Javier Varela | 01 de marzo de 2019
Los despachos del Camp Nou siguen pregonando a los cuatro vientos la transversalidad del club y la pluralidad ideológica de su masa social. Insisten en que el Barça es «más que un club» y que sus aficionados son de Cataluña, de Asturias, de Alemania y de Singapur. Pero esas buenas palabras conciliadoras y neutrales se las lleva el viento cuando llega el turno de pasar a los hechos.
Desde que comenzó todo el proceso separatista catalán, los directivos del Barcelona se han agarrado a esos argumentos para eludir cuestiones referentes a la situación política que atraviesa Cataluña pero, sin embargo, cada vez que han tenido que decantarse lo han hecho para unirse al movimiento separatista. Y es que una imagen vale más que mil palabras.
Barcelona-Real Madrid: el independentismo se sienta en el Camp Nou
La última muestra de apoyo al independentismo del Barcelona se vivió hace unos días. El club secundó la huelga general de Cataluña del pasado jueves 21 de febrero, convocada el sindicato independentista Intersindical-CSC para protestar y reclamar mejoras sociales, aunque el verdadero trasfondo de la huelga separatista era el juicio al procés que se está viviendo intensamente desde hace un par de semanas.
Con esa decisión de secundar la huelga separatista, el club azulgrana puso en evidencia, una vez más, la teórica neutralidad de la que presume en la situación política, ya que aplazó el entrenamiento del primer equipo del Barcelona. El primer equipo tenía previsto descansar el miércoles, tras empatar a cero con el Lyon en la Champions League, y volver al trabajo el viernes, pero finalmente se decidió que los muchachos de Ernesto Valverde volverían el viernes al trabajo.
La excusa a la que se agarró el entrenador del primer equipo, Ernesto Valverde, fue que era mejor que no hubiera entrenamiento el día de la huelga general para evitar contratiempos o incidentes que pudieran impedir a los futbolistas acudir a la Ciudad Deportiva. Desde el club se apresuraron a filtrar que esa decisión nada tenía que ver con una posible adhesión a la huelga separatista, pero tampoco salieron a desmentir su apoyo a la ideología independentista que rodeaba el paro.
El presidente @jmbartomeu: "Quiero pensar que cuando, de manera mayoritaria, nuestra afición se ha expresado silbando, no lo ha hecho por menospreciar ningún símbolo, sino en protesta por determinadas actitudes contra el pueblo de Catalunya en los últimos años" pic.twitter.com/edOUB7bLZp
— FC Barcelona (@FCBarcelona_es) April 18, 2018
Pero su posicionamiento en favor de una huelga convocada por sindicatos separatistas no es nuevo en Can Barça. El club decidió paralizar todas sus actividades dos días después de que se celebrara el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 para unirse a la huelga separatista convocada por la «Mesa por la Democracia», un grupo que reúne diversas entidades, sindicatos y las organizaciones de la sociedad civil catalana, y cuyos líderes están sentados en el banquillo en el juicio del procés.
Entonces se emitió un breve comunicado en el que se anunciaba que “ninguno de los equipos profesionales ni tampoco del deporte formativo del Barcelona” se entrenaría en la Ciudad Deportiva e incluso el presidente, Josep María Bartomeu, salió ante los medios para justificar la medida, posicionándose de forma velada en favor del independentismo y criticando la actuación policial durante toda la jornada del referéndum ilegal. Inadmisible para un club que, como señalaba antes, presume de ser universal.
Dos días antes, el mismo día del referéndum ilegal, se disputó un partido en el Camp Nou a puerta cerrada para “visibilizar nuestra indignación ante todo el mundo”. Bartomeu fue más allá al asegurar que “los catalanes nos hemos ganado el derecho a ser escuchados” y señaló que “como una de las entidades referentes del país, hacemos una apelación a encontrar soluciones políticas, desde el respeto a la voluntad de la ciudadanía». Pero luego es un club plural y universal. Juzguen ustedes mismos.
En el comienzo de esta temporada, de nuevo Bartomeu habló sobre la situación política de Cataluña y, otra vez, quiso mostrar una cierta neutralidad y rehuir la politización que vive el entorno del club. Pero, de nuevo, dio un pasito al lado de los separatistas, que aprovechan cualquier partido para convertir el Camp Nou en un escaparate del secesionismo. “Estamos acostumbrados a vivir en una sociedad con política, pero como directivos del Barcelona no tomamos partido. En Catalunya hay libertad de expresión, y creemos en la democracia. En el Barcelona defendemos, como club, el derecho a decidir, que la gente vote, pero no tomamos partido”, dijo sin ruborizarse.
Y, minutos después, se quitó la careta para confesar que “nuestros socios y aficionados tienen diferentes sensibilidades, pero el Barcelona históricamente ha sido catalán y catalanista, pero tenemos la mirada puesta al resto del mundo. El 72% de los socios del Barça están de acuerdo con este posicionamiento», aseguraba. Lástima que no haya consultado a todos sus socios y lástima que los aficionados del Barcelona repartidos por todo el mundo tengan que aguantar esta politización de un club y una entidad que debería pensar por y para el deporte. Y olvidarse de la política.
Porque, más allá de declaraciones y palabras, el Barcelona ha demostrado con hechos su posicionamiento y la falta de neutralidad y universalidad de la que presume. Más que nada porque ha convertido su estadio y sus partidos -da igual que sean de la Liga española, de la Copa del Rey y de la Champions, en las que no podrían jugar si se llevara a buen puerto la independencia- en un espacio político en el que el independentismo se siente como en casa. Globos amarillos, pancartas pro independentistas y de apoyo a los que ellos llaman «presos políticos», cánticos de independencia, ‘esteladas’ anticonstitucionales y todo tipo de propaganda que ha convertido un «templo de la libertad» como el Camp Nou en un altavoz cada vez más potente del independentismo. Pero, eso sí, desde la neutralidad y la universalidad del club.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.