Antonio Martín Puerta | 24 de octubre de 2017
La desaparición, en 1918, de Austria-Hungría como gran potencia ha venido a hacer, inmerecidamente, de la política de la ahora pequeña Austria un espacio poco conocido, sobre el que se han emitido no pocos juicios falsos. Algo que convendría corregir. Los austríacos son justamente conocidos por su distinción en las bellas artes, pero también –y, principalmente, por sus vecinos alemanes- por haber hecho un arte del camaleonismo político, algo casi también transformado en inimitable cualidad nacional.
Por ejemplo y para empezar: se atribuye la idea del Anschluss (unión) –aplicada finalmente en 1938 por Hitler– a los nacionalistas, cuando fue un proyecto de los socialistas austríacos redactores de la Constitución de 1919. En realidad, fueron los aliados los que prohibieron la inclusión del artículo que definía a Austria como parte esencial de Alemania. Hasta 1922, una coalición de socialcristianos y socialdemócratas gobernó el país, algo que se alteraría desde ese momento con ocasional presencia gubernamental de los grossdeutsche, los liberales nacionales pangermánicos que prorrogaban no pocas líneas de la revolución de 1848. La convivencia en la República vino a quedar hecha trizas desde el célebre incendio del Palacio de Justicia de Viena, en julio de 1927: una sentencia absolutoria a favor de un excombatiente que había disparado contra los socialdemócratas en el célebre incidente de Schattendorf provocó el asalto. La Policía hizo fuego y hubo un total de ochenta y nueve asaltantes muertos, además de cuatro policías. La República había ardido junto con el calcinado edificio: los socialdemócratas se opusieron a cualquier posible coalición con los socialcristianos, con rechazo frontal a su líder, monseñor Seipel, uno de los modelos políticos de El Debate.
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Tal oposición a Seipel, canciller entre 1926 y 1929, y que ya lo había sido durante casi seis meses en 1922, vino a imposibilitar la reedición de la vieja coalición. De ello hubo un beneficiario: los nacionalsocialistas, que encontraron un escenario desunido propicio para una nueva versión del Anschluss. La socialdemocracia se radicalizó hacia la izquierda, incluyendo grupos fuertemente armados, algo que estallaría en febrero de 1934, cuando el socialcristiano Engelbert Dollfuss – asesinado por los nazis en julio de ese mismo año- acabó manu militari con la sublevación socialista dirigida contra su línea autoritaria. En realidad, bastantes de los socialcristianos nunca habían cerrado la puerta a una posible coalición con los socialdemócratas, pero ya era imposible; de hecho, Otto Bauer decía que el socialismo austríaco se situaba en terreno intermedio entre la II y la III Internacional. Los futuros ganadores serían los nazis, aunque el golpe de 1934 iba dirigido tanto contra los socialdemócratas como contra ellos.
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El frágil estado corporativo cayó en 1938, con la entrada de las tropas alemanas, tras una terrible campaña terrorista promovida desde el vecino Reich, si bien la Wehrmacht fue recibida con general entusiasmo. Para empezar, el socialdemócrata Karl Renner, que había sido primer canciller republicano desde 1918, hizo pública su satisfacción como alemán. Por su parte, el cardenal arzobispo de Viena, monseñor Theodor Innitzer, antiguo ministro socialcristiano de Asuntos Sociales en 1928 en un gobierno de coalición con los grossdeutsche, escribió un manifiesto pidiendo el voto a favor del Anschluss en el referéndum que validaría formalmente la ocupación. Roma llamó la atención a Innitzer, que poco tiempo tardaría en comprobar el carácter del régimen.
Cuando tuvo lugar la derrota de 1945, volvería a manifestarse la singular capacidad de adaptación referida al inicio: Karl Renner emitía un comunicado en abril de 1945 recordando que, “gracias a la victoriosa ofensiva del Ejército Rojo”, Austria había sido liberada. Por su parte, el cardenal Innitzer oficiaba un Te Deum de acción de gracias por la liberación y fin de la guerra: en primera fila de la ceremonia se encontraba también Renner. Por supuesto, los alemanes no daban crédito al comportamiento que ahora veían en los excamaradas austríacos: el partido nazi se había fundado antes en Austria que en Alemania; un Hitler venido de Austria los había conducido a la catástrofe –con la colaboración de gentes como Ernst Kaltenbrunner, sucesor de Heydrich en las SS-, y ahora los austríacos se presentaban como víctimas inocentes de una invasión jamás deseada.
#Austria Conservadores con 30% de votos y 57 escaños (+10). Ultraderecha FPO 26,8% y 51 (+11) y socialdemócratas con el 26,3% y 49 (-3) pic.twitter.com/toZ5Ki4w0f
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De nuevo, el primer canciller de la nueva República volvió a ser Karl Renner, produciéndose una reconciliación política entre socialcristianos –ahora Partido Popular Austríaco– y socialdemócratas. Desde 1945 hasta 1964, Austria fue gobernada por una coalición de ambos partidos, reeditada entre 1986 y el año 2000, y luego desde 2007. Mientras tanto, había ido creciendo a su lado un nuevo grupo, el FPÖ, o Partido de la Libertad de Austria, fundado en 1956. Se trataba de una mezcla de tendencias grossdeutsche y de liberales con mezcla de algunos filonazis que empezó a llamar la atención a través de la personalidad de Jörg Haider, que llegaría a ser gobernador del estado de Carintia y fallecido en 2008, pero que se separó creando una nueva formación escindida. En realidad, era algo que reflejaba una tendencia que históricamente siempre había estado presente y que ahora reaparece, por lo que identificaciones con el nacionalsocialismo o con la extrema derecha no son demasiado correctas. Que el partido ha seguido una senda ascendente lo prueba el resultado obtenido por Norbert Hofer en 2017, que estuvo a punto de alcanzar la presidencia de la República.
Su actual líder es Heinz Christian Strache, presidente del partido desde 2005, un dinámico político que se beneficia del desgaste de las dos formaciones tradicionales y del rechazo a la afluencia de inmigrantes, a la que se califica de descontrolada y amenazante para la identidad de Austria. En este sentido, se diferencia poco de otros líderes como el holandés Geert Wilders o la francesa Marine Le Pen, recalcando insistentemente la ineficacia de las instituciones europeas ante la cuestión de la inmigración y promoviendo posiciones contrarias a lo que Bruselas significa. Los resultados de las recientes elecciones dieron lugar a un cambio en la distribución entre socialcristianos-socialdemócratas-FPÖ: número de escaños (62 / 52 /51); porcentaje de votos (31,5 / 26,9 / 26). Por tanto, el FPÖ, hasta hace poco estigmatizado, es ahora posible socio cortejado para gobernar en coalición, pues los liberales proeuropeos solo han obtenido 10 escaños, los izquierdistas del PILZ se quedaron con 8 y los verdes se han hundido o dirigido hacia la formación anterior.
. @AinhoaUribeO explica el negocio de las mafias con los #inmigrantes. #dbhttps://t.co/9ejJUQhT5g pic.twitter.com/aRAkEq978S
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La cuestión estriba en que la clásica coalición republicana ya no disfruta a priori de ningún monopolio previo y que hay una fuerza notable a la derecha, al parecer seriamente asentada. Lo que, por otro lado, puede influir claramente en Alemania. En cualquier caso, parece quedar claro que en ambos países el formato tradicional basado en la dualidad socialdemócratas–democratacristianos parece a estas alturas severamente desgastado. Sin duda, el escenario político centroeuropeo se halla en estado de mutación.