Javier Fernández Arribas | 19 de mayo de 2017
Estamos inmersos en una dinámica diabólica que nos hace depender, a todas horas, de un clic. Puede ser en el ordenador de la oficina, de la empresa, del bar, del concesionario, de la farmacia, del colegio, de casa, ¿dónde no hay una computadora, como dicen los norteamericanos? Pero no hace falta fijar un lugar concreto para que nuestra vida se conecte a una realidad virtual que todo lo acapara. Basta con un teléfono móvil o una tableta que lo único que tiene en común con el chocolate es que se estropea al sol.
Pero vayamos al móvil, que se ha convertido en un aparato de adicción inevitable para millones de personas que lo utilizan compulsivamente, en buena parte de los casos, para mandarse mensajes, fotos, vídeos, memes y estupideces. También para navegar e informarse o para localizar una calle o para que le muestren el camino o un buen restaurante o ¿qué no se puede hacer ya con un móvil? Puedes hasta ver la final de la Champions en Cardiff entre el Real Madrid y la Juventus.
#AVISO se han identificado más de 100.000 equipos infectados por la variante de #wannacry. Más información aquí–>https://t.co/P7VnxpMgaQ
— INCIBE (@INCIBE) May 14, 2017
A los delincuentes malos, muy malos, sin escrúpulos, les interesan otros aspectos más lucrativos de esta ciberdependencia que nos facilita mucho la vida, aparentemente, y, que nos aísla zanjando la comunicación interpersonal, sin miramientos. Los ciberataques tienen muchos objetivos y muchos intereses, casi todos dinero, poder, información confidencial, terrorismo y sexo. Y los ciberdelincuentes conocen perfectamente las debilidades de las personas, de las instituciones y de los sistemas informáticos. En este contexto personal, convivimos día a día con riesgos y satisfacciones gracias a las utilidades de internet. Algún disgusto hemos sufrido cuando compramos por la red y nos engañan, aunque cada vez menos porque el desarrollo es imparable gracias a los sistemas de seguridad y a las garantías que las empresas ofrecen a sus clientes de devolución si se produce algún problema de cualquier tipo.
Los hackers no son tipejos novedosos, actúan desde hace mucho tiempo, incluso hay quien piensa que fueron ellos los que inventaron lo de internet dentro del Ejército norteamericano para luego aprovecharse
El problema se convierte en una desgracia cuando las medidas de seguridad adoptadas son insuficientes. Si extrapolamos nuestras vivencias a la escena internacional, nos encontramos con unos efectos imprevisibles. Un clic tóxico a nivel mundial provoca efectos desastrosos a todos los niveles. Y cada uno lamenta según las consecuencias que le ha tocado soportar. En mi caso, mi página web se vio sin imágenes desde el viernes hasta el lunes, una catástrofe que exigió horas y horas para que la empresa proveedora limpiara sus servidores y nosotros recuperáramos varios miles de fotos y las volviéramos a colgar. El esfuerzo, el trabajo, la ilusión y el sustento de un grupo de periodistas emprendedores, dependientes de un gusano indecente y la maldad de unos delincuentes, a cambio de un puñado de bitcoins. Inmediatamente te preguntas si has adoptado todas las medidas de seguridad que debías, porque los hackers no son tipejos novedosos, actúan desde hace mucho tiempo, incluso hay quien piensa que fueron ellos los que inventaron lo de internet dentro del Ejército norteamericano para luego aprovecharse.
Ironías aparte, el ciberataque sufrido por más de 100 países en todo el mundo y por miles de empresas, instituciones y particulares nos debe llevar a una reflexión trascendental: si nuestras vidas dependen en gran medida de unos aparatos, debemos garantizar todo lo posible su integridad y seguridad. El ejemplo más evidente y preocupante son los hospitales británicos paralizados por el ciberataque. Pero podíamos estar hablando de centrales nucleares, hidroeléctricas, embalses, almacenes de alimentos y otros sectores vitales para nuestra supervivencia. Sabemos que, desde hace años, hackers de todos los países y tendencias realizan ataques con diversos objetivos; que los terroristas del Daesh se organizan a través de la Deep internet encriptada que pocos conocen y a la que solo los expertos tienen acceso y que una especie de Guerra Mundial se libraba en la red con la intención de lograr o mantener la supremacía económica, comercial y militar.
Precisamente un impresentable descuido de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos ha propiciado que unos delincuentes robaran el virus, el gusano que los norteamericanos habían desarrollado para quién sabe qué intenciones. No son los delincuentes quienes crean el gusano, somos nosotros mismos o quienes tienen la responsabilidad de velar por la seguridad del mundo occidental los que hemos alimentado un gusano maléfico y tóxico, autodestructivo de nuestros intereses. Es preocupante, por no hablar de torpeza, que la gran superpotencia mundial, líder tecnológica que maneja los sistemas y las grandes multinacionales de las nuevas tecnologías, sea tan vulnerable. Así ha sucedido ahora y también en el caso Wikileaks con sus secretos diplomáticos aireados por la acción de un simple soldado, Manning, que acaba de salir de la cárcel tras siete años de condena por la amnistía firmada por el presidente Barack Obama antes de acabar su mandato, tras haber sido capaz de copiar millones de datos muy comprometedores y filtrarlos a la empresa Wikileaks.
Quiero agradecer el gran trabajo de los técnicos del @CERTSI_ e @INCIBE que han conseguido contener el #ciberataque en #España.
— Álvaro Nadal (@MinistroNadal) May 14, 2017
¿Podemos controlar los controles que controlan a su vez a los controladores que deben evitar que la vida de millones de personas se descontrole por un virus informático? Debemos reflexionar sobre las garantías que necesitamos, con los costes correspondientes, para que la seguridad de cada uno de nosotros no se vulnere por unos indeseables aventajados que nos roban nuestros propios gusanos informáticos. Pueden ser de Corea del Norte, de Rusia, de China, de cualquier país con la habilidad suficiente para burlar los cortafuegos, los parches, los antivirus y todo lo que sea preciso para abortar sus maléficas intenciones. Pero caben algunos interrogantes: ¿quién se ha atrevido a desafiar a la comunidad internacional? ¿Qué apoyo puede tener para una osadía de estas consecuencias? ¿Falta autoridad internacional para velar por el supuesto nuevo orden mundial?
Los Estados Unidos tienen sus propios avatares internos por la forma de actuar de su nuevo presidente, Donald Trump, y sus oscuras relaciones con Rusia y con el exdirector del FBI. Europa respira aliviada por librarse de Marine Le Pen, pero la realidad exige una refundación y más cercanía a sus ciudadanos. Mientras tanto, hay quien aprovecha el vacío de poder mundial y los intereses dispares de las superpotencias para crear el caos y conseguir dinero. Como con los terroristas del Daesh, la lucha contra estos ciberterroristas reclama unidad de acción, de esfuerzos y de información inteligente para que no pueda volver a ocurrir un ciberataque que nos amargue la vida.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.