José María Carabante | 17 de julio de 2021
La obra de Virgilio refleja los principales valores de nuestra civilización y ha sido fuente de inspiración para poetas y pensadores.
Tal vez no nos demos cuenta de lo que ha supuesto realmente Roma para la cultura occidental hasta que no reparemos en que, como nos enseña Virgilio, fue fundada por un troyano vencido. Por un exiliado, podríamos decir, lo que muestra tanto lo extrañamente fecunda que puede ser la debilidad, el fracaso o la pérdida, como hasta qué punto el mundo romano había sido preparado, predispuesto -de alguna manera, fraguado- para recibir la fe cristiana. Y eso a pesar de que hoy parecemos conformarnos por rememorar la contribución de Roma a la cultura fotografiándonos con gladiadores de cartón piedra a los pies de un vetusto anfiteatro.
En cualquier caso, lo bueno que tiene leer la Eneida es que en Virgilio uno no se encuentra únicamente con lo que viene después, sino que también puede tropezar afortunadamente con lo que sucedió antes. Porque Virgilio es el cristianismo, como decimos, pero también Grecia. Dicho de un modo más sucinto, quien se atreve a recorrer la Eneida transita por ese camino que comienza con una disputa entre diosas altivas y concluye, tras atravesar infinitos parajes, en el mismísimo corazón de Occidente.
• Si deseas saber de dónde procedes
• Si quieres saber lo que significa la piedad
• Si buscas, como Schliemann, la verdadera Troya
La Eneida es Europa porque en ella colinda lo propio con lo ajeno, Oriente (Troya) y Occidente (Roma). Según Rémi Brague, lo idiosincrático de nuestro continente es que integra la diferencia y constituye una síntesis. En este sentido, no hay mejor introducción al poeta romano -ni al poema- que el ensayito de Theodor Haecker, titulado tan oportunamente Virgilio. Padre de Occidente, donde se nos cuenta, entre otras cosas, que los ingleses, durante las batallas, sacaban de su guerrera un pequeño volumen para buscar consuelo en la Eneida. O que san Agustín leía cada día a Virgilio y que lloró desconsoladamente por la muerte de Dido descrita en el libro IV de la obra.
También podríamos decir que la Eneida es Occidente porque lo es todo. Por ejemplo, es Homero, pero al revés, porque su inicio no es una refriega, ni su final un viaje, sino que comienza con una Odisea y acaba con una Ilíada. Pero también es Dante porque Eneas tiembla y ama y peregrina desconsoladamente por el infierno. También hay héroes y profetas y hombres corroídos por la envidia. Y dioses maquiavélicos y amazonas indomables con un carcaj dorado y mujeres que mueren de amor. Y pasión. Y audacia. Y destino.
Un comienzo clásico:
«Canto las armas y a ese hombre que, de las costas de Troya, llegó primero a Italia, prófugo por el hado, y a las playas lavinias, sacudido por mar y por tierra por la violencia de los dioses a causa de la ira obstinada de la cruel Juno».
Amor de hijo:
«Vamos, entonces, padre querido, súbete a mis hombros, que yo te llevaré sobre mi espalda y no me pesará esta carga; pase lo que pase, uno y común será el peligro, para ambos una será la salvación».
Una premonición: la grandeza de Roma, vista por Eneas en su viaje al inframundo:
«Vuelve hacia aquí tus ojos, mira este pueblo y a tus romanos. Aquí, César y toda de Julio la progenie que ha de llegar bajo el gran eje del cielo. Este es, este es el hombre que a menudo escuchas que te ha sido prometido, Augusto César, hijo del divo, que fundará los siglos de oro de nuevo en el Lacio por los campos que un día gobernara Saturno y hasta los garamentes y los indos llevará su imperio».
Pero la Eneida no hay que leerla: hay siempre que releerla. Así puede uno percibir detalles que no encuentra en las enciclopedias o vivir experiencias que son únicas porque hay hondura en ellas y significados que se revelan. Ahora he reparado en que el viaje de Eneas es, ante todo, un regreso, una vuelta, a la península de donde procedía Dárdano, el árbol del que brota toda la estirpe troyana, lo que viene a confirmar que, como decía Eliot, el hogar es el lugar de donde partimos, pero también al que ineludiblemente llegamos.
Por otro lado, en los versos de Virgilio se atisba una de las virtudes que más olvidadas tenemos: la piedad, hasta el punto de que la escena que resume todas las enseñanzas de este poema tan vasto como el universo es aquella en la que, mientras Troya arde entre escombros, Eneas se echa al hombro a su padre, Anquises.
Ciertamente, la piedad está unida a la religión, de la misma manera que la religión era, para los antiguos, lo que constituía la ciudad y la vida comunitaria. Eso explica que Eneas, encargado de fundar una Troya renacida, salve de las llamas y vele por la salvaguardia de los penates. La antítesis de la piedad se refleja en ese pecado tan pagano que se ha llamado hybris y que no es más que una rebeldía insolente frente al destino. La historia de Prometeo es, desde este punto de vista, la antítesis de Eneas.
La obra completa de Virgilio, leyendo las Bucólicas o las Geórgicas, que fueron las obras que le consagraron como poeta, donde refleja la vida del campo y muestra su amor por la naturaleza. Otro buen complemento es leer, antes o después, la Odisea o la Ilíada.
Virgilio. Padre de Occidente, de Theodor Haecker, donde se explica la importancia cultural de Virgilio y cómo ha modelado la sensibilidad tanto estética como espiritual de nuestra civilización.
La Eneida nos descubre, además, que la familia es la principal escuela para la piedad. Y esta es, ante todo, la respuesta del hombre a la dádiva divina, al don de la vida. La forma, pues, más incuestionable de agradecimiento. Haríamos bien en recordarlo porque si vivimos en sociedades ingratas no es porque escaseen entre nosotros los modales -en esto nada tiene que ver la buena o la mala educación-, sino porque desgraciadamente hemos perdido oído para lo relacionado con el don. Para el regalo, para la gracia.
De ahí que no necesitemos ni programas electorales ni reformas económicas para cambiar las cosas. Eneas nos alecciona: no es posible construir ciudades, ni idearlas sobre plano. La humanidad la cultivamos siempre a través de la gratitud. Probablemente nos falte sensibilidad y estemos equivocados si lo único que tenemos que ofrecer son trincheras para guarecernos cuando arrecian las contiendas culturales. Lo que precisamos -y eso lo sabía Rilke– es a un nuevo Virgilio. O sea, poetas que nos revelen ese esplendor siempre nuevo de las cosas, de donde brota el verdadero agradecimiento por la existencia, como hace este poema inconcluso que solo la misericordia pudo salvar de las llamas.
Eneida
Virgilio
Alianza Editorial
416 páginas
2017
13,30€
Eneida
Virgilio
Cátedra
648 páginas
2006
17,50€
Dante tiene presente siempre la batalla de la lengua, y la lleva a todos los terrenos. No se justifica, no se disculpa: combate con toda su energía a favor de una causa que considera legítima y verdadera.
Fernando Castillo participó en el pódcast de «Cultura y Debate» dedicado al famoso personaje de cómic.