Francisco José Contreras | 30 de enero de 2020
Toda sociedad envejecida debe decidir si invierte en atención a los ancianos o si impulsa la eutanasia. Nuestro Gobierno social-comunista parece haber decidido que lo progresista es lo segundo.
Jeanne Delpierre pidió la eutanasia. No tenía un cáncer avanzado, ni ninguna otra “enfermedad grave e incurable”, requisito exigido por la ley belga. Su dolencia incurable era la vejez (88 años), y las “patologías múltiples” asociadas a ella: artrosis, pérdida de vista y oído…
A Jeanne Delpierre la mataron. Igual que al senador Brongersma en Holanda, en un caso que alcanzó eco mediático en 1998 porque fue uno de los primeros en que se autorizó la eutanasia por “sufrimiento psicológico”. En este caso, la soledad: “No queda vivo nadie que me interese”. En el Benelux, faro del progreso eutanásico, cada vez hay más personas que piden y obtienen la muerte por simples trastornos emocionales, o por prevención de un sufrimiento futuro (diagnosticados de cáncer o Alzheimer, en las primeras fases).
En nuestras sociedades envejecidas, la masa de ancianos enfrentados al declive físico y mental, a la depresión y a la soledad va a crecer vertiginosamente: está llegando a la tercera edad la generación que protagonizó la revolución sexual-familiar en los 60, con su secuela de divorcios y escasa natalidad. Muchos baby boomers no han tenido hijos, o muy pocos: les espera una vejez muy triste en hospicios o domicilios solitarios. Su sostenimiento económico-sanitario resultará cada vez más gravoso.
Digámoslo sin rodeos: existe un riesgo cierto de que se empuje más o menos sutilmente a la eutanasia a cada vez más viejos. Bastará con convencerlos de que el tramo final de la vida, con sus penalidades, es lebensunwert, “indigno de ser vivido” (sí, es el término que usó la legislación nazi para justificar el exterminio de deficientes: programa Aktion T4). También se les presionará con la idea de que son un lastre para los jóvenes. Cuando la noción de que “lo digno es no imponer la propia decadencia a los demás” se incorpore a la cultura ambiental, la carga de la prueba recaerá sobre el que desee seguir viviendo más allá de cierta edad.
Nuestro Gobierno de progreso está dispuesto a embarcar a la sociedad en ese formidable avance. Claro, dirán que la eutanasia solo se va a permitir en casos extremos de sufrimiento insoportable e incurable… Es lo que ya hicieron con el aborto. La experiencia demuestra que, una vez derribado el principio de indisponibilidad de la vida, la deriva jurisprudencial y de opinión pública conduce a una interpretación cada vez más laxa de los requisitos legales. Y finalmente, a la reforma de la ley, para acomodarla a la praxis permisiva ya convertida en hecho consumado. La “pendiente resbaladiza” se ve confirmada una y otra vez en asuntos bioéticos.
Holanda ya ha servido como laboratorio de la eutanasia durante 40 años (tolerada de hecho por los tribunales desde los 70, regulada desde 2001), y Bélgica durante 20 (regulada en 2002). La evolución en ambos países es la que sintetizó Herbert Hendin en Seducidos por la muerte: “Desde la eutanasia de enfermos terminales se ha pasado a la de enfermos crónicos; desde la de enfermedades físicas, a la de enfermedades psicológicas; desde la voluntaria, a la involuntaria”. Y, por tanto, crece en flecha el número de casos: en Bélgica, de unos 200 anuales al principio a unos 2.500 hoy. En Holanda, se ha estimado que un 15% de las muertes se producen ya por eutanasia. El control es a posteriori: los médicos deben informar a la Comisión de Control… cuando ya se ha pasaportado al paciente. Además, la comisión está formada mayoritariamente por partidarios de la eutanasia.
Desde la eutanasia de enfermos terminales se ha pasado a la de enfermos crónicos; desde la de enfermedades físicas, a la de enfermedades psicológicas; desde la voluntaria, a la involuntariaHerbert Hendin, escritor
La alternativa a la eutanasia no es una agonía horrible. Vivimos en una época en que casi todos los sufrimientos son atenuables por medio de la medicina. Los partidarios de la eutanasia intentan embrollarlo todo, confundiéndola con los cuidados paliativos (CP) en el concepto borroso de “muerte digna”. Pero los CP no buscan dar la muerte, sino mejorar la calidad de vida en la fase final de una enfermedad dolorosa. Tampoco la sedación terminal debe ser confundida con la eutanasia: no busca provocar la muerte, sino dulcificar la agonía.
Pero los CP son muy caros. En España, que fue pionera en ese campo, la inversión en paliativos está congelada desde hace décadas. Aunque el Plan Bolonia preveía que las universidades europeas desarrollasen los CP como una especialidad más de los estudios médicos, solo 6 de 43 Facultades de Medicina españolas la imparten con carácter obligatorio. Existe una Estrategia Nacional de Cuidados Paliativos… que ha quedado en agua de borrajas, pues la comisión lleva tres años sin reunirse, y no se ha diseñado el Plan Nacional de rigor. Unos 75.000 pacientes necesitados de CP carecen de ellos.
La cultura de la muerte, con sus 100.000 abortos al año y su sacrificio de la estabilidad familiar a la libertad amorosa, nos ha conducido a sociedades seniles, con la pirámide demográfica “invertida”. Toda sociedad envejecida debe decidir si invierte en CP y atención a ancianos, o si opta por impulsar la eutanasia. Nuestro Gobierno social-comunista parece haber decidido que lo progresista es lo segundo. En el “Mundo Feliz” de Aldous Huxley no existe la vejez.
La muerte provocada de María José Carrrasco evidencia que la eutanasia no se debe legitimar.
Noa Pothoven decidió dejar de comer y de beber, previo acuerdo con los médicos de no intervenir en el proceso más que con cuidados paliativos.