Chema Rubio | 02 de julio de 2021
La denuncia de Morata sobre el acoso que vive hace indispensable que las empresas pidan documentación para abrir un perfil. Tienen que luchar contra el anonimato. Y hacerlo con la misma fuerza que luchan contra las opiniones que no comulgan con su credo.
«Ojalá la gente se pusiera en mi lugar y supiera lo que es que te digan «que se mueran tus hijos»». Esas son las palabras del último deportista amenazado en las redes sociales. Álvaro Morata, el delantero de la Juventus y de la selección española. Antes, fue Iker Casillas al que provocaban instándolo a tirar a su hijo recién nacido al mar «a ver si flotaba». Piqué también ha visto cómo su pareja, la cantante Shakira, y sus hijos han recibido insultos y amenazas por ser hijos del capitán del Barcelona.
Las redes sociales son una jungla. Un callejón del Bronx donde puede pasar cualquier cosa. El que entra sabe a lo que se expone. Desde el perfil desconocido que no tiene ni cinco seguidores hasta el mayor influencer que hasta cobra por publicar algunos posts. No había reglas. Ni límites. Todo era posible. Las normas eran demasiado genéricas y la infamia llegó para quedarse. Algunos encontraron en los muros de Twitter, Facebook o Instagram el lugar perfecto para esconderse y poder atacar sin reparo a cualquiera que pase por allí. Poco a poco se han puesto vallas al campo. La Policía rastrea a los que cometen delitos de injuria, de odio, a los que amenazan o se saltan la ley cometiendo delitos graves.
Han pasado 15 años desde que se inauguró Twitter. Once años desde la llegada de Instagram. Y 17 desde que Mark Zuckerberg pusiera en marcha Facebook. Su objetivo era y es acumular perfiles. Cuantos más, mejor. Personas que se entreguen a sus redes sociales a cambio de prestar sus hábitos digitales para que comercien con ellos. Abrirse una cuenta en Instagram, permitir que hagan lo que quieran con tus visitas por Internet, a cambio de insultar libremente a un futbolista. Un chollo para los pusilánimes.
Lo que más temen estas redes sociales es la mala prensa. Que los medios hablen mal de lo que hacen. Cuando Amazon, Apple y Google hicieron la pinza sobre Parler para sacarla del circuito de los social media, no dudaron en izar la bandera del respeto para desconectar una red en la que se podía decir cualquier cosa. Con Facebook, Instagram o Twitter no se atreven. Sus acuerdos están por encima de la protección al usuario. Con Google o Apple un usuario puede abrirse un perfil en Twitter o Instagram en apenas segundos sin necesidad de rellenar sus datos. Si se pisan la manguera entre los bomberos de Sillicon Valley el dinero deja de moverse.
Es fácil que a Morata no lo vuelvan a amenazar en Instagram. Twitter rastrea cada año sus perfiles y suprime los bots o las cuentas que lleven tiempo sin uso. En su día fulminaron a todo aquel que hacía apología del yihadismo. Saben cómo depurar, pero, lo más importante, pueden endurecer los protocolos para abrir un perfil. Ahora es suficiente con marcar una casilla donde dice que eres mayor de 13 años y tener un correo electrónico. Si alguien llega a Instagram para insultar y amenazar no tendrá inconveniente en mentir sobre su edad o apuntar un mail falso. Son males menores. Twitter pide una copia del DNI para verificar cuentas o permitir que algunos usuarios recuperen su perfil si ha sido pirateado. Otra ocasión inmejorable de implantar esas condiciones para aterrizar en su red social.
Instagram y Facebook se mueven en sintonía desde que pasaron a formar parte del mismo grupo. Mientras Zuckerberg deja morir a Facebook y busca cómo hacer más negocio con Instagram o WhatsApp, Twitter pone su futuro en manos de las suscripciones y de ser un referente para los medios de comunicación. Es ahí donde tiene la oportunidad de verificarse a sí misma y limpiar de matones su abismo digital. Lo malo es que Twitter no vende tan bien la vida de los amantes del postureo. Es Instagram donde se mueven las fotos en la playa, con la familia, con los hijos o presumiendo de esa exclusiva prenda de ropa… Imágenes que generan envidias insanas, incontrolables, de ineptos que vaguean por Internet y dedican la tarde a arremeter contra el actor o la modelo con comentarios que nunca se atreverían a hacer si se los cruzasen por la calle.
Las redes sociales tienen que luchar contra el anonimato. Y hacerlo con la misma fuerza que luchan contra las opiniones que no comulgan con su credo progre. Igual que suspendieron el perfil de Donald Trump o señalan la ideología de extrema derecha mientras protegen a la extrema izquierda.
Las marcas y los grandes almacenes utilizan el torneo de fútbol para vender televisores de importantes prestaciones que el comprador no va a poder aprovechar.
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