la que pone el dinero, la determinación y los hombres. Castellanas son las banderas de los barcos. Y, por supuesto, también castellanos los muertos. Y las estrecheces y las consecuencias en forma de ruina. La gloria, Habsburgo. Los muertos, castellanos. El mármol en Viena. En mi pueblo, el adobe.
Castilla nunca jamás -y digo nunca jamás- disfrutó de los frutos de su predominio, como sí hicieron ingleses, franceses o turcos con sus imperios. Tras la Reconquista, América. Y después Lepanto y Flandes. Y luego las independencias americanas. Y Filipinas. Y luego una guerra contra los franceses, y luego las guerras carlistas. Y luego una guerra civil. Son 12 siglos en guerra sin parar. Pero eso, fuera no se ve. Los reflejos del poder dejan ciegos los ojos que no saben mirar.
Mientras se pasa hambre de puertas para dentro, Castilla brilla de puertas para fuera, y brilla en una época muy concreta, alejada del derroche, la fiesta y los excesos palaciegos. Eso se lo dejamos a los flamencos, que disfrutaron como enanos de toda la riqueza expoliada a Castilla. Digo flamencos porque los Habsburgo españoles solo tienen de Habsburgo el apellido paterno. Su personalidad es totalmente materna, es decir, Trastámara. No hay más que ver El Escorial, no hay más que conocer sus costumbres, su exquisita cultura y su refinamiento intelectual y moral. Y su austeridad, la tremenda elegancia de no parecer un protestante y la determinación en las formas y en el fondo. Y es así porque los Trastámara no dejan de ser una rama bastarda de los Borgoña que hacen la mayor parte de la Reconquista. Por lo tanto, esta monarquía hispánica, que hunde sus raíces en la Alta Edad Media, se identifica con austeridad material y espiritual, con trascendencia, con guerra, con muerte y con silencio, porque no puede identificarse con otra cosa. Solo hemos salvado al mundo del islam -dos veces, primero en la península y luego en Lepanto- y del éxito total del cisma luterano, que no se hace contra el Vaticano sino contra España. La cabeza de la Iglesia es, en muchos momentos, nuestro rey y no el Papa.
Pero insisto: los fuegos de artificio solo se ven desde lejos. Y el carácter adusto y frío, una anécdota que el 98 eleva a categoría porque los sorprende. ¡Pero cómo quieren que seamos! La realidad es muy distinta. Decía Umbral que Delibes «desnoventayochiza» Castilla. Delibes responde: «Siempre he dicho que eres un hombre despierto». Desnoventayochizar -el palabro se las tiene- es El camino, son Las ratas y son Los santos inocentes, obras que narran la realidad del campo castellano, la verdad sin sacarina, las cosas como son, la estampa de una tierra abandonada, humillada y vejada tras haber dado todo a España, al catolicismo y al mundo en general, a través de sus leyes, su cultura, sus universidades, su idioma y su visión humanista del hombre.
Odian a España porque odian a Castilla y odian a Castilla porque se odian a sí mismos
Todo nacionalismo lo es en cuanto que se considera diferente a Castilla. Y no conozco a nadie que, al decir que se siente diferente, quiera decir que se siente peor. Se sienten diferentes porque se sienten mejores y se sienten mejores porque, a través de Castilla, ponen coto y linde a sus complejos. Nuestra historia es épica, sí. Y victoriosa. Y gloriosa y brillante y admirable y nuestros hijos se salen en el informe PISA y muchas cosas más.
Pero somos pobres, somos pocos y estamos muriéndonos. Mientras eso pasa, mientras los caminos se caen y nuestros viejos tienen problemas para ir al médico, tenemos que aguantar a pijos de Neguri, a snobs de Sant Gervasi o a imbéciles de Beverly Hills diciéndonos que representamos lo peor, que somos racistas, fascistas, azote de los pueblos, censores, inquisidores, asesinos, imperialistas y no sé cuántas cosas más. Y vemos cómo se tiran estatuas de nuestros mejores hombres ante el silencio cómplice de esta nación aborregada. Meterse con Castilla ahora es como meterse con un niño autista y con discapacidad en el patio del colegio. Es bullying institucional. Pero quería haberlos visto meterse con esta tierra cuando se desangraba por ellos.
Odian a España porque odian a Castilla y odian a Castilla porque se odian a sí mismos. Es un asunto resuelto ya por lo «freudiano». El hombre nuevo contra el viejo mundo, contra sus padres, contra sus abuelos. Contra la Cultura. Contra los mitos y las proyecciones del alma. Es el momento de desdecir al 98 y volver a Delibes. Solo cuando dejen de decirnos quiénes somos, podrán entender quiénes somos de verdad.
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