Luis Núñez Ladevéze | 26 de agosto de 2019
El ensayo de Manuela de Barros aborda una reflexión inconclusa. El principal problema de la humanidad es que no sabe cómo dominar su medio de dominación.
El mayor mérito de este ensayo de Manuela de Barros es que obliga a pensar. Plantea un problema de fondo, para el que no hay, hoy por hoy, una respuesta satisfactoria. Ni la ofrece el ensayo, ni las actuales corrientes de pensamiento presentan solución congruente.
Arqueología de los medios
Manuela de Barros
Herder Editorial
104 págs.
12€
El tema no está claramente representado por el título, a menos que se considere la tecnología como un “medio arqueológico”. Lo cual tiene sentido si por “medio” se entiende cualquier instrumento que utilice el ser humano para adaptar la naturaleza a sus necesidades siempre crecientes. Desde el hacha de sílex a internet, pasando por la fecundación in vitro, todos son medios, recursos artificiales inventados para dominar la naturaleza.
El artificio es tecnología. El principal problema de la humanidad es que no sabe cómo dominar su medio de dominación. Su uso tiene rasgos de círculo vicioso. Simplificando, consiste en que la técnica es el medio al que la humanidad ha recurrido para sobrevivir en un entorno tan hostil como necesario.
Decía Ortega y Gasset que el ser humano se distingue del reino animal porque utiliza la técnica para adaptar la naturaleza a sus necesidades, no para acomodarse a ella. El hombre no es adaptativo, sino una especie que adapta a las demás a sus conveniencias. No convive en un entorno común, sino que lo instrumentaliza.
Como en la fábula del “aprendiz de brujo” que narra Luciano y versifica Goethe, tras un largo proceso generativo, el instrumento ha cobrado incontrolable vida propia. La técnica, otrora esperanzadora, se ha convertido en el principal peligro para su dueño. Es un desnaturalizador tan poderoso que amenaza con destruir el hábitat natural que sostiene la vida.
Barros divaga sobre esta amenaza, a veces confusa, otras sugerente. Los comentarios sobre el pesimismo anticipatorio de la ciencia ficción se mezclan con la realidad del progreso técnico. La ficción distópica de nuestros padres es vida cotidiana para nuestros hijos.
Animalismo, transhumanismo, radicalismos feministas, ecologismos, tansgéneros, dieron salida al desengaño que causó el fracaso del sistema comunista
Durante los siglos ilustrados, la creencia en la ciencia como principio de emancipación del hombre de los prejuicios transmitidos por tradiciones no científicas, religiosas o supersticiosas, iba aparejada a la idea de que ciencia y técnica eran las colaboradoras de esa emancipación. Las utopías renacentistas perduraron hasta que la experiencia del progreso mostró ser tanto una fuente de provisión como de destrucción.
Las ensoñaciones utópicas pasaron repentinamente a ser imaginarias distopías castastróficas. Las ilusiones emancipatorias que descubrían en los prejuicios del pasado la causa del mal creyeron encontrar una respuesta en las ideologías del resentimiento. Para Rousseau, la sociedad era mala. Para Feuerbach, lo era el cristianismo. Marx trató de hacerlos bondadosos mediante la lucha de clases.
Cuando las soluciones nacidas del resentimiento social también fracasaron, el anticipo del futuro resultó ser más frustrante que la adversión del pretérito. Entonces hubo que aliviar la frustración causada por el desengaño señalando otro culpable a condición de no señalarse a uno mismo.
Así, emergieron ideologías de la frustración, aunque la autora de este libro no las denomina así. Animalismo, transhumanismo, radicalismos feministas, ecologismos, tansgéneros, dieron salida al desengaño que causó el fracaso del sistema comunista. Son objeto de este texto. Se apoya en el comentario a diversas lecturas de ciencia ficción, y en dos fuentes principales: el ensayo Eros y magia de Culianu y el Manifiesto ciborg de Haraway.
Lo que aflora en sus páginas es una reflexión sobre las posibilidades de la técnica de romper con la base antropológica de la especie y el deseo larvado, tras el fracaso de las revoluciones inmanentistas, de vengarse de la condición humana cuyo repudio constituye la ideología que anida en el manifiesto de Haraway.
Tras el fracaso comunista, el odio hacia otro ha mutado en rechazo de la condición antropológica. El sistema posindustrial es el depredador del medio ambiente. Pero si la tecnología es el problema, también es el remedio encontrado para aliviar la frustración. No hay salida política ni social que no sea destruir el sistema para presentar una respuesta adecuada que no se base, a la vez, en el recurso a la tecnología.
La inteligencia artificial forma parte del programa de las grandes empresas tecnológicas. El ciborg de Haraway procede de la repugnancia contra uno mismo. Ella, o él, ofrece la salida a esa repugnancia. Cambiar artificialmente nuestro cuerpo para dejar de ser lo que somos y convertirnos en lo que deseamos, un otro u otra o un híbrido.
Es decir, hay que desnaturalizar la especie igual que la especie desnaturaliza el medio ambiente. “Hemos tecnologizado nuestro entorno… nuestro espíritu está atrapado en una trama de orden científico… la magia de la tecnología se ha ha vuelto el brazo armado de los devoradores del espíritu, porque aniquila la voluntad mientras deja la ilusión de una elección premeditada” (pg. 87).
“Creemos en las ciencias” y confiamos en el “ciborg” para el “advenimiento de una nueva especie” que nos saque de la barbarie usando el instrumento que nos introdujo en ella. Buscar la salida de este mundo que hemos corrompido, culpando al militarismo, al patriarcado, al ultracapitalismo, al imperialismo blanco occidental, como si cambiarse de sexo, aplicar la cirugía estética para cambiar de rostro, o abolir el dinero no fueran oferta de ese ultracapitalismo tecnológico.
La magia de la tecnología se ha ha vuelto el brazo armado de los devoradores del espíritu, porque aniquila la voluntad mientras deja la ilusión de una elección premeditadaManuela de Barros
Se repudia el patriarcado perdido en la prehistoria para vacunarse de lo que somos. Se flota un barco de Green Peace como si no fuera tan tecnológico como una tuneladora. Se apelar a una “falsa conciencia”, que siempre es la conciencia de otro, como si la nuestra no fuera tan falsa, o “los malos espíritus pudieran pasar la puerta, si no los autorizáramos” a que pasaran.
Este es el problema que aborda esta reflexión inconclusa de Barros. Sorprende que en la referencia a la literatura de ciencia ficción no cite las obras que principalmente advirtieron del problema que la actualidad ya describe. No me refiero tanto a Wells, que Barros sustituye por Conan Doyle, sino a Aldous Huxley, cuyas novelas, Mundo feliz y Mono y esencia, son anticipaciones expresivas del mundo que comienza a emerger como realidad transhumana, transgénerica o transvital.
Juan Luis Arsuaga publica «Vida, la gran historia», una obra ambiciosa que trasciende el campo de la ciencia para responder a la gran pregunta: ¿por qué estamos aquí?
El transhumanismo se utiliza para describir una época nueva de la historia que habrá superado y desbordado un tiempo antiguo: el de los “humanismos”.