Chapu Apaolaza | 31 de julio de 2021
La normalización de la derrota del otro como bálsamo para la sociedad es una filfa en cuanto supone la asunción y el consuelo del que no puede. No se entiende que se festeje que sucumban los atletas; para sucumbir ya estamos nosotros.
A Isaac Fonseca el primer novillo de la tarde le parte la boca de un golpe seco como un hachazo y le salta cuatro dientes. Después se levanta y sigue toreando sin mirarse porque la vida te parte la boca en algún momento que nadie sabe cuál es, pero cualquiera sabe que te la va a partir y el que no lo sepa, es un idiota. Hay que seguir toreando sin mirarse. Jesús Robledo Tito, soldado de Roma de los ruedos y banderillero imperial, se le acerca preocupado y el chaval le pide calma con la mano. Mientras vuelve a la cara del novillo, le va hablando con los labios partidos, pronuncia algunas palabras y versos de sangre se le derraman sobre el pecho.
En un suspiro está de nuevo Isaac toreando en un remolino de polvo naranja-infierno, andando alrededor del toro, que dice Rubén Lardín que es un pozo negro alrededor del que se anda, y yo en aquella revelación del infierno, me acuerdo del chiste de los dientes en el que va un niño en bici y le dice a su madre «Mira, mamá: sin manos», y después le dice «Mira, mamá: sin pies», y al final le grita: «¡Mira, mamá, sin dientes!» Su mamá está viendo la tele en Morelia en un salón de Michoacán del que la familia de Isaac lo vio irse siendo una cría de humano, viajando a Madrid a ser torero y a perder los dientes y la vida si hiciera falta.
El siguiente novillo es un un novillo grave, un novillo como de leer a Hegel, e Isaac le corta las dos orejas. Ahora en Morelia saltan de alegría pues lo ven ganar el Circuito de Novilladas de la Comunidad de Madrid. Cuando sale a los medios a saludar al público su triunfo hercúleo, va detrás Carmelo López, que le pone el micro de Telemadrid y pregunta a quién le dedica su triunfo: «A Dios y a mi familia». Mi abuela decía que no podía ver torear a los novilleros porque le parecía que los acababa de peinar su madre. Cuando se va a Madrid siendo un niño -casi un niño-duende-, la abuela de Isaac le mete en la maleta una bandera de México y con los primeros dineros de torear, él le compra un mandil; cómo estaría el mandil. Isaac pasea ahora la bandera y las dos orejas y yo me pregunto a qué viene esa pulsión de quemar las banderas de nuestras abuelas en lugar de honrarlas.
Pienso en novilleros como gimnastas olímpicas con trajes de luces. Sonríen a la grada como si no doliera, como si no cansara, como si fuera fácil. Alehop. Como siempre ando a otra cosa, no veo mucho los juegos de Tokio, pero desde la distancia me llega el eco tristón de la celebración de las derrotas. Escucho en los medios que aquella medalla de plata es como si fuera la de oro y me digo que cómo va a ser esto, si el deporte consiste justamente en establecer un abismo entre el primero y el segundo, en que solo ganara uno, no media docena.
He escuchado que la medalla habría que partirla en muchos trocitos para dársela a todos los que la merecen. Semejante estupidez
Mejor incluso que ver toros es hablar de toros y de gimnastas. Simone Biles lo ganó todo y ahora se retira porque no puede con la presión. Caer ante la ferocidad de la vida es comprensible, pero no puede ser un ejemplo. ¡El ejemplo es sobreponerse! Claro que supone la visibilización de la ansiedad, aunque a mí no me tienen que visibilizar nada, pues la sufrí durante dieciséis años. Tampoco sé si me hubiera ayudado la retirada de Biles o me hubiera inspirado más verla ganar sabiendo que sufre de ansiedad.
La normalización de la derrota del otro como bálsamo para la sociedad es una filfa en cuanto supone la asunción y el consuelo del que no puede. No se entiende que se festeje que sucumban los atletas; para sucumbir ya estamos nosotros. Solo podemos celebrar esa retirada y esa derrota en cuanto la victoria ajena nos zarandea, nos cuestiona y nos pone las pilas. ¿Cómo una chica ansiosa es capaz de ganar una medalla si a nosotros nos tiemblan las piernas al subir al metro? ¿Cómo va a ganar ese tipo que lleva cuatro años lanzando la jabalina o corriendo maratones si cedemos a la pereza de hacer la cama o sacar al perro?
Ah, la visibilización. Visibilizar esto y lo otro: el cansancio, el aburrimiento, el miedo, la cobardía y el dolor al fin visibilizados. Me imagino ahora a Isaac Fonseca diciendo que no sale al ruedo porque tiene miedo, porque es peligroso y porque duele, y que se dice que lo hace para acompañar a todos los que tienen miedo o a los que les duele algo. A mí me duele España por la parte de aquí, y no voy por ahí pegando voces.
También he escuchado que la medalla habría que partirla en muchos trocitos para dársela a todos los que la merecen. Semejante estupidez. Que es duro prepararse durante toda una vida y perder, saber que por muy grande que haya sido el trabajo, hay otro que corre los cien metros más rápido que tú, pero hay que asumirlo porque es así. El valor de la victoria consiste en que solo la puede conseguir uno, uno solo en el podio, uno bajo la bandera de México de Isaac en la polvareda de Cadalso de los Vidrios. A ver si resulta que lo suyo es quedar segundo en un mundo de segundones, no se vaya a ofender a alguien. Pediremos perdón por ganar, daremos medallas por perder.
Suspender los Juegos Olímpicos por razones humanitarias es lo más razonable. El Comité Olímpico Internacional parece no estar dispuesto a sacar la cabeza de la tierra y mirar lo que ocurre alrededor.
Tengo esa edad en la que ya sé a ciencia cierta que no ganaré un oro olímpico jamás. Aunque todavía, calculo ahora que por fin tengo un bigote bien formado, estoy a tiempo de ser El Zorro.