Javier Varela | 28 de mayo de 2019
Las hostilidades con la grada llevaron a París a mover ficha y concederle la Medalla Grand Vermeil, máxima condecoración de la ciudad.
Primera semana de junio. Roland Garros. Rafael Nadal. Triunfo. Esta situación se ha vivido ya en once ocasiones en los últimos años en el mundo del tenis. Once títulos en la tierra de París. Once títulos en el segundo Grand Slam del año. Once Copas de los Mosqueteros para un tenista que ya era una leyenda y que ha demostrado en la Philippe-Chatrier de Roland Garros que esa historia de amor de Rafa Nadal en París continúa… Seguramente sobre este muchacho se ha dicho todo lo que se podía haber dicho y probablemente se hayan gastado todos los adjetivos para definir su carrera deportiva, inmensa y espectacular. Pero si Nadal es grande en la victoria lo es más en la derrota. Sus muchas virtudes son incluso reconocidas por la exigente afición de París, siempre tan exquisita con los deportistas españoles.
Porque su relación con el público francés no ha sido fácil. Le ha costado más de lo esperado colarse en el corazón de una grada que no entiende de mitos y que castiga sin mirar el nombre o el número de títulos. No hay que remontarse mucho tiempo atrás para ver comportamientos de hostilidad del público francés hacia Rafael Nadal. Han sido asiduos los momentos en los que los franceses han abucheado al mallorquín, mientras apoyaban sobremanera a su rival, no importaba quién fuese.
El caso que más dolió al tenista y a su entorno ocurrió en 2009, en el partido ante Robin Söderling en el que caía derrotado por primera vez sobre la arcilla del Bois de Boulogne. El público francés cantó el triunfo del sueco como si hubiese sido el de un francés el último domingo de competición. Toni Nadal, tío y entrenador de Nadal durante casi toda su carrera, explotó. «Los franceses nos tienen envidia. El público parisino es bastante estúpido y les molesta que un español triunfe aquí. La gente que fundamenta su felicidad en la derrota de alguien, me parece que tiene una felicidad muy pobre».
Los franceses nos tienen envidia. El público parisino es bastante estúpido y les molesta que un español triunfe aquíToni Nadal
La animadversión continuó en los años siguientes, en los que Nadal acumulaba copas de Mosqueteros. En primera ronda de 2011, Nadal sufrió –tuvo que ir a los cinco sets- para superar al cañonero John Isner. El comportamiento entonces de la grada llegó a poner nervioso al español, que no entendía por qué se celebraban sus fallos. Algo similar volvió a ocurrir en 2013, también en primera ronda, ante Daniel Brands. Además de silbidos y ovaciones a sus fallos, tuvo que escuchar los gritos de Allez, Daniel!
Este comportamiento siempre sorprendió a un Nadal que jamás ha tenido una mala palabra para los aficionados franceses y, lejos de criticarlos, cada año que hablaba como ganador en Roland Garros se ha deshecho en agradecimientos. Pero esa mala relación pareció cambiar en 2015, cuando París le concedió la mayor condecoración de la ciudad, la Medalla Grand Vermeil. Entonces, la alcaldesa franco-española de París, Anne Hidalgo, aseguró que Nadal es «un ejemplo de campeón que ha sabido mantener su humildad».
Mundial de fútbol femenino: el ejemplo de España. Por David Oller
Y ahí ha estado la clave del cambio de actitud de la afición parisina con Nadal. El español ha demostrado que la cabeza es más fuerte que el cuerpo y que la mente es capaz de ganarle un set y un partido al cansancio muscular. Es lo que tiene llevar muchos años luchando contra su cuerpo. Su carrocería no ha parado de pasar por el taller para diferentes puestas a punto y, ya entrado en la tercera década de vida, su cuerpo le plantea dimensiones sobresalientes que están en el límite y que solo un deportista con una mente privilegiada puede aguantar.
Estamos ante un deportista al que los triunfos lo hacen más humilde; los éxitos le obligan a trabajar más; las lesiones lo hacen más fuerte; los obstáculos, más ambicioso; los contratiempos, más persistente; y las dificultades, más completo. Unos valores que demuestra en cada partido, en cada punto, ante cualquier rival y en cualquier bola. Nadal siempre va más allá y no da por perdido un punto, ni una bola, ni un saque. Es un ganador nato, al que no le gusta perder –como a todos- pero que se deja la vida en su empeño por no hacerlo. Cueste lo que cueste.
Nadal es un ejemplo de campeón que ha sabido mantener su humildadAnne Hildalgo
Rafa Nadal va camino de ser el más grande de la historia, si ya no lo es. Y cuando la arcilla es la de París, la sensación de superioridad se multiplica. 89 partidos y 87 victorias para un 98% de victorias. Nunca nadie dominó una superficie como él desde que alguien empuñó una raqueta de tenis. Además, ganó en todos lados ante todos los rivales posibles y siempre con las mismas características. Porque la tierra batida es una superficie que combina factores: el físico, el estratégico, el táctico y la resistencia mental, como ha dicho el propio Nadal en alguna ocasión. La tierra es una superficie en la que necesitas luchar. Puedes jugar agresivo o defensivo, y no solo ofensivo como, por ejemplo, en la hierba. Y ahí Rafa Nadal es el mejor. Sin discusión.
El español, además, es el único deportista en el mundo capaz de producir entusiasmo cuando gana y admiración cuando pierde. Un detalle que ejemplifica su verdadera grandeza, más allá de títulos. Es el mayor ejemplo de este país. Nos enseña las bondades del trabajo, la perseverancia, la rebeldía, el nunca rendirse, y todo esto desde la mayor normalidad, naturalidad, ética y compañerismo. Y por si fuera poco, con una carrera plagada de éxitos. En cada partido este tipo nos pone la piel de gallina. Un animal competitivo.
Nadal ha marcado y sigue marcando la historia de París. La historia de Roland Garros no puede escribirse sin Rafael Nadal. Quizá ese sea su mayor título.
Los deportistas no viven ajenos a la política. Aunque les cuesta valorar ciertos aspectos, cuando lo hacen no dejan indiferente a nadie. Es el caso de Pau y Marc Gasol, Piqué, Nadal o Ballesta en España. En EE.UU. la polémica con Trump incendia las redes.