Jaume Vives | 26 de enero de 2021
Los carteles que hablan de «zonas seguras» para las mujeres hablan de una batalla ficticia que se empeñan en hacer visible a todas horas, aunque no por ello es más verdadera.
Un amigo me enviaba hace poco la fotografía de un cartel colocado en la entrada de un bar de Fuerteventura. El cartel rezaba: «ZONA SEGURA PARA LAS MUJERES» y lo patrocinaba el ayuntamiento del lugar (La Oliva), junto con el Gobierno de España.
Contrariamente a lo que uno pueda pensar leyendo en diagonal, no se trata de un cartel para tranquilizar a las mujeres, sino todo lo contrario, se trata de un mensaje que tiene por objeto asustarlas, hacerles creer que hay otras zonas en las que no están seguras. Y eso podría ser cierto si estuviéramos hablando de Emiratos Árabes o Catar, pero no del bar de la otra esquina del municipio de La Oliva, que es de lo que está hablando el infame cartel.
Que la vida no es un lugar seguro lo sabemos, pero no lo es para nadie. Hoy estamos y mañana no. Pero el cartel no habla de eso, el cartel habla de una persecución que no existe, de una discriminación que brilla por su ausencia y de unos micromachismos que no son tales. El cartel habla de una batalla ficticia entre el hombre y la mujer que se empeñan en hacer visible a todas horas, aunque no por ello es más verdadera.
Y ahora pueden aparecer los cruzados de las cifras (que si X violaciones, que si X asesinatos, que si tanto techo de cristal…), pero aceptando que cada número esconde una persona, un drama y una injusticia a la que hay que dar respuesta, la cifra total no esconde una plaga social como pretenden hacernos creer. La única justificación de ese cartel, en ese bar, y con ese mensaje, es que existe un Ministerio de Igualdad y un montón de dinero que hay que gastar en algo.
Y puestos a gastar, qué mejor que infundir miedo a las mujeres incautas, para reforzar así la existencia de tanto chiringuito y el gasto de tantos millones. Ese y no otro es el objetivo: infundir el miedo necesario para justificar todo el dinero que malgastan.
Y no nos quepa ninguna duda de que quienes colocan estos carteles son los principales enemigos de la mujer. Su modelo es la mujer que llega a casa de noche sola y borracha. Mi modelo es el de mi bisabuela, que de un bofetón dejó sentado en el suelo a un miliciano que se quería llevar a su marido a la checa de la calle San Elías en Barcelona. Mi modelo es el de las mujeres de antes, que eran una institución en la familia. Esas mujeres de las que tantas veces me habla mi abuelo. Y ese modelo era sorprendentemente frecuente en la España oscura de antes que rebosaba machismo por los cuatro costados.
Es lo de siempre. Los que abanderan la causa del socialismo son los menos preocupados por la sociedad. Los más partidarios del comunismo son los mayores enemigos de la comunidad. Y, ahora, los que se llenan la boca de feminismo son los enemigos más feroces de la feminidad.
Al final, esto es una batalla entre la idea de mujer y la de anti mujer. Los bandos están muy claros: las élites -disfrazadas con 1.000 máscaras diferentes- contra la familia y la mujer. Parece que van ganando los malos, pero jugamos con ventaja, todas las mujeres llevan escrito que lo son en lo más íntimo de su ser, y eso, a la larga, florece.
En cualquier caso, un buen modo de lidiar esta batalla -además de arrancando y denunciando toda esa propaganda inicua- es recordando a esas mujeres fuertes que nos precedieron, que fueron pilar de su familia, que sacaron adelante a 12 hijos en medio de una guerra, que defendieron su hogar frente tanto atropello y que fueron femeninas incluso cuando tuvieron que tumbar a un anarquista de un merecido bofetón.
Y no, amigo escéptico, la mujer no es un constructo social ni la feminidad un accidente cultural.
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