Carlos Chiclana | 30 de julio de 2020
Los estereotipos de género afectan tanto a hombres como a mujeres. Si ambas fuerzas fluyen y entran en sinergia, puede generarse algo más bueno y bello que cada potencia por separado.
En una sesión sobre sexualidad con parejas jóvenes, un chico preguntó: «¿Es verdad que cuando el hombre acaricia siempre lo hace con una intención sexual?». La duda no me sorprendió, porque algunos hombres han creído el discurso de que son machos peligrosos, agresivos y violadores, incapaces de amar.
En algunos foros se emplea el lema «no necesitamos a los hombres». Puede considerarse algo real y plausible en muchos ámbitos: estar sólo con mujeres, fecundarme mediante técnicas artificiales, tener sólo amigas, trabajar sólo con mujeres. Esta propuesta parece una imitación a lo realizado antaño por «los clubes de chicos» que «no admitían ni necesitaban a las chicas» y las excluían.
Puede ocurrir que el varón privilegiado desde hace siglos por unos supuestos derechos adquiridos no lo perciba así, porque está acostumbrado y los ha heredado cultural y ambientalmente, y por eso nos llaman la atención las películas o secuencias de «humor» en las que se intercambian los papeles estereotipados del machismo. Los estereotipos de género afectan tanto a hombres como a mujeres, como se puede apreciar en estos dos vídeos: «Como una chica» y «48 cosas que los hombres escuchan a lo largo de su vida».
La sociedad no necesita al hombre para empoderar a la mujer, ya tiene poder, pero no «todo el poder». Si la propuesta de igualdad es que ella sustituya al hombre en su lugar privilegiado, repetiríamos el patrón de abuso. Si lo hacemos de otra manera y ambas fuerzas fluyen y entran en sinergia, puede generarse algo más bueno y bello que cada potencia por separado. La belleza que surge de la unión masculino-femenino, la vida que surge de la fusión de células complementarias, la relación en la sana reciprocidad, la suma de lo que cada persona aporta sin dejar la lealtad debida a quien uno es, nos lleva a reproducir -gracias a la dinámica de la relación- el ser, lo bello, lo bueno, lo auténtico. Permite al ser humano ser humano, más allá de su sexo y de las atribuciones de género de la cultura en la que esté.
Todavía hay diccionarios de antónimos donde, si buscas mujer, sale varón; si buscas masculino, te indica endeble y femenino. Pero no es verdad, son complementarios en lo sexual y recíprocos en otras muchas dimensiones. Es en el misterio de la dignidad humana como relación donde pueden unirse estas polaridades aparentemente contrarias. Si soñamos un futuro mejor en el que construimos en conjunción, sin miedo al sexo diferente ni a lo masculino ni a lo femenino, vale la pena afrontar el desafío de la igualdad.
Considero que los varones tenemos muchos motivos de agradecimiento a la ola feminista, porque nos permite madurar y evolucionar, aún más, de mamífero macho humano a persona varón masculino, y expresar lo primero sin abandonar lo segundo.
Quizá no necesitemos tanto a hombres feministas como a hombres verdaderamente masculinos sin miedo a su propia identidad, sin miedo a la mujer y su potencia porque, seguros de su propia identidad, no temen que la fuerza de la mujer los haga impotentes. Saben que, precisamente gracias a la fuerza de ella, su masculinidad adquiere mayor identidad, y no están en lucha.
La fuerza del feminismo también ha roto cadenas que aherrojaban a algunos, los ha liberado de estereotipos y facilita una mayor expresión de aspectos personales sin abandonar su masculinidad. Les daría las gracias por:
1.- Permitirle ser más humano, tierno y sensible.
2.- Favorecer que esté abierto a la comunicación.
3.- Liberarlo de estereotipos orientados a la obligación por el logro y a la producción, y favorecer que prevalezca el ser sobre el hacer.
4.- Abolir las doctrinas de género que estereotipan a los hombres como violentos, maltratadores, no serviciales o despreciadores.
5.- Evitar la confusión o asimilación de características propias de su persona, como si fueran impropias de su sexo (amabilidad, delicadeza, capacidad para lo bello, etc.).
6.- Promocionar el valor de lo masculino, tanto de forma individual como cuando es esposo y cuando es padre, más allá de funcionalidades impuestas o de roles culturales.
7.- Ampliar la libertad para que lo masculino sea tan ancho como hombres hay en la tierra.
8.- Ayudarlo a conocer mejor las emociones y saber que en sí mismas no son masculinas ni femeninas, sino de la persona.
9.- Permitirle ser vulnerable, pedir ayuda y dejarse ayudar sin que se cuestione su competencia.
10.- Desvincularlo de la tiranía, la dominancia o el sobreproteccionismo.
Libertad, valentía, confianza y fecundidad
Lo masculino y lo femenino están llamados a entenderse en relaciones en las que se valida, se valora, se trata bien al otro, en las que no hace falta estar a la defensiva sino en modo colaborador, en las que puedes ser el mismo en público que en privado, en las que se busca lo que une libremente, no por necesidades ni por miedos.
Propongo 4 características de calidad de las relaciones varón-mujer que podrían ser un paso adelante en el cambio humano y social que pide nuestra época hacia la igualdad y la dignidad.
Relaciones Libres: sin ataduras ni sumisiones, sin polos superior-inferior o dominante-sumiso, sin luchas de poder, con igual dignidad, con iguales derechos. Independientes y autónomas. De tú a tú, de persona a persona, con respeto. Que no sean relaciones de necesidad que me «rellenen» mis carencias. Elegidas.
Relaciones Valientes: sin miedo a lo diferente, con ganas de enriquecerse con lo diverso, dispuestas colaborar. En las que se acepta lo diferente, se recibe sin defensa, se acoge y reconoce la diferencia, sin prejuicios, abiertos al asombro y a la sorpresa, comprensivas tras el juicio.
Relaciones de Confianza: abiertas al desarrollo y cambio del otro, sin abusos ni manipulación emocional. Que buscan la amistad, escuchan, son solidarias, en colaboración, con intimidad y comunicación. En las que se expresan emociones, se permite la vulnerabilidad y se desarrolla una seguridad recíproca en la fragilidad individual.
Relaciones Fecundas: abiertas a la creatividad, al misterio, a la vida, donde cada sujeto aporta su subjetividad y reconoce al otro como sujetos no objetivable.
Si buscamos lo que une, en vez de lo que separa; si confiamos en que el otro es capaz, en vez de juzgarlo y condenarlo; si esperamos que de verdad pueda ser él de forma auténtica, en vez de etiquetarlo, puede que tengamos mayor probabilidad de éxito. Si matizamos y relacionamos nuestra argumentación con personas, hechos y acontecimientos y no con teorías, ideologías o estereotipos, puede que lleguemos antes a entendernos.
Si nos tratamos con igual dignidad y diversa identidad, si nos atrevemos a ser amantes, amigos, esposos, padres, proveedores, guerreros o fecundadores, integrados en una persona con una biología y una biografía, con capacidad de amar y ser amados, si integramos nuestra vida en unas relaciones con otras personas, podremos hacer de la masculinidad una característica de la persona, digna de convivir con la feminidad, sin miedo a abrir el club de chicos a las chicas y viceversa.
Según el psicoanalista Jean Pierre Winter, la figura del padre está siendo borrada de la cadena histórica y cultural de una descendencia cuyos vínculos desean erradicarse. Asistimos a su okupación.
De pararse alguna vez, el hombre adulto se vería sofocado por un silencio extraño, insípido, mudo, al percibir el inmediato fin de lo que ama, de todo en lo que cree y en lo que empeña sus fuerzas.