Carlos Echeverría | 02 de noviembre de 2018
El caso Khashoggi va más allá de ser un simple asesinato. El conflicto tambalea la inestabilidad del régimen y hace que unos salgan beneficiados y otros pierdan.
El sórdido caso Khashoggi está en vías de ser esclarecido, aunque a buen seguro nunca lo será del todo dada la naturaleza de tal crimen y las complejísimas circunstancias político-diplomáticas en las que se ha producido. Lo prioritario ahora es explorar las posibles consecuencias que dicha acción podría tener en el país y en la región.
La desaparición del periodista Jamal Khashoggi pone en evidencia al príncipe Mohammed Bin Salman. Este hombre fuerte del país a partir de enero de 2015, en su papel de ministro de Defensa, puede ver frenado su ritmo de concentración de poder, que se hacía aún más intenso a partir de junio de 2017, cuando fue designado por su padre príncipe heredero.
Su figura se ha visto afectada por el hecho de que el rey Salman, enfermo de Alzheimer, haya tenido que reaparecer en una arena política que había empezado a abandonar a favor de su heredero. El que el presidente turco, Recep Tayyeb Erdogan, haya evocado al rey y ninguneado al heredero es todo un símbolo. También puede ser símbolo premonitorio de un posible cambio en la línea sucesoria el hecho de que el rey haya llamado a Riad a otro de sus hijos, Khaled, embajador en los EE.UU.
Pero también podría ocurrir que Mohammed Bin Salman sea capaz de imponerse si gestiona con habilidad esta crisis. Su ambición es conocida y su concentración de poder, firme, y el reino no puede permitirse inestabilidades largas, dadas sus muchas vulnerabilidades. Ahora dependerá de si su padre cierra filas en torno a la figura de su hijo o de si es capaz de tomar las riendas del poder y desplazarlo a favor de Khaled. El rey Salman ya destituyó en julio de 2017 al príncipe Mohammed Bin Nayaf, entonces ministro del Interior, y acometió reformas en el aparato de seguridad que reforzaron al hasta hoy príncipe heredero. También podría ocurrir, como pasó en Catar en los noventa, que un príncipe heredero derroca a su padre, pero Catar no es Arabia Saudí ni en envergadura ni en riqueza ni en influencia, y tal escenario podría conllevar más riesgos regionales, aunque no sea descabellado que se produzca.
El debilitamiento interno de Arabia Saudí beneficiaría en buena lógica a la República Islámica de Irán, su gran rival regional, aunque la consecuencia inmediata podría ser una huida hacia delante, implicando demasiados riesgos incluso para su enemigo. Conocida la dura posición del príncipe heredero en relación con la guerra en Yemen, su desplazamiento del poder podría implicar cambios en dicha actitud. Khaled es piloto de combate y, por ello, asumirá mejor que su hermano que la fijación por los ataques aéreos que tantos efectos colaterales provoca no ha permitido hasta ahora, ni permitirá, una victoria militar. Además, los huthíes resisten en el suelo y, de hecho, controlan buena parte de Yemen, poniendo aún más en evidencia la política del príncipe heredero.
Su política de firmeza en relación con Catar tampoco ha producido resultados visibles en este tiempo. De hecho, el enconamiento entre Arabia Saudí y Turquía en relación con el caso Khashoggi se explica también en el marco de la tensión entre saudíes y cataríes, siendo Erdogan partidario de estos últimos. Dicha tensión, alimentada durante la guerra en Siria, debilita a Arabia Saudí.
Rusia, actor fundamental en la región, tanto en Siria como de forma creciente en Yemen y en Libia, podría beneficiarse ante una crisis en la que Arabia Saudí y los EE.UU. están atravesando momentos de cierta tensión, pudiendo aspirar Moscú a reemplazar aún más a Washington como lo está haciendo desde 2015 en Siria. Rusia, además, corteja a la vez a Turquía y a Irán, y ha iniciado en los últimos meses un cierto deshielo con Riad. Por todo ello, un enconamiento de la crisis actual podría ser muy peligroso en el marco de esta turbulenta partida, y un desplazamiento del poder de una figura como es Mohammed Bin Salman podría ser una buena noticia para todos si ello permite enfriar tantas tensiones alimentadas por su emergente figura en los tres últimos años.
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