Fernando Rayón | 05 de noviembre de 2018
El mismo día en que Mariano Rajoy fue expulsado de la presidencia del Gobierno por la moción de censura volvió el aznarismo. Había muchas voces que ya venían reclamando un cambio en el Partido Popular, pero las circunstancias políticas obligaban una y otra vez a retrasar este debate. No se quería dar una imagen de división en un momento en que el Gobierno estaba en minoría parlamentaria. Pero la pérdida del poder fue el pistoletazo de salida. Sobre todo porque el cambio de líder lo ponía en bandeja. Fue ese el primer paso del regreso.
Ha sido una satisfacción presentar el libro de José María Aznar, un gran presidente que dejó un país mejor; una referencia ideológica imprescindible.#ElFuturoEsHoy pic.twitter.com/sQWQjPw5RC
— Pablo Casado Blanco (@pablocasado_) October 23, 2018
Las primarias a la presidencia del partido obligaban a elegir entre diferentes modelos. Por primera en los últimos años, volvimos a oír hablar de liberales, democristianos, socialcristianos, conservadores… Realmente no hubo debate ideológico, pero es verdad que cada uno de los candidatos representaba a alguno de estos grupos o a varios a la vez. Por eso no hubo ningún debate más allá de la procedencia de cada cual. Nadie lo buscaba a pocos meses vista de las próximas elecciones, como tampoco lo hubo en las primarias del PSOE. Pero de la misma forma que Susana Díaz no es equiparable ideológicamente a Pedro Sánchez, tampoco Soraya Sáenz de Santamaría era Pablo Casado. Ella era fruto de los Gobiernos de Rajoy, mientras que Pablo Casado, aunque había ostentado cargos con Rajoy, no ocultaba sus orígenes junto a José María Aznar.
Pues bien, superadas las primarias, donde los herederos de Rajoy se jugaron su futuro y perdieron, ya pudo el aznarismo volver a pisar la moqueta de Génova. Pero, para ser justos, ni siquiera los más entusiastas seguidores de Casado hablaban de aznarismo. El expresidente del Gobierno había sido en los últimos tiempos muy crítico con los Gobiernos de Rajoy y sus frecuentes declaraciones habían alimentado el trasvase de votos desde su partido a Ciudadanos.
José María Aznar vuelve al palco y se suma a la reanimación de Pablo Casado
Los complejos tradicionales de la derecha para recuperar el pasado y, por ende, el aznarismo, mantenían sus dudas. Reivindicar el pasado –decían algunos- era reclamar los tiempos de la corrupción o de los ministros encarcelados. Y claro, el nuevo PP debía mirar al futuro. Pensaban, además, que escorarse a la derecha suponía dejar el centro de Ciudadanos. Y en ese debate estaban, cuando llegó la comparecencia.
El 18 de septiembre de 2018 acudió José María Aznar ante la comisión del Congreso que investigaba la presunta financiación ilegal del PP. El que fuera presidente del partido entre 1990 y 2004 debía dar explicaciones sobre su gestión de las cuentas del mismo. Todos los partidos eligieron a sus representantes más broncos para desacreditar a Aznar y a su formación. Los Simancas, Iglesias y Rufián se emplearon a fondo, bordeando y cruzando dialécticamente todos aquellos límites que la compostura parlamentaria recomendaba. Pero, sorprendentemente, el expresidente no solo salió airoso del envite, sino que consiguió sacar a su partido de ese agujero en el que las sentencias judiciales lo habían situado. «No existe una ‘caja b’ del PP”, “No existe una organización del PP para cometer actos delictivos», afirmó Aznar en sede parlamentaria. Y el PP, acochinado por tantos casos de corrupción, volvió a sacar la cabeza. Casado, que había recibido a Aznar en el Congreso con un abrazo, respiró tranquilo.
Pero el aznarismo es algo más que un debate parlamentario. Se puede resumir en la pregunta que unos días después hizo el expresidente a Casado en la presentación de otro de sus libros: “¿Cuándo vamos a ganar las próximas elecciones?”. Eso y algo que no creo que se vaya a dar: el famoso debate ideológico. Aznar integró a todas las ideologías de la derecha. Esa fue la clave de su éxito. Y ese es también el camino que ahora marcará. Con otro candidato, eso sí. Pero me atrevo a aventurar que tampoco será un aznarismo vicario. Los problemas son otros y ni siquiera Aznar se lo reclamará.
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