Marta Hernández | 10 de octubre de 2017
En la era de la información para el entretenimiento, los políticos saben que, si quieren aparecer en los medios, deben lanzar mensajes claros, contundentes y atractivos. Todos los que hablaron sobre el procès en las semanas previas al 1 de octubre se animaron a introducirse en la guerra de las palabras, en la que se luchaba por apropiarse de la ‘democracia’ y la ‘libertad’.
¿Y qué deberían haber hecho los medios en esa guerra de palabras que antecedió al referéndum? ¿Observar quién decía la frase que provocase más clics del usuario y convertirla en titular de la crónica diaria? ¿Puede considerarse que esa práctica ayuda a presentar los distintos puntos de vista y, por tanto, incrementa la objetividad?
A.F. de Mesa, ex director de la @guardiacivil, reflexiona sobre el cuerpo tras los acontecimientos de #Cataluña. #dbhttps://t.co/Efd0BDUQyZ pic.twitter.com/RkLyC8eYE4
— El Debate de Hoy (@eldebatedehoy) October 9, 2017
Desde el mundo académico, cuando los medios seleccionan las noticias o las fuentes con el único propósito de entretener y, con ello, incrementar su audiencia, se habla de infoentretenimiento. Esto conduce a una tergiversación del periodismo de fuentes, puesto que se narra la actualidad a partir de la exposición de las posturas más enfrentadas de un debate. Y cuanto más radical sea la declaración, más espacio obtiene. Cuando se aborda el nacionalismo, es sencillo hacer frases grandilocuentes que apelen a los sentimientos, mientras que, desde el lado constitucionalista, el mensaje parece legalista, repetitivo y aburrido.
La farsante de los dedos rotos, Marta Torrecillas, se busca la ruina en su tienda de productos ecológicos https://t.co/53p2ICUMU4 pic.twitter.com/p1DgD6T8QQ
— ESdiario (@ESdiario_com) October 5, 2017
Donald Trump se convirtió en el líder del Partido Republicano, aun cuando 200 medios se manifestaron en su contra, y menos de 20, a favor. Un año después, fue elegido presidente de los Estados Unidos. Y, a pesar de esa manifiesta falta de apoyo del sector mediático, sus contundentes y emocionales declaraciones monopolizaban horas de televisión y páginas completas de periódicos. Le dieron, con ello, un espacio propagandístico impagable, puesto que Trump sabe que lo que no aparece en los medios no existe. Y permitir que un candidato, una fuente, acapare la agenda diaria a base de mensajes emotivos no puede llamarse objetividad. Los periodistas deberían haberse esforzado más en identificar los principales puntos del debate electoral y obligar a todos los contendientes, aunque fuesen menos mediáticos, a mostrar sus propuestas y a ponderar las consecuencias de las mismas.
https://www.youtube.com/watch?v=zmcz4yY9q9kLos medios generalistas españoles se han mostrado, con más o menos contundencia, cercanos a los argumentos constitucionalistas. Pero una parte importante de ellos no dudó en diseñar su agenda a partir de las frases más radicales, aunque no aportasen nada más que emotividad al debate.
Catalonia's referendum has provoked a constitutional crisis. No matter what, fixing Spanish unity will be difficult https://t.co/iOat3Em0hU
— Financial Times (@FT) October 2, 2017
La búsqueda de objetividad del periodismo, y así lo recogen los libros de estilo, está motivada por un compromiso con la sociedad en la que el medio está inserto. Su principal cometido es convertir la desesperada dependencia de todos los actores políticos de tener impacto en medios en noticias que formen, informen y, ¿por qué no?, también entretengan. Los medios deben prescindir de la emotividad como principal criterio de selección de noticias y recuperar su posición como cuarto poder. Deben analizar, contrastar y explicar racionalmente el debate que existe e incidir sobre sus consecuencias.
Mi artículo sobre #Cataluña. Dañada la imagen internacional de #España. Populismo mediático que desinforma. https://t.co/uS3lYaWEAO
— Ainhoa Uribe Otalora (@AinhoaUribeO) October 3, 2017
El nacionalismo catalán se ha convertido en un asunto crucial y es preciso que se aborde en los medios. Pero los periodistas deben exigir a los políticos un análisis racional y rechazar sistemáticamente su propaganda. En las próximas semanas, deben obligarles a detallar sus propuestas y a desarrollar una explicación argumentada. No hay nada menos objetivo ni menos periodístico que convertirse en el altavoz propagandístico de la guerra de palabras.