Fernando Jáuregui | 16 de enero de 2018
La batalla política en este año 2018 se presenta intensa y las encuestas muestran un ascenso importante de Ciudadanos, que se situaría como la primera fuerza política del país, si hoy se celebraran elecciones. Albert Rivera se posiciona como la preferencia de los españoles para ocupar el cargo de presidente del Gobierno, por delante de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. Pablo Iglesias queda relegado, al igual que su partido, que está perdiendo magia, carisma y eficacia.
Mi amigo Narciso Michavila, que es uno de los sociólogos que más aciertan en sus predicciones acerca de por dónde van a ir los tiros políticos en España, hace tiempo que lo viene asegurando: Ciudadanos va a subir de manera espectacular y Podemos se va a hundir de manera dramática. Al PP y al PSOE se les auguran suertes diversas, quizá más difícilmente previsibles. Para lo que valga, los últimos sondeos periodísticos importantes, publicados por ABC y El País, lo corroboran: el partido de Albert Rivera ganaría ahora unas elecciones generales por tres puntos sobre el PP, por más de cinco por encima del PSOE y doce sobre Podemos, que claramente está en retroceso y muy lejos de aquel ‘sorpasso’ tan temido por los socialistas. presidente
¿Va a ser este el mapa que se va a mantener durante todo este año, en el que previsiblemente sucederán tantas cosas? El análisis no debe ser apresurado: es cierto que C’s –así, ‘ceese’, llamó el portavoz gubernamental, Íñigo Méndez de Vigo, a la formación naranja—está arrebatando votos a mansalva al gubernamental PP, que cae de manera alarmante sin que se vislumbren síntomas de reacción suficientes; también, aunque menos, parece restar algunos votos al PSOE, que se mantiene en una cierta indefinición a la espera de los próximos pasos de Pedro Sánchez y de la posible ‘reconciliación interna’ en el partido.
Pero esta no tiene por qué ser una tendencia a largo plazo: hay que esperar a que se disipen los varios ‘efectos Cataluña’, que tanto están distorsionando el ya de por sí enrarecido panorama político español, para tener una visión más exacta sobre lo que ocurrirá en los próximos dieciocho o veinticuatro meses, que es el tiempo que nos separaría, quizá, del final de la legislatura.
Los analistas más serios y menos especulativos escriben ya en periódicos prestigiosos artículos que, entre signos de interrogación, hablan de «¿Rivera presidente del Gobierno?», identificándolo crecientemente con el ‘fenómeno Macron’ en Francia. Al fin y al cabo, el hoy presidente galo tampoco tenía un partido sólido que lo respaldase –como sí les ocurre a Mariano Rajoy y a Pedro Sánchez—y ascendió en medio de la crisis política del bipartidismo liberal-socialdemócrata. Un personaje, Macron, poco convencional; lo mismo, hasta cierto punto, que Rivera. Pero que el uno haya ascendido al Elíseo en Francia no quiere decir que el otro haga lo mismo automáticamente hacia La Moncloa en España. Rajoy sigue siendo mucho Rajoy, con todos sus errores y sus inmovilismos; el PP sigue siendo, sin duda, y aunque esclerotizado, el partido más sólido en nuestro país; la coyuntura política española es mucho más difusa e insegura que la del centralista vecino del norte… y Rivera es una promesa sólida, pero una realidad aún sin cuajar del todo.
Yo diría que se avecina una emocionante pugna política en el espectro del centro-derecha, y que esta lucha afectará también a los demás, es decir, al centro izquierda y a la izquierda situada más allá del PSOE. El ‘emergente’ Albert Rivera va a ser, en todo caso, un elemento clave en lo que suceda en la vida política española, que no creo que pueda permanecer inalterada, como quisiera Rajoy, hasta unas elecciones en junio de 2020; muy largo y cuestionable me lo fiais…
La presidencia del Gobierno próxima se jugará, a mi juicio y corriendo los riesgos que comporta sacar la gorra de adivino, entre tres personas: el sucesor de Rajoy en el PP, que no tengo dudas de que será Alberto Núñez Feijóo –ajeno a pugnas y alfilerazos internos-; el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez –si es capaz de solucionar los problemas intestinos con los ‘barones’ y ofrecer un programa de gobierno coherente y atractivo, cosa que hasta ahora no ha hecho— y, naturalmente, Albert Rivera. Estimo que las tres partes deberían forzar ya, hasta las elecciones generales, un Ejecutivo de coalición ‘a la alemana’ para sacar al país del atasco territorial, político, institucional y moral en el que se encuentra. Pero esto, ya lo sé, dada la idiosincrasia partidista española, es una utopía. Una utopía que hace tiempo debería haberse hecho realidad, pero…
Y, ¿qué papel juega en todo esto el cuarto en discordia, Podemos? Yo diría que la formación morada, a la que Pablo Iglesias supo colocar en el podio a partir de 2014, está perdiendo magia, carisma y eficacia a ojos vista desde hace ya muchos meses. El secretario general, como el Guadiana, aparece y -mucho más— desaparece, convencido de que sus piruetas y ocurrencias ya no hacen tanta gracia como antaño a una parte del electorado. Iglesias ha podido frenar las disidencias internas, al menos cara al público; pero esas divergencias existen, y cómo: que Íñigo Errejón, ocupado en su ‘precampaña madrileña’, esté callado no significa que no vaya a hablar en el futuro. Sobre todo, si desde el PSOE a alguien se le ocurre, que se le ocurrirá, la brillante idea de intentar atraerle hacia el partido de Pablo Iglesias Posse, separándolo del de Pablo Iglesias Turrión. presidente
Podemos no es ya una opción de gobierno, salvo que el socialista Pedro Sánchez, tratando de escalar como sea hacia La Moncloa, quiera volver a aquellas lamentables andadas de 2016, que no creo que suceda. El destino de ‘los morados’, al menos en principio, es el de aquel Partido Comunista que estaba limitado al papel, por lo demás necesario, de conciencia crítica desde la izquierda de todo lo que hacen los demás. Pero, desde mi punto de vista, ni siquiera ese papel lo podrán jugar esos ‘morados’ manteniendo el cuestionable liderazgo de Iglesias; fue útil cuando, tras los ‘indignados’ del 15-M, el nuevo partido se alzó con la bandera del descontento con el bipartidismo. Ahora, con tanto volatín, con tanta indefinición ante el crucial problema de Cataluña, con tanta palabrería hueca, su carisma se ha evaporado. Y, aun con todas las debilidades que muestran los socialistas de Sánchez, cada vez parece más lejos de poder arrebatarle un hipotético liderazgo de la izquierda. presidente
Así que pienso que va a tener mucha razón Michavila en sus vaticinios, muy compartidos por lo demás: la batalla de 2018 se juega a dos; a tres, a lo máximo. Y en ella Rivera estará muy presente, que es palabra similar a ‘presidente’. Iglesias no estará. O estará, pero nerudianamente: como ausente. Que es palabra que rima con inexistente.
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