Chema Rubio | 11 de mayo de 2020
Google es la patria donde han acabado los confinados del mundo. Sus leyes también aíslan los contenidos sobre el coronavirus que no son oficiales. Por el bien común.
Censura, censura, censura… nos enfrentamos a una cantidad tan grande de información que todo lo que no sea tener la posibilidad de dar o recibir esa información, aunque no la leamos o no nos interese, lo calificamos de censura.
La crisis del coronavirus ha redefinido los términos censura y libertad de expresión. Mientras países como China hacen lo que han hecho toda la vida con la información: manosearla, y con los que dan noticias: censurarlos, en España nos hemos puesto muy dignos con el tema de la información. Tan dignos que todos los medios que hablan de que se coarta la libertad de expresión, sin darse cuenta, están ejerciéndola sin indicio de reprobación.
Damos por ganada y por segura la libertad de expresión. Y pobre del que ose impedirnos decir algo. Dicho así suena a Watergate, pero lo que en realidad pasa es que están pagando justos por pecadores o, mejor, que se está ejerciendo una máxima castrenese: el bien del grupo a costa de unos pocos.
Google no está vetando vídeos sobre el coronavirus. No los está vetando porque eso sería un escándalo y, lo más importante, un serio problema para su modelo de negocio. Lo que no permite Google durante esta crisis es invertir en publicidad de vídeos que hablen sobre el coronavirus o la COVID-19. Ese es el negocio de Google, la publicidad de pago. De donde saca los beneficios y sobre el que tiene el control. El resto son minucias, vídeos de cualquier contenido (legal) que no se monetizan y que le permiten llenar su YouTube y engordar su Bigdata. Con eso ya hizo negocio. Ahora quiere la tajada más grande.
Todos los vídeos con contenido, títulos, descripción o etiquetas, donde se mencione la palabra coronavirus, COVID-19, no pueden ser promocionados al no alinearse con la nueva política de GoogleRodolfo Moreno, profesional de marketing digital
Rodolfo Moreno tiene una empresa de marketing digital y una de sus labores es grabar y editar vídeos. Posteriormente, los sube a YouTube y los gestiona para que esos vídeos se vean como publicidad en otros canales y atraigan espectadores hacia el suyo. Una práctica habitual que ahora se ha visto limitada cuando intenta hacerlo con grabaciones que hablan del coronavirus, aunque opinen médicos. «Todos los vídeos con contenido, títulos, descripción o etiquetas, donde se mencione la palabra coronavirus, COVID-19, no pueden ser promocionados al no alinearse con la nueva política de Google«, explica.
Google es un país más del mundo. Así lo hemos querido. Uno que tiene su patria en ese 95% de búsquedas que hacemos por su buscador o de vídeos que vemos por su canal. Tan importante como Estados Unidos o China. Mientras los Gobiernos del mundo mandan a la gente a sus casas a que vean películas o se entretengan en lo que sea, Google recibe a una marabunta necesitada de hacer algo en internet. Y tiene que poner reglas.
Nada peor que estar ocioso en medio de una pandemia y con internet a mano para que cunda el pánico. Decirle a la gente que las drogas previenen del coronavirus o que hay que tomar bebidas a la temperatura que se funde el acero para matar los virus que hay en la garganta. Y eso, hay que pararlo.
Los Gobiernos podían haber optado por no limitar el libre albedrío. Por recomendarnos que hay que ser buenos, salir poco y toser en el codo. Y dejar en nuestras manos evitar que se propague el virus. Drama a la vista. Todos los países tomaron medidas drásticas pero necesarias. Menos Bielorrusia.
Google ha hecho lo mismo multiplicado por millones de usuarios. Encerrar todos los contenidos que hablen del coronavirus o de la COVID-19 para evitar la expansión de las fake news. Pierden los buenos, pero el bien superior es evitar el caos mundial.
Si hemos hecho de Google nuestra patria, acatemos sus leyes.
Los bulos sobre la censura han desestabilizado a WhatsApp. Los usuarios han optado por Telegram como ficticio oasis de libertad.
A Pablo Casado no le fallaron los argumentos sino los tiempos. Pedro Sánchez neutralizó la discusión con su chantaje. Al insinuar «prórroga o caos», se atrincheró en su rincón y cerró la posibilidad de acuerdos.