Chema Rubio | 17 de julio de 2020
La COVID-19 ha dejado sin poder votar a 500 personas en las elecciones vascas y gallegas. España no es capaz de trabajar en el i-voting de forma eficaz.
Cataluña en 1995 y el País Vasco en 1998. Dos comunidades que legislaron el voto telemático el siglo pasado. Dos Gobiernos que ponían sentido común al rumbo digital que tomaba España y que optaron por abrir una puerta al futuro.
Han pasado 25 años y nos hemos encontrado con un fraude electoral en toda regla. En las elecciones del pasado 12J, en Galicia y el País Vasco se prohibió el voto a 500 personas por estar enfermas. Sin estado de alarma mediante, sin legislación al respecto, sin nada más que el miedo y la inoperancia.
En 40 años de democracia, España no ha sido capaz de poner en marcha un mecanismo para votar de forma electrónica. No es momento de contar cómo otros países lo han conseguido. Ni toca señalar a los que siguen intentándolo con poco éxito. Es momento de hablar de España y de su nula capacidad para poner en marcha un sistema que democratice la democracia. Que permita votar de una vez al ciudadano español en Moscú, al que nunca le llegan las papeletas a tiempo.
Tenemos una Administración muy digitalizada. Se pueden hacer numerosas gestiones por Internet. Presentar la Renta, becas escolares, oposiciones, denuncias, reclamaciones… Es verdad que los caminos son complejos. Firmas digitales, DNI electrónico, claves, pin, códigos… Un sinfín de formas de verificar la identidad pero que, una vez superadas, tienen muy poco margen de error.
Los hackers son el terror de cualquier digitalización. Pasar del papel al ordenador es un trago amargo en una pyme que ve cómo los datos de sus clientes pasan a estar en ningún sitio que ellos tengan controlado. En el caso de la Administración, no ha habido situaciones de alarma por manipulaciones. La red de seguridad que cubre todos estos procesos es muy alta. El INCIBE (Instituto Nacional de Ciberseguridad) es capaz de trabajar más tiempo por delante de las amenazas que tras ellas.
Pero una cosa es tener un ataque cibernético a escala administrativa y otra que te tumben unas elecciones. Toda la ayuda que pudieron prestar los rusos a Donald Trump o en el referéndum ilegal del 1O en Cataluña no fue en el voto, fue en las redes sociales. Mientras el voto sea físico será muy difícil alterar los resultados.
La pandemia que ha cambiado el devenir del planeta ha dejado grandes lagunas en muchos campos. El teletrabajo, la higiene, las relaciones humanas, la sanidad y el i-voting. Nunca se ha trabajado en serio en esta forma no presencial de sufragio y eso lo han pagado 500 personas que se han quedado sin votar por estar enfermas de coronavirus. Quizá votaron otros enfermos contagiosos, pero esos no estaban señalados por el dedo de los consejeros de Sanidad. El «sentidiño» a la hora de votar que proclamaban desde Galicia era el mejor escondite para difundir el miedo.
Y el miedo es lo que nos hace más débiles. Miedo a implantar el voto electrónico. Miedo a que unos hackers con sudadera negra y desde casa pongan en la Moncloa a la Falange o a Los Verdes. Miedo a que unos tipos secuestren a nuestra democracia y nos pidan un rescate. Miedo. Como el que nos han inyectado durante el confinamiento para impedir que pensáramos por nosotros mismos.
Alterar el voto a día de hoy es casi imposible. Recuento manual de papeletas y unos datos que pasan de colegio en colegio hasta la Junta Electoral por un programa de ordenador permanentemente vigilado entre las 20:00 horas y la media noche. Tiempo récord en contar votos. En eso no nos gana nadie.
España necesita el voto telemático. Necesita que no se vuelva a repetir el fraude electoral de Galicia y Pais Vasco. Dejar a una sola persona sin votar por no implementar un sistema electrónico es impropio de un país donde el CEO de Movistar presume de que han puesto banda ancha hasta en Villaconejos.
El chino de los móviles ha llegado. Se acabó el «bueno, bonito y barato». Hay que saber qué se necesita para saber qué comprar.
Bousselham quiso grabar en la tarjeta de memoria el vertedero digital de Podemos. Un móvil barato, con Android y una memoria de serie que le puede costar caro a Iglesias.