Chapu Apaolaza | 26 de diciembre de 2020
El disidente de la Navidad lucha contra ella desde dentro, pues lo crucial en su empresa es que se note que no considera la Navidad, y esto tiene que llevarse a cabo, naturalmente, en Navidad.
De la pandemia se han celebrado los corzos en las gasolineras, la calles vacías, la imposibilidad de viajar, de consumir y, ahora, la falta de la Navidad. Cuando muramos de hambre, dirán que comíamos demasiado. Qué suerte de pandemia sin atracones, sin fregadero lleno de platos que fregar y sin hermanos impertinentes, dicen. Hay que compadecer a esa gente, pero si uno no se siente capaz, siempre puede compadecer a su familia. Viene alguien por ahí pregonando en contra de la Navidad, no importa cuándo se lea esto. El disidente de la Navidad se ha convertido ya en un personaje más de la Navidad, como un ‘caganer’ conversacional. La magia radica en que el intento de arrastrar la Nochebuena se da casi todas las veces por parte de gente que curiosamente participa en la Nochebuena. Es decir, que el antinavideño no es un personaje que se exilia en estas fechas y busca el refugio en un lugar donde el día 25 sea un día de labor. Es que este personaje lucha contra la Navidad desde dentro, pues lo crucial en su empresa es que se note que no considera la Navidad, y esto tiene que llevarse a cabo, naturalmente, en Navidad. Si no, no importaría a nadie, y el truco no tendría efecto.
Aquí llega una y otra vez camuflado en la obligatoriedad de las cenas y las comidas que asume con pretendido disgusto. Empujado por un protocolo que acepta por no disgustar a nadie, se cuela en la casa, como un polvorón de Troya. Aquí lo tenemos sentado a la mesa que aprovecha para señalar a los demás en demostración de su ridículo, pues este sujeto no pierde ocasión de distinguirse del rebaño emocional de cantadores de villancicos, niños ingenuos a los que retira la venda de los ojos y otra gente a la que constantemente se empeña en mostrar la trampa en la que han caído. Así recuerda una y otra vez lo de la fiesta pagana anterior o el hecho de que Papá Noel vistiera de verde hasta que le cambiaron el traje los de la Coca-Cola, lo que sin duda empuja el debate indefectiblemente hacia la clásica conversación sobre el consumismo y el preguntarse por qué celebrar ese día si todos son importantes.
Acerca de los Reyes Magos despliega argumentos cercanos al precipicio de las cosas de los adultos, incluso pretende que no existen y siempre reivindica que en realidad eran uno menos. ¿O eran uno más? Nunca lo recuerdo. También se le identifica porque felicita las Saturnales, las fiestas del afecto o escoge cualquier otro epíteto que se refiera a «esas fiestas de las que usted me habla», de las que participa con el particular mohín que usa para distinguirse, pues su objetivo no navideño responde a la pulsión antigregaria de adquirir un sello propio que lo diferencia de todos los demás, los que participan de la Navidad con más o menos empeño, más o menos tristeza o significado -a veces, ninguno-, pero sin el espectáculo de su peripecia.
Así, en toda casa hay un mantel para Navidad y algún generoso dispuesto a cortarle a uno el punto y que llega con la prosilla adulta que mira cómo desenmascara. La técnica siempre es la misma, pero el argumento varía de año en año, y unas veces elige el cliché de que si Olentzero es un invento del PNV, otras que a qué viene lo de gastar tanto o de dónde sale tanta sonrisa forzada. Este personaje insiste mucho por diversos flancos, pues encuentra en la reivindicación de su impermeabilidad a las tradiciones un gozo ya no tan secreto.
A cada paso se prodiga en recordar su posición, casi tanto como el de centro que cansinamente necesita mostrar que no es ni de derechas, ni de izquierdas. Por eso el contrario a la Navidad también se manifiesta en otras versiones de otras tradiciones que también va señalando como impostoras y se queja de que a qué tanto rollo con lo de Halloween, si es una costumbre extranjera, y más vale que no le vea a uno felicitar el día de la madre, pues se inventaron la fecha unos grandes almacenes. Yo creo que, en general, en la costumbre lo que cuenta es que le divierta a uno, y no que sus fundamentos históricos sean inapelables, por eso reunirse a cenar con la familia y los amigos se convierte rápidamente en tradición y no termina de animarse la gente a celebrar el día de ayudar a tu primo en una mudanza.
Tenemos la Navidad manga por hombro por una pandemia que nos impide juntarnos, pero esa no es excusa para no celebrar, aunque sea en esta austeridad monacal de la soledad.
Sugerencias para disfrutar y crecer en Navidad, época del año que es una tormenta material perfecta para apreciar que las cosas importantes de la vida no son cosas.